La Predicación en la Iglesia
10. marzo 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra Fe¿Sabemos lo que significa la predicación de la Palabra de Dios en la Iglesia? ¿Le damos en el culto la importancia que tiene? ¿Nos gusta escuchar al Sacerdote o al Delegado que nos la transmite?… Es interesante escuchar a San Pablo cuando habla de los medios que emplea para anunciar el Evangelio en el mundo de su tiempo, en el mundo en que tiene que desenvolverse y al que el Señor le envía. Por una parte, el mundo judío, que esperaba al Cristo, y por otra el pueblo griego, que adoraba a un montón de divinidades.
¿Qué les va a decir sobre Jesucristo a los unos y a los otros?
Los judíos piden:
– ¡Milagros, milagros!… Divide las aguas del Mar Rojo en dos, como lo hizo Moisés… Haz que se pare el sol, como lo hizo Josué…
Los griegos exigen:
– ¡Filosofía, filosofía! Queremos sabiduría como la de Sócrates, de Aristóteles o de Platón… Lo demás, son cuentos…
Viene ahora Pablo, y les dice a todos:
– Os anuncio a Jesucristo Crucificado (1Corintios 1,21-24)
Lo oyen los judíos, y exclaman:
– ¿Un crucificado puede ser el Cristo? ¿No dice la Escritura que es maldito de Dios el que cuelga de un madero? ¿Con ésas nos vienes tú, con un Cristo muerto en el patíbulo como un criminal?…
Los griegos lo toman a broma:
– ¿Un Dios que se deja matar?… ¿Un Dios tan débil?… ¿Y que después de morir ajusticiado, sale del sepulcro?… Ya te escucharemos otro día estos cuentos tan divertidos…
Para colmo de mala suerte, Pablo tiene pocas apariencias físicas y no es elocuente, como le echan en cara sus detractores de Corinto:
– ¡Mirad qué mezquina facha tiene, y qué palabra tan pobre!… (2Corintios 10,10)
Lo reconoce el mismo Pablo (1Corintios 2,1-2) cuando les escribe:
– No supe hablaros con elocuencia, y estuve entre vosotros con enfermedades y muerto de miedo…
Sin embargo, ahí tenemos al Apóstol, proclamando valiente:
– Dios ha querido traeros la salvación a los creyentes por medio de la tontería, de la necedad, de la estupidez de la predicación. Eso tan necio, nuestra palabra, es la gran sabiduría de Dios. Cuanto más tonto e inútil es el medio, tanto más fuerte se manifiesta Dios.
Y aquí nos encontramos con el gran valor que ha tenido y tiene siempre la predicación en la Iglesia. Por el anuncio de la Palabra se llegó a la fe. Por la predicación y la catequesis, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, se ha transmitido después de generación en generación el depósito de la fe y de la moral cristianas (2033). El ministerio de la predicación es un acto de fe lo mismo en los pastores que en los oyentes. Los pastores saben que hablan la misma Palabra de Jesús y que la anuncian en su nombre. Y lo hacen como lo hacía el Maestro.
Jesús lo hacía tan bien, que los guardias del Templo no lo quisieron apresar cuando se lo mandaron los jefes de los pontífices, y así que les respondieron:
– ¡No lo hemos apresado! Porque ninguno ha hablado como habla este hombre.
No hay pastor que no se esmere en predicar lo mejor que puede, por respeto a la misma Palabra de Dios y a sus oyentes. La homilía dominical, sobre todo, es de un valor incalculable. Los oyentes en la Iglesia saben que escuchan al mismo Jesús, que les habla por sus pastores, a quienes dijo el Señor:
– Quien a vosotros escucha, me escucha a mí.
Así se entienden casos como éstos, que podemos citar como ejemplo.
El Profesor de Física ―verdaderamente notable y muy respetado de sus alumnos—, a los que dice al reanudar las clases después del domingo: Sí, ayer descansé con gusto. ¡No saben lo reconfortante que es sentarse en una banca de la iglesia y escuchar a un sacerdote que le cuenta a uno maravillas de Dios!…
Y otro. Mientras aquel Misionero santo estaba predicando un sermón, dos tipos de la calle se paran en la puerta del templo a curiosear:
– Oye, vamos a quedarnos aquí a ver qué dice este predicador tan majadero.
El Misionero, que desde el púlpito no ha podido oír nada, interrumpe el sermón:
– Sí, hermano. Soy un ignorante y además un pecador. Pero soy un sacerdote que predica la palabra de Dios, y enviado por el mismo Dios, que le pide a usted se convierta (San Antonio María Claret)
Y aquel par de presumidos se arrodillaban después en el confesonario para pedir la absolución…
La Predicación. Una cosa tan sencilla. La que no les gustaba a los judíos y la que despreciaban los griegos… Esa predicación que nosotros, los creyentes, escuchamos siempre de buen grado. Porque con ella sabemos que se mantiene, se vigoriza y se desarrolla plenamente nuestra fe. La predicación. Ese regalo de Dios a su Iglesia santa.