Los Doce elegidos

28. junio 2019 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Hay en el Evangelio una página muy poco llamativa, pero nos narra un hecho trascendental realizado por el Señor. Son muchos los hombres que le siguen entra las turbas que le rodean continuamente. Y Jesús, como buen estratega, va observando: cómo habla éste…, cómo reacciona aquél…, cómo se comporta fulano…, qué garantías ofrece el de más allá… Porque le entusiasma, a la vez que le preocupa, la Iglesia en que sueña para llevar adelante el Reino de Dios, que le bulle en la mente como un ideal y que debe establecer en el mundo.
Para ello necesita hombres de confianza. ¿A quiénes escojo?, se pregunta…

Llegado el momento oportuno, Jesús se pasa toda la noche en oración, y se traza un plan que le parece el mejor, conforme a esta idea fundamental: Doce patriarcas tuvo el pueblo de Israel, el pueblo de Dios, y el nuevo Israel, el nuevo Pueblo de Dios —que ha de sustituir al antiguo Israel en una continuación natural, y ha de arrancar del mismo—, que tenga también doce hombres como columnas, como referencia obligada, y sean garantía de su firmeza.
Los llamaré Apóstoles, enviados, porque habrán de ir por todo el mundo llevando a todos la Buena Noticia de la salvación y realizándola en nombre mío.

Por la mente de Jesús van desfilando nombres, y sobre cada uno habla con el Padre. Nosotros, nos metemos ahora en la mente y en el corazón de Cristo, que se expresa en su oración de un modo verdaderamente humano. ¿A quiénes escojo?… Y se va diciendo:
– Simón, desde luego. Ya se lo prometí, y hasta le dije cómo se iba a llamar en adelante: Cefas, Roca, Piedra, Pedro… Impetuoso, decidido, sincero, generoso, entregado, hará un papel magnífico…
– Andrés y Juan, también. ¡Qué muchachos tan estupendos! Fueron los dos primeros que me siguieron con curiosidad allá en las márgenes del Jordán. Estos dos no van a fallar. Son magníficos porque sí…
– Santiago, otro que tal. Parece un trueno por lo impetuoso que es. Resultará muy bueno. Hay que ver cómo dejó las redes y a su padre con los criados cuando lo invité a seguirme…
– Felipe es otro de los primeros. Igual que Bartolomé, el simpático Natanael, al que no le caí del todo en gracia al principio, porque de Nazaret no puede salir cosa buena… Estos dos también resultarán buenos…
Jesús le dice en su oración al Padre: Total, que ya tengo a seis seguros. Han estado conmigo desde el principio, los conozco bien, y me inspiran confianza. ¡Padre!, faltan seis. Inspírame. ¿Cuáles son los que más te gustan a ti?…
El Espíritu Santo, que se ha apoderado totalmente de Jesús, le va sugiriendo ideas y nombres.
– Tomás es un poco cabezón, pero noble y simpático. Me lo voy a quedar…
– ¿Y Mateo, el publicano? Recaudador de tributos, de conducta muy recta, aunque tenido por la gente como un pecador, por estar siempre manejando el dinero de los impuestos. Es hombre de valía, y podrá desempeñar un magnífico papel.
– ¿Y mi pariente Santiago? Es un hombre sesudo, de criterio muy riguroso, observante de la ley como nadie. Hasta los fariseos le van a respetar y querer…
Lo mismo que su hermano Judas Tadeo, y, nada digo del otro hermano, Simón, tan apasionado defensor de la independencia del pueblo, y que valdría hasta para guerrillero contra los romanos, pues por algo le llaman el Zelotes…
– ¿Qué hago con Judas Iscariote, que también me sigue siempre? Es listo, capaz, pero bastante enigmático?… El tipo vale, aunque no deja de ser preocupante. En fin, me lo quedo.

Este diálogo con el Padre se ha prolongado por toda la noche, en lo alto de la montaña. Amanece, y Jesús llama a los doce que ha escogido libremente, a los que ahora se dirige con cariño grande:
– Os quiero siempre conmigo. Vais a ser mis compañeros, porque después os voy a enviar a predicar, y con poder para arrojar a los demonios. En adelante, os llamaréis “Apóstoles”, mis enviados. Y ahora, vamos. Para empezar, mirad la multitud que nos está esperando en la explanada, venida de todas partes.

A la vista estaba el gentío que va a escuchar la Carta Magna del Reino, el Sermón de la Montaña, que comienza con las Bienaventuranzas.
Manera magnífica de empezar los Apóstoles la preparación para su misión, al lado siempre del querido Maestro.
Son muy sencillos la noche que Jesús ha pasado en oración y el encuentro con los suyos al amanecer. Pero ha realizado el acto más importante de aquellos tres años para el establecimiento del Reino.

Este acto de Jesús se ha ido repitiendo y se repetirá siempre a lo largo de los siglos. De manera muy diferente, es natural. Porque ahora no se trata de la fundación de la Iglesia, pero sí de su consolidación y desarrollo hasta el fin.
Jesús necesita colaboradores, hombres y mujeres dispuestos a llevar adelante con Él la obra del Reino. Hoy como entonces, son los escogidos, los llamados al apostolado. Jesús los mira, les sonríe, los ama, y les invita:
– ¿Quieres? ¿Te prestas? ¿Me sigues?…

Jesucristo, en su Iglesia y por su Iglesia, nos llama a los laicos al apostolado.
Unidos a nuestros Pastores, entre todos llevamos adelante la obra del Señor, que nos invita a su intimidad, nos tiene consigo, nos forma, y nos envía. Esto lo expresamos hoy con esa canción que entonamos tantas veces:
– Sois la semilla…, sois espiga…, testigos que voy a enviar. Id, amigos, por el mundo, anunciando el amor…, mensajeros de la vida, de la paz… Id llevando mi presencia, con vosotros estoy.
¿Es esto solamente poesía?… No. Es la realidad que estamos viviendo en nuestras Iglesias. Cada vez cuenta Jesús con más voluntarios. Hombres y mujeres que se cubren de gloria con un apostolado valiente, entregado, generoso, digno del de aquellos Doce, los primeros que siguieron al Señor.

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