El amor y fidelidad más bellos
7. diciembre 2018 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasNo sé si encontraremos en toda la Biblia del Antiguo Testamento un libro más idílico y tierno que el de Ruth. Pequeño, ¡pero qué joya de libro!… ¿Y quién era Ruth, que se ha ganado tantos corazones?
Se había echado el hambre en Israel, y una familia de Belén emigró a Moab, país extranjero, para ganarse allí la vida. Murió el marido, y la viuda, Noemí, se quedó con sus dos hijos que se casaron con dos moabitas, Orfá y Ruth.
Enviudan también las dos jóvenes esposas, y Noemí, sin marido y sin hijos, decide regresar a Belén. Le acompañan las dos nueras, y ya en la frontera del país, les da un fuerte beso, rompen a llorar, y le dicen resueltas a la suegra:
– ¡Nos vamos contigo a tu pueblo!
– No, hijas mías, no insistáis. ¿A qué vais a venir conmigo? No tengo ya más hijos que daros por esposos. Y aunque me casara de nuevo y me vinieran algunos más, ¿cómo ibais a esperar todos esos años hasta que ellos se pudieran casar? Regresad y casaos de nuevo. Que Dios os bendiga y os trate con la misma bondad con que vosotros me habéis tratado a mí y a mis difuntos esposo e hijos.
– ¡No, y no, porque nos vamos contigo!
Pero, ante tantos ruegos, Orfá se volvió con el cariño y la bendición de la suegra, mientras que Ruth se puso cada vez más firme:
– No insistas más sobre que me vuelva. Yo no me separo de ti. Iré a donde tú vayas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios es desde ahora mi Dios. Donde tú mueras moriré yo, y allí me enterrarán. Juro solemnemente ante Dios que sólo la muerte nos podrá separar.
Llegan las dos a Belén, y se alborota todo el pueblo. Las mujeres, sobre todo, comentan gozosas:
– ¡Si es Noemí!… ¡Noemí ha vuelto!
– Sí, soy Noemí –comenta ella triste—, pero mirad cómo vengo: viuda y sin los hijos. Soy un mar de penas.
Empezaba en aquellos días la recolección de los cereales, y Ruth, para poder comer y ganarse algo la vida de ella y de su suegra, se va al campo para recoger las espigas que dejan los segadores. Booz, el dueño de los campos, era pariente del marido de la viuda Noemí, y, enterado de quién es Ruth, encarga al capataz:
– No la molestéis, y dejad incluso espigas expresamente para que ella las recoja.
Y no por pasión con la joven viuda, sino por deber, empieza a sospechar lo que le viene encima.
Hay antes que él un pariente a quien le toca rescatar a la esposa del difunto. De momento, invita a Ruth a que siga espigando con libertad, y hasta le invita a comer con el grupo de los segadores. Y trabaja Ruth con tal diligencia, que, desgranadas las espigas al llegar a casa, le puede ofrecer a Noemí cuarenta y cinco kilos de cebada. Booz se muestra cada vez más cariñoso con la encantadora Ruth y le insta a que siga espigando en sus campos. Hasta que un día Noemí le da a la nuera este consejo:
– Sigue recogiendo las espigas en los campos de Booz. Pero mañana haz lo que te encargo. Llegada la noche, acuéstate donde lo haga Booz. No le digas nada. Extiendes allí tu manto, y te descubres los pies, hasta que él se dé cuenta.
A media noche, Booz se despierta sobresaltado: ¿Quién es esta mujer?
La joven viuda está muy tranquila, y responde cariñosa y con paz:
– Soy Ruth. Cúbreme con tu manto, pues a ti te toca mi rescate.
Booz se emociona, como es natural. Pero responde sereno y muy juicioso:
– Sí, hija mía, me toca a mí. Quédate aquí, y haremos bien las cosas. Un pariente tuyo está antes que yo. Por ahora, que nadie sepa que has venido a la era.
Booz actúa muy limpiamente y con una gran nobleza. Noemí, como buena mujer y bien avispada, desde el principio está viendo el final, y le dice a la nuera:
– Queda tranquila, hija mía, hasta saber en qué para la cosa. Ese buen hombre de Booz no descansará hasta haber resuelto hoy mismo el asunto.
Y así fue. Booz reúne junto a la puerta del pueblo en asamblea a diez hombres que sirvan de testigos, y llama al pariente más próximo del difunto marido de Ruth. El pariente no acepta la compra de los terrenos, y pierde así el derecho de tener a Ruth como esposa.
Booz la acepta, se casa con Ruth, de la que tiene un hijo, lo adopta Noemí como suyo, y aquel vástago de su hijo difunto se va a convertir nada menos que en el padre de Jesé, el padre de David, del cual descenderá Jesús, el esperado y prometido Mesías.
¿A dónde va todo este relato de Ruth? ¿Qué supo leer Israel en este libro? ¿Qué nos dice a nosotros?…
La fidelidad de una nuera semejante, igual que el amor entrañable a su dolorida suegra, conmueven el corazón de Dios. Por eso, ¡con qué ternura que la mira Dios y vaya premio que le da!…
Además, Israel ve desde ahora que es un pueblo abierto a todos los demás pueblos de la tierra. Israel tiene la misión de traer el Mesías al mundo, y ese Cristo que un día vendrá de él, será el Salvador de todos los pueblos, los cuales se insertarán en el Pueblo elegido como lo ha hecho ahora esta gentil, la moabita Ruth, que merece incluso ser una de las mujeres en la ascendencia de Jesús.
Hoy nosotros seguimos en la misma idea. Los pueblos paganos están llamados a entrar en la Iglesia. Y somos nosotros los que les llamamos; los que les anunciamos a Jesús; los que les evangelizamos con ardor; los que les invitamos a que vengan a nuestra casa; los que, con nuestra oración y la ayuda a las Misiones, les abrimos la puerta del nuevo Pueblo de Dios, como Israel le abrió las suyas a Ruth, la querida Ruth, una de las mujeres más bellas de la Biblia…