Una catástrofe anunciada
19. octubre 2018 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones Bíblicas¡Hay que ver cómo excitó nuestra imaginación de niños el relato bíblico del diluvio universal!… Hoy lo recordamos de nuevo, pero no para hacer correr nuestra imaginación de adultos, sino para tratar de entender el mensaje tan serio que encierra. Porque, si bien examinamos las cosas, a lo mejor encontramos muy poca diferencia entre nuestro tiempo y los días de Noé…, a pesar del iris que vemos brillar tantas veces en nuestros cielos… (Génesis 6 y 7)
Noé, un hombre bueno y recto ante Dios, era excepción en medio de unas gentes que hicieron exclamar a Dios:
– Pero, ¿qué ha pasado en la tierra? ¿Por qué se han tenido que mezclar los buenos descendientes de Set con las hijas de esos gigantes malvados? ¿Cómo se han dejado cegar de esa manera?…
Así era la cosa. Aquellas mezclas de buenos con malos, atribuidas a la hermosura de las mujeres, acabó por corromper de tal modo a la humanidad, que al fin Dios se vio obligado a tomar una decisión:
– Me arrepiento de haber creado al hombre. Voy a exterminarlo de la faz de la tierra, y junto con él todos los animales que hice para su bien. Sin embargo, voy a salvar a Noé con todos los de su familia, las únicas personas buenas que encuentro en medio de tanta maldad.
Así, que Dios mandó a Noé:
– No aguanto más la inmoralidad y la violencia que hay en la tierra. Construye un arca con madera de ciprés, y hazla impermeable por dentro y por fuera. Que sea muy grande: trescientos codos de larga, cincuenta de ancha y treinta de alta, dividida en tres pisos.
Noé pudo empezar a hacer cálculos:
-¿Tan grande? ¿Y cuántos años va a costar hacer esa obra?…
Pero Dios podía responderle:
– Tienes tiempo. Hazla con tranquilidad. Una vez hecha, introduces los animales por parejas para que se salven las especies. Mete también provisiones para vuestro sustento y el de los animales. Finalmente, entráis todas las personas. Una vez dentro todos los que os vais a salvar, romperé las compuertas del cielo, haré llover torrencialmente durante cuarenta días y noches, hasta que las aguas cubran las montañas, y te aseguro que no va a quedar con vida sobre la tierra ni uno solo de esos hombres que salieron de mi mano.
Noé cree a Dios, y comienza la obra. A su alrededor —nos lo podemos figurar— risas, burlas de todos contra ese fanático que no sabe divertirse en la vida. El mismo Jesús comentará la situación de aquellos días: ¡Comer, beber, casarse y divertirse!…
Hasta que llegó el día fatal. Cerrada la puerta del arca, comienzan a caer las aguas en una cantidad y con una violencia jamás vistas. Cuarenta días seguidos sin parar, de modo que el arca se elevó hasta quince codos sobre la montaña más alta de aquellas regiones orientales habitadas por el hombre. Tanta cantidad cayó, que hubieron de pasar muchos meses hasta que se desembalsó el agua y se empezó a secar la tierra para poder ser habitada de nuevo.
Normalizadas las cosas, con Noé comienza la reconstrucción de la tierra. Empieza por adorar a Dios, a quien construye un altar sobre el que inmola víctimas escogidas. Noé pudo temer: ¿Y si esto se repite?… Pero Dios le tranquiliza:
– No tengas miedo. Ya no maldeciré de nuevo la tierra por culpa del hombre. Comprendo que está inclinado al mal desde que nace. Aquí te dejo esta señal: mira mi arco en el cielo. Cuando amenacen las nubes con otro diluvio, yo miraré ese arco, me acordaré de mi alianza contigo, y ya no se repetirá semejante catástrofe…
¿Cómo podemos mirar este hecho legendario de la Biblia a la luz de la revelación de Jesucristo?… Hoy no pensamos en un diluvio universal de agua, aunque los huracanes que han asolado nuestras tierras nos lleven el recuerdo al tiempo de Noé. Hoy tememos más bien un diluvio de fuego atómico, que no será producido por Dios, sino por nuestra propia maldad.
El apóstol San Pedro nos hace mirar el arca, y la compara con la Iglesia, conforme a la interpretación que después le han dado todos los Padres y Doctores de la misma Iglesia. ¡Qué segura tiene la salvación quien vive encerrado en ella, y qué problemático resulta el salirse de esa arca de salvación!… (1Pedro 3,19-21)
La Víctima que hoy tenemos sobre el Altar, y que Dios aspira con mucho más agrado que las víctimas de Noé, es Jesucristo, que se ha ofrecido en la Cruz y que renueva y actualiza su Sacrificio en la Eucaristía. ¡Qué suerte tenemos al contar con Jesucristo así, como Víctima, sobre nuestros altares!…
Siempre que se nos anuncian catástrofes, algunos tiemblan. La mayoría, se ríen como los contemporáneos de Noé. Nosotros, instruidos por la palabra de Jesús —que reclamaba los días de Noé—, sentimos la llamada del Señor que nos pide la conversión.
La Virgen —como un iris de paz— brilla en el cielo de Fátima, y nos repite insistentemente: Conviértanse todos, que el señor está demasiado ofendido. Más que todas las catástrofes que nos pudieran venir, está la catástrofe de la perdición de tantas almas. ¡Y esta catástrofe irremediable sí que está anunciada en el Evangelio!… Fátima no ha hecho más que recordarnos lo que ya sabíamos de siempre.
Cada vez comprobamos con más claridad que Dios sólo quiere nuestra salvación. Nos tiende la mano, y nos dice: ¡Que nadie se vaya para allá abajo! ¡Venga, todos aquí arriba!…