La lección de Berea
19. julio 2019 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasEl apóstol San Pablo, el judío más judío, sabía lo que eran las persecuciones de sus connacionales los judíos; pero supo también lo que eran de buenos los judíos cuando eran buenos de verdad. Y esto es lo que le pasó a Pablo cuando visitó la ciudad griega de Berea (Hechos 17,10-13).
Aquí se encontró una sinagoga que, en vez de perseguirle, se mostró muy interesada, muy disponible, muy cordial, y aún hoy día nos resulta simpática a nosotros cuando nos da una estupenda lección de cómo manejar la sagrada Biblia.
La comunidad de Tesalónica resultó ser una Iglesia estupenda y una de las más queridas de Pablo. ¡Hay que ver cómo iba la evangelización y cuántos que iba ganando para el Señor! Pero esta vez los judíos armaron una revuelta más peligrosa que nunca, porque tuvieron la astucia de involucrarla con la política:
– ¡Estos individuos que han perturbado el mundo entero, se han presentado también aquí y han sido acogidos por algunos en sus casas! Todos actúan contra los decretos del emperador, diciendo que hay otro rey, ese Jesús que ellos predican.
Era algo así como la acusación de los de Jerusalén ante Pilato cuando el proceso de Jesús:
– Si sueltas a éste no eres amigo del César, pues todo el que se hace rey, se enfrenta al César.
Por lo mismo, la acusación de los judíos de Tesalónica era muy grave, y las autoridades de la ciudad tuvieron miedo. Atentar contra el poder absoluto del emperador era suscitar el hambre y la sed de la legión romana más próxima, que se hubiera lanzado sobre la ciudad y la venganza hubiera sido severa. Por eso, exigieron la salida inmediata de los peligrosos evangelizadores.
De este modo, los hermanos se vieron obligados a tomar a Pablo y a Silas en mitad de la noche, y encaminarlos a la ciudad de Berea.
Pablo, como en todas partes, nada más llegar se dirigió a la sinagoga judía. Y aquí viene nuestro pasmo, cuando leemos textualmente en los Hechos de los Apóstoles:
– “Estos judíos eran más educados que los de Tesalónica, y recibieron el mensaje con mucho interés”.
Ya tenemos a Pablo en un ambiente estupendo. Aquí va a respirar como en parte alguna. Pablo anunciaba a Jesús. Y cada afirmación del apóstol era inmediatamente comprobada por los diligentes judíos, que, con las Escrituras en la mano, confrontaban lo que decía Pablo con lo que estaba escrito. Los Hechos nos lo dicen también textualmente:
– “Todos los días estudiaban las Escrituras, para ver si la interpretación que les daban era convincente”.
Pablo estaba que no cabía de gozo. Y los resultados estaban a la vista, pues prosiguen los Hechos:
– “Y muchos de ellos creyeron, así como muchos paganos de la aristocracia, tanto mujeres como hombres”.
Nacía una Iglesia basada en la sagrada Biblia. La palabra de Pablo, que transmitía fielmente la palabra de Jesús, era la confirmación de todo lo que habían dicho los profetas y todo el Antiguo Testamento.
Pero aquello era demasiada felicidad, y no podía seguir por mucho tiempo. Como en todas partes, la persecución nació en la sinagoga. Llenos de rabia los judíos de Tesalónica, enviaron emisarios a Berea, con la orden clara y tajante:
– ¡A agitar y alborotar a la gente! Que ese Pablo se tenga que marchar de allí…
Efectivamente, Pablo tuvo que marchar. Los hermanos, con el dolor que es de suponer, tomaron a Pablo y lo encaminaron hacia la costa, para que de allí se dirigiera a Atenas.
¿Habremos de ponderar la bellísima lección que nos dan estos queridos judíos de Berea? Es lástima que Pablo no pudiera seguir más tiempo entre ellos, porque es un sueño pensar lo que hubiera llegado a ser la Iglesia de ciudad tan pacífica y de sinagoga tan educada.
La lección aprendida por nosotros de los judíos de Berea es el amor, el interés y la competencia con que habremos de manejar la Sagrada Biblia para la firmeza de nuestra fe.
Y lo primero que nos viene a la mente es la palabra del mismo Jesús en el Evangelio, cuando nos dice —como lo dijo a los judíos sus adversarios— para convencerlos: “Mirad atentamente las Escrituras, en las cuales pretendéis encontrar la vida eterna; pues bien, también las Escrituras hablan de mí” (Juan 5,39)
Los de Berea, que las estudiaban con interés y sin pasión, daban plenamente la razón a Jesús. Como se la hubieran dado de haberle escuchado, el día de la Resurrección, lo que el mismo Señor dijo a los de Emaús: “¡Qué cerrados estáis para creer lo que dijeron los profetas! Y empezando por Moisés, les explicó lo que decían de él las Escrituras” (Lucas 24,25-27)
Para nosotros, resulta siempre válida la famosa frase de San Jerónimo, tan repetida en la Iglesia: Ignorar las Escrituras es ignorar a Jesucristo. Como los judíos de Berea conocían muy bien las Escrituras, y las leían con corazón recto, en las Escrituras se encontraron con Cristo.
Más en concreto, vemos aquí confirmado lo que también se repite tan acertadamente en la Iglesia: El Nuevo Testamento está encerrado en el Antiguo, y el Antiguo Testamento se manifiesta en el Nuevo.
La Sagrada Escritura es luz para la mente. Es calor para el corazón. Es delicia para el alma.
Nosotros —respecto de la Biblia— hacemos nuestras las palabras y el consejo que un poeta pagano decía de los escritores griegos, como maestros consumados de la literatura: -A las Sagradas Escrituras dadles vueltas continuamente con vuestras manos, de día como de noche (Horacio). ¿Por qué? Porque, conocida la Biblia, ¡qué bien que se conoce a Cristo!…