Mirando siempre a Dios

25. marzo 2020 | Por | Categoria: Dios

Cuando aqui hablamos tanto de Dios, ¿en qué sentido hablamos de Él? ¿Cómo nos lo queremos figurar? ¿Qué pretendemos al hablar de Dios? ¿Para qué pensamos en Él?
Convencidos de que Dios es nuestro último fin, la meta hacia la cual corremos, la felicidad por la cual  suspiramos, queremos que Dios llene todos los momentos de nuestra vida.
Dios, para atraernos hacia Sí, mandó al mundo su Hijo, hecho hombre, Nuestro Señor Jesucristo. Y Jesucristo nos arrastra, nos muestra visiblemente la faz invisible de Dios, y nos dice que somos dichosos si somos limpios de corazón, porque un día veremos a Dios.
Pero ya aquí, mientras peregrinamos hacia la Patria, quisiéramos saber cómo podemos figurarnos a Dios. Cómo lo podemos encontrar en las cosas. Cómo nos lo podemos imaginar en nuestra oración, para que no nos resulte extraño. Cómo podemos hacer más fácil la presencia de Dios en nuestras almas…
Para conseguir este fin —el de hacernos más asequible la presencia de Dios— a lo mejor nos resultan provechosos unos versos muy curiosos sobre la manera de cómo Dios está en todas las cosas del universo, desde las estrellas más grandes y lejanas hasta en los insectos más diminutos. Son unos versos ingeniosos, que yo he encontrado en un libro de formación teológica, y nos dicen que Dios está así:

– Sobre todas las cosas, debajo de todas las cosas, fuera de todas las cosas, dentro de todas las cosas.
– Está dentro de todas las cosas, pero las cosas no lo encierran, las llena todas y ninguna le oprime.
– Está fuera de todas las cosas, pero las cosas no lo pueden excluir, y Él las abraza todas.  
– Está sobre todas las cosas, pero las cosas no lo pueden despedir hacia arriba, y Él las preside todas.  
– Está debajo de todas las cosas, pero las cosas no se le pueden escapar, las sostiene todas y no le causan fatiga (Heriberto)

Sin tanto enredo de palabras, un salmo de la Biblia nos dice lo mismo que estos versos y también de forma muy poética:
– Si subo al cielo, allí estás tú. Si bajo hasta el abismo, allá te encuentro. Si tomo las alas de la aurora y vuelo al extremo del mar, allí me espera tu mano para agarrarme. Si me digo: a lo mejor las tinieblas me esconden y no me ve, la oscuridad te resulta más clara que la luz. Entonces, ¿dónde me esconderé sin que me veas?… (Salmo 138, 7-12)

Ahora nos ponemos nosotros a discurrir sobre esto que nos dicen un teólogo y un salmo de la Biblia, y nos preguntamos:
– ¿Quién es Dios y cómo es ese Dios a quien yo miro tanto, y cómo Dios me mira a mí?
No dudemos de que cada uno se va a responder a sí mismo según la propia imagen que tiene de Dios.
Lo más probable será que las estampas catequísticas, las que miraron nuestros ojos de niños, tengan todavía influencia muy fuerte en nuestra imaginación.
Y así, a lo mejor vemos a Dios siempre allá arriba, en lo alto, lejos, lejos…
Quizá lo contemplamos con barba de viejo venerable…
Quién sabe la imagen que cada uno tiene formada de Dios dentro de sí…

¿Y esto es bueno o es malo? ¿Conviene o no conviene seguir así a lo largo de la vida? ¿Podemos continuar pensando como cuando éramos niños? ¿No será mejor cambiar la imagen por pensamiento puro?…
Tanto da. Lo importante es andar en la presencia de Dios, y ver a Dios y verse ante Dios cada uno como más le gusta y satisface. Hay que verse metido en Dios siempre y en todo momento, de modo que sea un imposible prescindir de su presencia divina y amorosa.

Si miramos la Palabra de Dios, la filosofía y la teología, y, sobre todo, si atendemos a la voz misteriosa de nuestra conciencia, nos damos cuenta de que estamos metidos en Dios; de que Dios nos envuelve por completo; de que Dios no nos suelta nunca, y de que no podemos prescindir de Dios en ninguna parte.

Un Santo Padre y Doctor de la Iglesia antigua, en sus catequesis famosas, nos cuenta cómo unos paganos, ante la multitud de dioses que existían en cada pueblo, se eligieron ellos su dios propio. Lo hicieron democráticamente, y resultó elegido el Sol. Discurriendo muy bien a su manera, se dijeron:
– Como el Sol nos ve solamente durante el día, nos portaremos bien mientras haya luz. Como por la noche se esconde, haremos entonces lo que nos venga en gana y nos divertiremos con gusto… (San Cirilo de Jerusalén)

Estos pobres paganos, a fuer de listos, resultaban un poco infelizotes. Pero no dejaban de tener una filosofía que aún perdura en el mundo.
Porque son muchos los que dicen hoy que creen en Dios, pero se cuidan muy bien y prefieren no pensar en Él. Les resulta mucho mejor y más práctico meter la cabeza en la arena, haciendo el juego del avestruz. Pero, porque ellos dejen de pensar en Dios, ¿deja Dios de pensar en ellos?…

Nosotros discurrimos muy al revés.
¡Qué suerte la nuestra, porque tenemos un Dios que nos ve siempre!
¡Qué suerte la nuestra, porque tenemos un Dios que vela por nosotros y nos encierra en su corazón!
¡Qué suerte la nuestra, porque tenemos un Dios que nos llama, y nos da la mano, y nos arrastra hasta donde Él se manifiesta en su gloria!…

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