Encuentros con Dios

6. mayo 2020 | Por | Categoria: Dios

Hoy vamos a hacer una meditación sobre Dios, inspirados por los antiguos artistas griegos, que tenían una gran imaginación para el arte, igual que tenían una gran intuición filosófica.
Dicen, pues, que aquellos artistas y filósofos, al querer representar a Dios, tuvieron la feliz ocurrencia de pintar un ojo entre las nubes, de tal manera que, se mirase desde el ángulo que fuera, el ojo te estaba siempre mirando: era imposible escaparse de aquella mirada.
Vamos a decir que aquellos artistas y filósofos estuvieron acertadísimos. Porque, vayamos adonde vayamos, el ojo de Dios nos estará siempre mirando, puesto que Él está en todas partes. Venimos de Dios, vamos a Dios, y Dios nos invade por completo.

Un contemplativo hindú, al observar el agua del río caudaloso, se estaba diciendo:
– Esta agua fluye del Oriente hacia el Occidente; la otra, del Sur al Norte; pero, cualquiera que sea su dirección, ninguna puede huir del mar. Sin embargo, los ríos olvidan que han salido del mar y al mar tienen que volver.
La Biblia dice esto mismo por el profeta Jeremías, aunque sin tanta poesía como el hindú, y con un poco más de malicia. Porque pregunta:
– ¿A ver si se ocultará algún hombre en algún escondrijo sin que yo lo vea? ¿Por ventura no lleno yo el cielo y la tierra?… (Jeremías 23,24)

Ante esta visión de Dios, los hombres nos dividimos en dos categorías muy bien definidas: los que amamos a Dios —y, con la gracia de Dios, esta es nuestra realidad— y los que se quieren alejar de Dios.

Para los primeros, Dios es el Padre amoroso, como lo era para el Jesús del Evangelio. ¡Hay que ver cómo lo amaba Jesús, y cómo vivía pendiente de Dios en todo!
Esta actitud de Jesús para con Dios su Padre es la más característica del Hombre Nuevo que ha venido a enseñarnos e inaugurar con su vida Jesucristo. Desde Jesús, el hombre y la mujer vuelven a ser los amigos de Dios que eran en el paraíso Adán y Eva, los cuales se paseaban en compañía de Dios por el jardín con la brisa del atardecer…
Igual que Jesús, nosotros vemos cómo Dios no nos deja un instante, y, encima de que nos es un imposible escondernos de Dios, todavía lo buscamos con gran ilusión, para estar siempre en su presencia y en comunicación continua con Él. Ni Dios nos deja, ni nosotros lo dejamos nunca. Somos felices de verdad…

Para los segundos ―¡pobrecitos de ellos, cómo los compadecemos!—, Dios es el enemigo del que hay que esconderse y al que hay que combatir incluso. Se enfrentan con Dios como el diestro ante el toro feroz en la plaza: o lo matan o les mata. Empeño inútil. Dios los envuelve con amor, pero ellos se alejan, porque Dios les estorba para una vida que quieren libre…
Pensamos, sobre todo, en el encuentro definitivo con Dios. Unos y otros, los de ambas categorías, nos sentiremos prisioneros de las manos divinas, que no nos soltarán jamás.
Vemos en la Biblia cómo Dios habla de los unos y de los otros.

A los que pretenden escapar de Dios, el Señor les dice por el profeta:
– Nadie escapará de mi mano (Oseas 2,10)
Seriedad, firmeza y bondad de Dios, que quiere salvar a todos sin que nadie se pierda.

Para los otros —confiamos que para nosotros—, está la palabra de Jesús, cuando habla de sus ovejas en la persona del Buen Pastor:
– Yo las conozco, y nadie las podrá arrebatar de mi mano (Juan 10,28)
Como si dijera: porque son míos, estarán siempre conmigo en el mar infinito de la felicidad de Dios…

Conforme a estas dos sentencias de la Biblia, pensamos en lo que será ese encuentro último con Dios. Realizado sin aparato, sin ruido, sin espasmos. Con la naturalidad con que Dios hace sus cosas.
Para aquellos que se alejaron de Dios, deberá ser tremendo el choque con Aquél a quien evitaron conscientemente. En millonésimas de segundo, verá el hombre cómo Dios va saliendo de la oscuridad, va creciendo a ojos vistas, de manera cada vez más clara, más imponente, más grandiosa, y ve cómo Dios lo aleja de Sí, porque él se ha alejado antes voluntariamente de Dios… Lástima que a estos pobres no se les ocurrió seguir el consejo de San Agustín:
– ¿Quieres huir de Dios? Huye hacia Dios. Nadie obra bien al huir de Dios, a no ser huyendo hacia Dios.

Para nosotros, que queremos estar siempre con Dios, será el momento cumbre de nuestra existencia, al ver cómo Dios nos mete definitivamente en su gloria. ¡Si vale la pena soñar en ese instante!… La palabra repetida del apóstol San Pablo a nosotros no nos da miedo, sino que nos infunde esperanza, cuando nos dice: Todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Jesucristo…, ante el tribunal de Dios (2Corintios 5,10; Romanos 14,10).  
Si para unos esta comparecencia será de condenación, para los creyentes y los que buscamos sinceramente a Dios será la del abrazo soñado con nuestro Padre que nos ama

Entonces, sólo entonces, comprenderemos todo el significado profundo, consolador, bellísimo, que encierran esas palabras del canto, con palabras del mismo Pablo:
– Si vivimos, vivimos para Dios. Si morimos, morimos para Dios. En la vida y en la muerte, somos de Dios…

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