En la órbita de Dios

18. marzo 2020 | Por | Categoria: Dios

Una observación y una ley establecida por un sabio nos van a dar hoy el tema de nuestra reflexión sobre Dios. A Dios habremos subido por la ciencia.
Dicen que nunca el pensamiento humano había ascendido tan alto como cuando Newton declaró, tan modestamente, la ley de la atracción o de la gravitación universal: dijo que todos los cuerpos celestes, todos los astros, se atraen de una manera irresistible, de modo que todos dependen los unos de los otros, sin que ninguno corra aislado por los espacios infinitos… El Sol atrae a la Tierra y la Tierra a la Luna, y una estrella a otra estrella, y una galaxia a otra galaxia…
La ciencia, basada en este principio, hoy indiscutible, aún no ha dicho su última palabra.
¿Tiene el Universo un centro nuclear del cual todo arranca o en el cual todo ha de converger al final?…
Quizá sea ésta una pregunta a la que el hombre no dé nunca una respuesta adecuada.

Pero, ¿diríamos lo mismo del orden espiritual?
Sabemos que aquí la respuesta es categórica: todos arrancamos de Dios, y todos hemos de parar en Dios como centro sobre el cual gravita nuestra existencia.
Venimos de Dios, y vamos a Dios de una manera fatal, dichosamente irremediable…

De aquí vendrán las preguntas más inquietantes:
¿Tiene Dios importancia en nuestra vida?… ¿Podemos prescindir de Dios?… ¿Hay un solo hombre siquiera que se escape de esa gravitación universal de los espíritus, centrada necesariamente en Dios?…
Aunque la Luna no piense en la Tierra, ni la Tierra piense en el Sol, ¿se desvía la Luna un milímetro de la órbita que le obliga a trazar la Tierra, o se escapa la Tierra otro milímetro de la órbita que le impone despóticamente el Sol?…
El último gran cometa del siglo veinte, y que nos fascinó a todos, volverá dentro de tres mil años. ¡Son muchos los millones y millones de kilómetros que se aleja del Sol! Pero, a los tres mil años, el escapadizo cometa volverá muy mansito. El Sol no lo suelta… (El Hale-Bobb, Marzo 1997)
Así, porque nosotros no pensáramos en Dios, ¿nos dejaría Dios escaparnos de su órbita, o dejaríamos nosotros de ir a parar definitivamente en Dios?…

Aquí los hombres nos dividimos en varias categorías, bien definidas, de creyentes y no creyentes.

  • Hay quienes, sencillamente, no creen en Dios. Y eso que podrían descubrir a Dios mejor que nadie, pues ven la obra de Dios mejor que ninguno. Una moderna y famosa astrofísica, investigadora del espacio hacía esta declaración a la prensa:

– Soy atea. No he sentido nunca la necesidad de un dios. Por más que hay científicos que creen.
La dejamos en su ateísmo, pues respetamos plenamente su persona. Pero, con toda su ciencia, es más pobre de lo que ella se imagina… (M. H, Il Tempo, 13 -X-1996)
La fe es un don, y solo el humilde lo acepta cuando Dios lo alarga generosamente.

  • Otros, no ya lo niegan, sino que se colocan en una categoría para nosotros incomprensible: lo atacan, están siempre en CONTRA de Dios, como los ateos militantes, que no han desaparecido del mundo, ni mucho menos… Veremos qué será eso de encontrarse ante Dios con las armas en la mano contra Él…
  • Muchos ni niegan a Dios, ni le atacan. Simplemente, prescinden de Él, porque no les interesa.  Diríamos que están con Dios en una coexistencia pacífica: Él, en su Cielo; ellos, en sus asuntos, contentos de que Dios no les moleste…

Éstos no se confiesan ateos ni enemigos de Dios. Han inventado una categoría especial, que se llama la de los deístas y los agnósticos.
Pero, ante Dios no van a valer las distinciones sutiles: Dios es un Dios personal, que quiere y exige un SÍ o un NO bien claros…
A todos éstos, un día les va a interesar Dios de veras. ¿Habrá ya remedio?…

  • Ante todos éstos, se hallan las personas más dichosas, y nosotros sabemos bien de quiénes se trata y que son bien conocidas en el mundo:

Las que hacen de Dios, muy a sabiendas, el centro de su existencia.
Las que no tienen otro lema ni otra aspiración más que el ¡Sólo Dios!…
Son esas personas que desde la mañana hasta la noche, con su recuerdo y su oración, caminan en su presencia, como Abraham, y son los hombres y las mujeres perfectos (Génesis 17,1)

Nosotros, por la gracia de Dios, nos metemos conscientemente, libremente, amorosamente, en este último grupo, el de los que creen en Dios, y lo aman, y esperan en Él.
Con todo nuestro ser nos dirigimos hacia ese nuestro centro poderoso, con gravitación inevitable e irresistible.
Nosotros tenemos siempre muy en la mente las palabras sabias del apóstol San Pablo a sus oyentes del Areópago de Atenas:
– En Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17,28)
Dios entonces, como una recompensa generosa suya, se nos da a nosotros.
Dios nos busca. Nos atrae. Nos quiere meter en Sí.
Y cuando nos tenga dentro de Sí definitivamente, comprobaremos que hemos sido los seres más dichosos…

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