Un drama del Evangelio

16. noviembre 2018 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Los dos capítulos 7 y 8 del Evangelio de San Juan son todo un drama. Hacía mucho tiempo que Jesús no se presentaba en Jerusalén y todos estaban intrigados: ¿Por qué no vendrá ese Jesús a la fiesta?… Pero al fin se presentó en mitad de aquellos días, empezó a enseñar como siempre, y los jefes de los judíos estaban desconcertados. No se aguantan más, y le preguntan:
– ¿Cómo entiendes tú de letras, si no has estudiado?…
Jesús les responde misteriosamente:
– No he estudiado en vuestras escuelas rabínicas de Jerusalén. Por eso, esta mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado.

La gente que escucha queda maravillada de su doctrina y de sus milagros. A tal punto, que muchos empiezan a creer en Jesús, y esto alarma a los jefes, que ordenan a los guardias del templo:
– ¡Pronto! Id, y traedlo preso.
Jesús sigue enseñando cosas cada vez más bellas. Ve cómo llevan al templo los cántaros de agua, se yergue ante la turba, y exclama:
– El que tenga sed, que venga a mí y que beba. Quien cree en mí, verá cómo sus entrañas se convierten en torrentes de agua viva.
La gente se entusiasma:
– ¡Este es el Profeta! ¡Este es el Cristo!
Pero los fariseos y los jefes se enfurecen cada vez más:
– ¡Ignorantes! ¡Tontos! ¿No sabéis que éste viene de Galilea, y el Mesías tiene que venir de Belén y de la descendencia de David? ¡Agarradlo, para que no hable más!

Llegan los guardias enviados anteriormente, pero vienen con las manos vacías, y han de oír:
– ¿Cómo es eso? ¿Por qué no lo habéis traído, como os mandamos?
Y los guardias, valientes contra sus jefes:
– ¡No queremos! Jamás persona alguna ha hablado como este hombre. Vayan, y tráiganselo ustedes, si quieren.
– ¿También a vosotros os ha engañado? Mirad cómo entre los jefes y entre los fariseos no hay ninguno que crea en él. Sólo cree en ese Jesús esa turba ignorante de la ley y que son unos malditos.

Oye estas palabras un alto jefe ⎯aquel Nicodemo sabio que llegó de noche a ver a Jesús⎯, se enfrenta con sus colegas de la asamblea judía, y sale por los fueros de Jesús:
– Nada de esa turba ignorante. Sois vosotros los que vais contra la ley. Porque, ¿acaso nuestra ley condena a alguien sin haberlo escuchado antes?
– ¿Cómo, Nicodemo? ¿Un doctor como tú se pone también de su parte? ¿Que eres también galileo, o qué? Mira cómo de Galilea no sale jamás un profeta…

El problema se va agravando, y paran al fin yéndose cada uno por su parte…
Pero Jesús no cede. Siguen los días de la fiesta, y cada vez serán más graves sus palabras. En una de las noches, cuando se ilumina el templo de una manera esplendorosa, de modo que es la admiración de todos, Jesús aprovecha para decir en voz alta:
– ¡Yo soy la luz del mundo! El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

La turba sigue entusiasmándose cada vez más. Los fariseos y los jefes no aguantan la rabia. Y Jesús les advierte, al ver su ceguera:
– Yo me voy, y me buscaréis, pero no podéis venir a donde yo voy. Y vosotros, moriréis en vuestro pecado. Todo el que comete el pecado, es esclavo del pecado. ¿Y sabéis por qué no podéis admitir mi doctrina? Porque el padre de quien vosotros procedéis es el diablo, y queréis hacer lo que quiere vuestro padre, que fue homicida desde el principio. Por eso me queréis matar. Y os digo con toda verdad: Quien guarda mi palabra, no morirá jamás.

Los jefes se burlan, y contestan entre risas pero con algo de miedo también:
– ¿Cómo?… Murieron Abraham y todos los profetas, ¿y tú dices que quien crea en ti no morirá? ¿Por quién te tienes tú?… ¿Y eso que has dicho, de que Abraham vio tu día?…

Ahora Jesús, más grave que nunca, lanza su gran confesión:
– Sí; sé lo que digo: Antes de que Abraham existiera, existo yo.
Aquí llegó la cosa al colmo. Los jefes toman piedras para matarlo, pero Jesús se esconde y no lo encuentran ya en el templo…
De manera tan misteriosa, Jesús ha venido a decirles: ¿Yo?… ¡Yo soy Dios!…

¿Verdad que tenemos para rato, si queremos comentar todas estas palabras de Jesús?… No lo vamos a hacer. Tenemos bastante con mirar a Jesús, entusiasmarnos con Él, y decirle todo lo contrario que los fariseos y los jefes:

* ¡Jesús, nosotros creemos en ti! ¡Nosotros sabemos que eres el enviado de Dios! Nosotros sabemos que vienes del Padre y que, como el Padre, Tú eres Dios.
Eres la luz del mundo, y nosotros caminamos en la luz porque te seguimos a ti.
Eres el agua viva, porque dejas escapar el Espíritu Santo por los agujeros de tus llagas benditas, nos lo das, y nos conviertes así a nosotros en surtidores que saltan hasta la vida eterna.
Puesto que hemos renunciado al pecado, no somos esclavos de nadie ni de nada, sino hijos de Dios. Y sabemos que los tuyos no moriremos enemigos de ti, sino como amigos tuyos, para estar siempre con el Amigo a quien hemos conocido y encontrado, y que nos quiere en el mismo Cielo en que Él está…

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