Pablo hacia el ocaso

5. julio 2019 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Hemos acompañado muchas veces a Pablo por sus correrías apostólicas, las cuales nos entusiasman, desde luego. Hoy, vamos a meternos con él en el Templo de Jerusalén, en la asamblea de los judíos, en el pretorio romano. El testimonio que Pablo va a dar de Jesús es impresionante (Hechos 21-26)

Pablo está en el Templo cumpliendo un voto, cuando unos judíos venidos del Asia lanzan un grito estentóreo:
– ¡Ayuda, israelitas! Este es el hombre que va enseñando por todo el mundo doctrinas contra la Ley y ahora se ha atrevido a profanar este lugar sagrado debe ser destruido.
Se arma un tumulto fenomenal, agarran a Pablo, lo quieren linchar, pero se presenta el tribuno romano con los soldados, que han de levantar a Pablo en volandas hasta llevarlo a las puertas del cuartel. Desde la escalinata, y con permiso del tribuno, Pablo se dirige a la multitud enfurecida, que se calma al ver que les habla en su lengua propia:
– Hermanos, escuchad mi defensa. Yo soy judío, educado en esta misma ciudad de Jerusalén a los pies del gran maestro Gamaliel. Perseguí a los que seguían este camino de Jesús, y presencié y aprobé la muerte de Esteban. Pero Jesús se me apareció a las puertas de Damasco, mientras iba para traer presos a Jerusalén a todos sus seguidores, y me dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?…Y me añadió después: Vete, porque yo te voy a enviar a las más remotas naciones.
Hasta aquí, todos lo habían escuchado en silencio impresionante. Pero, al decir estas últimas palabras, se alzó otra vez el grito infernal:
– ¡Fuera, fuera ése de ahí! ¡A matarlo!…

El tribuno salva a Pablo a duras penas metiéndolo en el cuartel. Al día siguiente se presenta Pablo en la asamblea de los judíos, y, con astucia muy calculada, los divide entre sí al proponer la resurrección del Señor, aunque sin nombrar a Jesús: -Yo soy fariseo, hijo de fariseos, y me juzgan por creer en la resurrección de los muertos.
Otra vez gritos, insultos y amenazas entre todos los miembros de la asamblea, que no se entienden entre sí, pues aseguran los fariseos: -¿Y si le ha hablado un espíritu o un ángel? ¡Nosotros no tenemos derecho a juzgarlo! Este hombre no es digno de muerte. Pero los saduceos estaban ya a punto de despedazar a Pablo, y el tribuno romano lo hubo de sacar con los soldados para llevarlo al cuartel del pretorio, igual que hiciera el día anterior.

Pablo, abatido, ve por la noche al Señor Jesús, que se le aparece y le asegura:
– ¡Animo, Pablo! Así como has dado semejante testimonio de mí en Jerusalén, así lo vas a dar también en Roma.

Los judíos no se rinden en su empeño de matar a Pablo. Cuarenta de ellos se conjuran: -¡No comeremos ni beberemos nada hasta haber acabado con éste hombre! Descubierta la conspiración, el tribuno romano forma una columna imponente de doscientos soldados, escoltados por sesenta jinetes y otros doscientos lanceros, y llevan a Pablo de noche sano y salvo hasta la ciudad de Cesarea donde reside el gobernador de Roma, el cual, aunque se da cuenta de que el acusado es inocente, lo retiene con la esperanza de sacar dinero.

Pablo da claramente de nuevo su testimonio: -Soy inocente, y me esfuerzo por tener una conciencia limpia ante Dios y los hombres. Muy listo, y sin decir tampoco ahora el nombre de Jesús, pero sabiendo todos de quién se trata, Pablo asegura: -No tengo otro delito que creer en la resurrección de los muertos. ¡Ya ves, Félix, de qué me acusan!…

Cambian de gobernador al cabo de dos años, y viene Festo a ocupar el cargo. Para congraciarse con los judíos, propone a Pablo a ver si quiere ir a Jerusalén y ser juzgado allí. Pablo se da cuenta de la mala treta, que le costaría la vida, y apelando a sus derechos de ciudadano romano, acaba valientemente con toda la cuestión: -Tú sabes muy bien, Festo, que no he hecho ningún mal a los judíos. Si he hecho algo digno de muerte, estoy dispuesto a morir, pero, si soy inocente, no me puedes entregar a ellos. ¡Apelo al tribunal del César!… Esto no se lo esperaba el gobernador, que responde, porque no tiene otro remedio: -¿Te remites al César? ¡Pues, al César habrás de ir!…

Pablo sabe desde ahora que su destino es Roma. Pero le falta dar el último testimonio, que emociona. Habla con tal elocuencia ante el rey Agripa y su esposa Berenice, que Festo le interrumpe: -Pablo, estás tocado de la cabeza. Tantas letras te han trastornado el cerebro… Y el rey Agripa: -Pablo, por poco me convences para que me haga cristiano. A lo cual responde Pablo, con convicción, ternura y emoción inmensas: -¡Ojalá fuera así, oh rey Agripa, para ti y todos vosotros que me escucháis! Cristianos como yo, aunque sin estas cadenas…

Este Pablo es indomable. Convencido de su fe y apasionado por el Señor Jesús, ansioso siempre de predicarlo por las buenas y por las malas, sin miedo a nada ni a nadie, lo vemos ahora cómo se dirige hacia el final de su vida.
En Roma, dará un impulso fuerte a aquella Iglesia tan pujante, y allí, víctima de la persecución de Nerón, derramará su sangre al filo de la espada, después de haber asegurado (2Timoteo 3,8; 4,6):
– Por Jesucristo sufro hasta verme encadenado como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada… Todo lo soporto por amor a los elegidos, para que alcancen la salvación de Jesucristo y la salvación eterna…. Es doctrina segura: Si con él morimos, viviremos con él… Yo ya estoy a punto de ser ofrecido en sacrificio. He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe. Sólo me queda recibir la corona de salvación, que me va a dar el Señor, y no sólo a mí, sino a todos los que esperan su venida gloriosa.

¡Pablo! Es el cristiano más apasionante que Dios ha puesto ante nuestros ojos. ¡Qué apóstol! ¡Qué ejemplo para todos los que amamos a Jesucristo!…

 

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