La Santa Madre Iglesia
19. marzo 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: IglesiaHablar de la madre resulta siempre un placer. Gozar del amor de la madre es una felicidad grande de verdad. Estar con la madre es la seguridad mayor. Porque madre no hay más que una. Y no hay amor como el amor de madre…
Todas esas cosas las decimos continuamente. Pero, cabe preguntarse: ¿tenemos solamente una madre? Y, apenas formulada la pregunta, ya está nuestra mente corriendo muy lejos…
Entre los muros de la casa, encontramos a la mujer querida que nos dio el ser…
Nos metemos en el templo, y ante la imagen de la Virgen, empezamos a exclamar: ¡Oh Señora y Madre mía!… Porque a María la confesamos también Madre nuestra.
Y queda otra madre verdadera, a la que llamamos también la Santa Madre Iglesia.
No podremos quejarnos de que Dios nos haya dejado huérfanos. Porque nos ha dado estas tres madres que nos envuelven de cariño, de amor profundo, de cuidados continuos, de solicitud amorosa, y esto desde el momento de la concepción hasta el instante supremo de la partida de este mundo.
Ciertamente, que Dios no nos ha dejado huérfanos. Al contrario, el amor de la madre se ha multiplicado de manera prodigiosa para envolvernos de ternura en todos los órdenes de nuestra vida humana y cristiana.
Hoy, nuestra mirada se va a detener en esa Madre que es la Iglesia.
Y nos preguntamos sin más: Pero, ¿es cierto que la Iglesia es madre? ¿no se tratará simplemente de una acomodación del nombre?
La cuestión se resuelve de manera muy fácil. Ser verdadera madre exige haber dado la vida. Y la Iglesia, ¿nos ha dado la vida, sí o no?
Desde el momento que la vida de Dios, la vida de la gracia, la vida eterna, nos la comunicó Dios en la Iglesia y por medio de la Iglesia, a la Iglesia la llamamos Madre con verdadera propiedad.
La Iglesia es Madre espiritual con la misma propiedad que en el orden biológico es madre la mujer que nos llevó en su seno.
La pila bautismal es esa misteriosa matriz de la Iglesia, en la que Dios nos concibe y en la que empezamos a ser cristianos, poseedores, desde ese preciso momento, de la vida divina.
Pero, veamos los momentos culminantes del ejercicio de la maternidad de la Iglesia.
El primero, lo acabamos de decir, es el momento de la concepción en el seno de la Iglesia. Al caer el agua bautismal sobre la cabeza, quienes eran nada más que un hombrecito o una mujercita, han quedado convertidos en un hijo, en una hija de Dios. Y esto es lo que nos dice San Pedro:
– Habéis sido engendrados no de un semen corruptible, sino de uno incorruptible, que nos hace partícipes de la naturaleza misma de Dios.
Como en la concepción de Jesús dentro del seno de María, en nuestro origen cristiano se encuentran solamente el Espíritu Santo y el seno también virginal de la Iglesia, que es madre-virgen de los hijos de Dios, regenerados por el Bautismo.
¡La Iglesia es verdadera Madre, porque da la vida!…
El segundo momento abarca la vida cristiana entera. Igual que ocurre en la maternidad natural, y aún más todavía. Se trata de la alimentación, del cuidado, del desarrollo y de la conservación de la vida hasta que llega a su plenitud. Nuestra madre natural desempeña esta función hasta que el hijo o la hija se emancipan, como adultos, para tomar un estado o un puesto de manera independiente en la sociedad.
En la Iglesia no se llega a ese punto sino hasta la muerte misma. Y la Madre Iglesia, con solicitud creciente, alimenta la vida divina de sus hijos con los Sacramentos, con la oración, con la Palabra, con todos los medios que Jesucristo le puso en las manos, hasta que los despide gozosa para el Cielo.
¡La Iglesia es verdadera Madre porque nos nutre la vida divina mientras peregrinamos por el mundo!
El tercer momento es éste precisamente: hacernos entrar en la Gloria. Pero es un momento que, como el anterior, abarca la vida entera. La misión más grave de una madre —¡qué bien que lo sabemos!— es formar a los hijos para la vida. Que el día de mañana esos hijos la puedan bendecir por haberles dado lo mejor, y que ninguno de los hijos se pierda porque no se les formó debidamente…
Igual hace la Iglesia, a la que Dios ha confiado sus hijos.
Porque la Iglesia, con el gobierno de sus Pastores, con su doctrina, con sus leyes prudentes, con sus avisos si hace falta, ¿qué otra cosa pretende sino formar a sus hijos para la vida eterna, a fin de que ni uno solo perezca?…
¡La Iglesia es verdadera Madre porque nos prepara y nos lleva hasta la vida eterna!
Así, al llamar a la Iglesia Madre nuestra, no estamos hablando sólo bellamente, con una alegoría o comparación siempre muy dulce, sino que estamos expresando una gran realidad, como es la maternidad espiritual de la Iglesia sobre todos los bautizados.
En la vida cristiana nos hallamos, desde el principio hasta el fin, con estas tres madres:
– la madre natural, que nada más nacemos ya nos entrega a la Iglesia;
– la Iglesia, Madre que nos da la vida divina, y nos entrega a María;
– María, Madre de la Iglesia y Madre de Dios, que nos da a Jesús y a Dios.
Sintonizando con los sentimientos de estas tres MADRES, ¿es posible perecer, ni en vida ni en la eternidad?…