La Reina y Madre

11. mayo 2020 | Por | Categoria: Maria

Un músico célebre, allá en un hotel de Holanda, ve en la sala a un grupo de caballeros, y entre ellos uno que le interesa de modo especial:
– ¿Es usted sacerdote católico?
– Sí, y para servirle.
– Quiero hablar con usted detenidamente. ¿No podríamos ir a un lugar reservado?
Ya los dos en la habitación, el músico descubre al sacerdote su inquietud:
– Padre, siento la muerte en mis venas y quiero reconciliarme con Dios, ahora, aquí mismo. Ayúdeme, porque no lo he hecho desde niño.
Descargada del todo su conciencia, se siente feliz y expone al sacerdote un deseo: Quiero componer un Padrenuestro, para que sea cantado en mi próximo funeral. Para Dios, para mi Padre.
Se retira el compositor a descansar y duerme el sueño más feliz de su vida. A la mañanita siguiente, nueva llamada al sacerdote:
– Perdóneme, ya no le voy a llamar “Padre”, sino “amigo”, porque ningún amigo ha hecho tanto por mí, pues me has salvado. Y quiero rectificar algo que te dije ayer. No voy a componer el Padrenuestro, sino la Salve, para que se cante en mi funeral, porque ha sido la Virgen, a la que de vez en cuando rezaba un Avemaría, la que me ha conducido a Dios. Cuida tú de que esa Salve, mi última composición, se cante ante mi cadáver: ¡A la Virgen! ¡A la Virgen María, que me ha llevado a Dios!
Antes de dos meses, se cantaba aquella Salve, ante el féretro del compositor, homenaje póstumo a su Reina y Madre del cielo (Max Reger, Amsterdam, Mayo 1916)

Una vez más, que vemos a María cumpliendo su misión. El recién convertido lo adivinó. La Virgen le empujaba hacia Jesús en el Sacramento del perdón, para caer definitivamente, y de manera ya próxima, en los brazos de Dios que le esperaba en su Cielo.

Este músico holandés pone en nuestros labios las primeras palabras de la oración más bella a la Virgen, después del Avemaría: ¡Dios te salve, Reina y Madre de misericordia! ¿Cuántos siglos hace que se le canta a María esta oración enternecedora?
Reina, sí; pero también Madre. Y mucho más Madre que Reina.

¿Por qué Reina de misericordia? Porque, por muy ensalzada que la veamos en el Cielo, la adivinamos, en medio de su dignidad y grandeza, llena de benignidad, de generosidad, de bondad. La vemos intercediendo ante el Rey, Jesucristo, como la Ester de la Biblia pidiendo piedad para su pueblo al rey Asuero.

Como Reina, María se convierte sin más en la Abogada nuestra, ante Jesucristo el Redentor y ante el Padre. Pide a su Hijo Jesús, el Rey inmortal de los siglos, por la salvación del pueblo, que acude a Ella en todas sus necesidades y peligros, sabiendo que en María tiene una Reina clemente y compasiva.
Tradicionalmente, en todos los pueblos, la Reina era la figura que derramaba bondad entre la gente, mientras que el Rey se ocupaba en los asuntos de Estado. Hoy, no hemos cambiado de sistema. Aunque en nuestros pueblos republicanos y de régimen presidencial no tengamos una Reina, pero hacemos y pedimos que haga su papel la Primera Dama, a la que consideramos dotada de bondad, de cariño, de generosidad, y con las manos abiertas a todos los necesitados.
Y esto es María para el Pueblo de Dios: la Reina o la Primera Dama —llamémosla como más nos guste— que esparce por doquier el cariño que le llena el Corazón.

A ese título de Reina, el pueblo le unió de manera indisoluble el de Madre, y Madre también de misericordia, como mucho más profundo, más íntimo, más en consonancia con su misión. Porque fue María la que nos trajo, como Madre, al que ha sido la gran manifestación de la misericordia de Dios, Jesucristo, el Salvador.

Y el mismo pueblo de la fe le ha añadido al nombre de Madre los calificativos que más ensalzan su bondad inenarrable: clementísima, tiernísima, amantísima.   
Es María la Madre solícita que, viendo que nos falta el “vino mesiánico” de la gracia y de la alegría, intercede ante su Hijo con palabras simples, pero que Ella sabe son todopoderosas: “No tienen vino”.

San Bernardino de Siena, hace ya muchos siglos, comentaba este hecho diciendo: Si María, sin ser rogada, acude al Hijo de Dios, diciendo: “No tienen  vino”, ¿qué hará cuando se le ruega? Si esto lo hizo viviendo en la tierra, ¿qué hará reinando en el Cielo?
Un simpático viejo se reía de los que no sabían cómo son los ojos de la Virgen María.
– Pero, a ver, díganos cómo son, usted que nos dice que los ha visto.
Y el viejito, bromeando hasta el fin:
– ¿De veras que no lo saben? ¿Es que no rezan ustedes nunca la Salve? ¿Nunca le han dicho a la Virgen: “vuelve a nosotros esos sus ojos misericordiosos”? ¿Aún no lo entienden?…

El Papa Juan Pablo II, viendo en María la gran imitadora de los sentimientos de Jesucristo, y adornada por Dios con un carisma singular para compartir la bondad del Redentor, nos dice: María, con un singular y totalmente extraordinario don, como ningún otro lo ha recibido, conoce la misericordia y la ha experimentado de manera también extraordinaria. Todo, a favor nuestro. Por algo lo haría Dios así…

El músico célebre quiso la Salve cantada en su funeral. Nosotros no esperamos aquel día para decirle a la Virgen: ¡Oh clementísima, Oh piadosa, Oh dulce Virgen María!…

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