El acontecimiento más grande
5. octubre 2018 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasA cualquiera de los hijos de la Iglesia le vienen ganas de preguntarse: ¿Cuál es el acontecimiento más grande de nuestra Historia en los dos mil años que llevamos ya de cristianismo?
No nos cansemos en discurrir, pues lo tenemos en los Hechos de los Apóstoles. Nada tan grande y de tanta trascendencia como la conversión de Pablo. Un solo hombre revolucionó la Historia de la Iglesia en sus mismos principios.
Saulo es un judío fanático de verdad. Muy instruido en las Sagradas Escrituras, conocedor del mundo griego, fariseo convencido, odia y maldice a ese Jesús del que tanto se empieza a hablar ¿Ese Jesús es el Mesías que esperamos? ¿Ese Jesús, del que dicen sus seguidores que resucitó? Un maldito de Dios, porque colgó de un madero, ¿uno así nos quieren presentar como el Cristo?…
Como está convencido de la falsedad y la burla de esa nueva religión nacida en la misma Jerusalén, se da con toda el alma a perseguir a la secta del Nazareno. Presencia y aprueba la muerte de Esteban, el primer mártir de la Iglesia naciente: ¡Fuerte las piedras sobre él, y que se calle para siempre ese blasfemo!…
Con celo irreprimible, entra en las casas y arrastra a la cárcel a hombres y mujeres: ¡Hay que arrancar desde la raíz a esa secta abominable!… Y a los Jefes del pueblo y a los sumos sacerdotes del templo les pide: Vengan cartas de recomendación para ir a Damasco y traer presos a Jerusalén a los seguidores del Nazareno, antes de que lleguemos tarde y se extiendan. Aquí los juzgaremos y los ajusticiaremos.
Así, con fanatismo increíble y con plenos poderes de las supremas autoridades, emprende el camino hacia la capital de Siria, acompañado de su escolta. Se regodea pensando en las víctimas que va a causar a esa Iglesia del Crucificado.
Saulo no sabe lo que le espera… Varios días de fatigoso camino, bajo el sol furioso de las tierras orientales, y hacia el medio día, ante las puertas ya de la importante ciudad, un resplandor fulgurante le hace caer en tierra, mientras oye una voz fuerte, sonora, cargada de patetismo y de bondad grande a la vez:
– ¡Saulo, Saulo!! ¿Por qué me persigues?…
Saúl, tumbado impotente en el suelo, cegado por el resplandor, y tembloroso, pregunta con ansia viva:
– ¿Quién eres tú, Señor?
Y el de la luz esplendorosa:
– Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
¡Pobre Saulo! ¡Qué choque tan tremendo! En un instante se le viene encima todo el mundo. Y mientras Jesús le mira con unos ojos de ternura indescriptible, el vencido piensa:
– Entonces, era verdad todo lo de esos fanáticos seguidores de Jesús. El equivocado era yo… Es verdad lo que le oí a Esteban en el tribunal, que Jesús estaba a la derecha de la Majestad de Dios… Jesús, el Jesús colgado del madero, no es el maldito de Dios, sino el Cristo bendito que esperamos, el resucitado…
Todo esto se le acumula en su mente durante unos momentos que suman por muchos años. Y con una humildad y una generosidad grandes, consciente del todo, responde a la aparición: -Señor ¿qué quieres que yo haga?
Y Jesús: -Entra en la ciudad, vete a la Calle Mayor, y allí encontrarás en una casa a un tal Ananías, que te dirá de mi parte lo que tienes que hacer.
Ananías se espanta al saber quién es su visitante: ¿Este? ¿Este gran perseguidor nuestro? ¿A éste quieren que yo reciba?… Pero El Señor se le aparece, y le tranquiliza: No temas, y bautízalo. Porque Saulo es mi elegido para llevar mi nombre a todas las gentes.
Así es. Bautizado, se le caen de los ojos una especie de escamas que se le han formado con la aparición cegadora, recobra la vista, y Saulo —ya apóstol usará su segundo nombre de Pablo—, va a ser el hombre más providencial que Dios regala a su Iglesia.
¿Dónde ha estado la gran providencia de Dios sobre la Iglesia con la conversión de Pablo? Lo más importante es que Pablo es el hombre genial que interpreta la fe en Jesucristo, que podríamos resumir así:
* Nos vamos a salvar por la fe en Jesucristo y no por las obras de la Ley judía. Jesucristo nos ha traído la libertad del Espíritu, y no somos esclavos de la Ley del Sinaí. La Iglesia, nuevo Israel de Dios, tiene que desligarse del Israel antiguo, aunque los israelitas son los primeros invitados al Reino, en el que entrarán los gentiles de todas las naciones…
Sin Pablo, que luchó como un titán para defender su punto de vista, la Iglesia sería diferente. Llevaría encima una carga judía con la cual no hubiéramos podido. Dios fue providencial. Y sobre esta doctrina fundamental del Apóstol, Pablo es el gran amante de Jesucristo.
Nadie nos ha enseñado a amar a Jesús como Pablo. Sus cartas no se le caen a la Iglesia de las manos. Leídas continuamente, y siempre resultan nuevas. Nadie se cansa de meditar sus gritos ardientes:
– Mi vivir es Cristo… Vivo yo, pero ya no soy yo quien vive, sino que Cristo es quien vive en mí… ¿Quién nos separará del amor de Cristo?… ¡Maldito quien no ame a nuestro Señor Jesucristo? (Flp.1,21. Gal. 2,20. Rom. 8,35. 1Cor. 16,22)
Con la aparición de Damasco y la conversión de Saulo, Jesús nos ha dicho lo mucho que ama a su Iglesia. Y nosotros vemos cómo en la Iglesia debemos amar a Jesús…