Compañera de viaje

20. enero 2020 | Por | Categoria: Maria

Es curioso constatar las muchas veces que se le da a María el título de Virgen del Camino. Son muchas las ermitas, las capillas y las hornacinas que tiene en todas partes con este nombre tan bello. Sobre todo, a la vera de carreteras o de simples calzadas a través de los campos.
Y no precisamente en los pueblos campesinos, sino en las grandes urbes y en sitios al parecer menos aptos para la devoción.

Como en una importante capital europea. Una estación del tren, enlazada con el metro (Flaminio, Roma), ostenta en el fondo del andén una gran imagen de María, casi de tamaño natural. Siempre iluminada y con flores, María tiene debajo de los pies esta oración de los maquinistas: Siempre y en todas partes, protege a tu ferroviario.
¡Qué hermosa profesión de piedad sincera en estos tiempos de descristianización! ¡Y qué tino al llamar e invitar a María como compañera en los viajes de más compromiso!
¿Qué habrá adivinado el pueblo cristiano para dirigirse a María con una advocación tan atinada?…

Naturalmente, que lo primero que pide es la protección de la Virgen en los viajes, en las salidas de casa, pues, queramos que no, cada viaje es un riesgo, y queremos regresar al hogar sanos y salvos.

Pero, ya se ve, del camino material —de tierra o asfaltado, es igual— pasamos al camino espiritual que recorremos a lo largo de toda la vida.
El camino de la fe.
El camino hacia la tierra prometida.
El camino de más compromiso, porque no podemos equivocarnos en un cruce cualquiera, lo cual resultaría fatal.
El camino más importante, porque lo debemos recorrer necesariamente y no podemos rendirnos, pues hay que llegar hasta el final, ya que nos va en ello la salvación.

En nuestras iglesias y reuniones, expresamos hoy con un canto que ha hecho fortuna de verdad esa invocación a la Virgen como acompañante del camino:
– Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás. Contigo, por el camino, Santa María va. ¡Ven con nosotros a caminar, Santa María, ven!
Nuestro caminar hacia el Cielo es como el caminar de Israel hacia la tierra prometida.

¿Qué descubrimos en la lejanía durante nuestro caminar? El Apocalipsis nos hace ver como próxima, muy próxima ya, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ciudad soñada, no hecha por mano de hombre, sino construida directamente por la mano poderosa de Dios.
Ciudad tan bella, nos está atrayendo de manera irresistible, pues sentimos en lo más hondo del alma que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de otra futura…  Y es cuestión de llegar a ella sin caer rendidos en el camino… Agarrados de la mano de María, ¿quién no tiene vigor para alcanzarla y establecer en ella su mansión eterna?…

La vida religiosa de Israel nació durante la peregrinación del desierto, en torno al Arca del Señor. Después, la peregrinación hacia la ciudad santa de Jerusalén, donde se levantaba solemne el Templo, era parte muy importante de la vida del pueblo, que se mostró siempre caminante.
María, la Hija de Sión, vivió ilusionada el espíritu y la costumbre de su pueblo, y así la vemos subir cada año en peregrinación a Jerusalén con José y con Jesús, llena de fe, de devoción, de alegría, cantando los salmos graduales de la Biblia con el entusiasmo de todos.

La Iglesia ha imitado en cierto modo esta costumbre de Israel, y ha elegido los santuarios más famosos de la cristiandad como metas de peregrinación para renovarse en el espíritu cristiano. Santuarios, muchos de ellos, dedicados expresamente a María, la compañera nuestra en el camino de la fe.
Con María, causa de nuestra alegría —como la llamamos por habernos traído la felicidad colmada con Cristo—, vamos caminando al encuentro del Señor.

Mientras caminamos hacia la Pascua eterna, cantamos como los israelitas cuando subían gozosos a Jerusalén para la fiesta, como lo hacía María en el Evangelio cada año por la Pascua: – ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.
María es una experta en el caminar, y conoce muy bien todos los senderos…

Y es compañera, de manera muy especial, de aquellos que van en busca de Dios pero no acaban de encontrar el camino verdadero. María está muy metida en las grandes conversiones hacia la Iglesia Católica.

Por ejemplo, en aquella Reina madre alemana. Se rumoreó que quería hacerse católica y un celoso predicador protestante, alarmado, le hizo saber lo más grave que le iba a acontecer: -Tenga presente que, si se pasa a la Iglesia Católica, se va a ver obligada a rezar el Rosario.
La Reina madre sonríe, y contesta con toda malicia, dejando paralizado a su consejero: -Hace tiempo que lo rezo… (María de Prusia, Reina de Baviera, convertida en 1874))
Así era. Aquella alma privilegiada, agarrada de María, recorría con el Rosario el mismo itinerario que Jesucristo y la Virgen recorrieron por nosotros en la empresa de la salvación. Y yendo por ese camino, la reina paró donde tenía que parar… María cuidó muy bien todos sus pasos hacia la plenitud de la fe. Como cuidará todos los nuestros, porque llevamos buena compañera de viaje.

Nosotros seguimos a María en la peregrinación de la fe, y Ella va a la cabeza del grupo, dándonos a todos seguridad y llenándolo todo de alegría, mientras le vamos repitiendo. ¡Ven con nosotros a caminar!…

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