Oficios de Madre
21. mayo 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: IglesiaEn una cosa tan importante para nosotros como es la Iglesia nos conviene tener una ideas claras, ya que es uno de los puntos fundamentales de nuestra fe. Nuestra confesión del Credo es muy clara a este respecto: Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. A esta Iglesia nosotros la llamamos Madre, y decimos bien. Porque, además de ser verdadera Madre en el Espíritu, desempeña siempre con nosotros oficios verdaderamente maternales.
Es muy posible que muchos tengan ideas muy equivocadas acerca de la Iglesia Católica. Al ver cómo desarrolla su vida, su culto, sus leyes y costumbres, y sobre todo sus enseñanzas, piensen que se trata de una institución humana con normas duras, con exigencias rigurosas, con imposiciones intolerantes. Nada más alejado de la realidad. La Iglesia es ante todo y sobre todo una Madre, y todas sus funciones son maternales.
Aquel convertido inglés luchó muy fuerte antes de su conversión, precisamente porque pensaba en una Iglesia dogmática, rigurosa, dictatorial. Ya ingresado, decía después:
¿Por qué me engañaban y me disuadían mis amigos, diciéndome que en la Iglesia Católica no iba a encontrar más que rigor? ¿Por qué me decían que iba a perder toda mi libertad? ¿Por qué me decían que no podría ni pensar? ¿Por qué me decían que sólo me tocaría obedecer?
En vez de todo esto, en la Iglesia he encontrado una madre. La Virgen María no es sólo la Madre de Jesús, sino la Madre de la Iglesia que enseña a la Iglesia a ser también una Madre con todos sus hijos.
Al entrar en la Iglesia Católica, he sentido lo que son los amores de tres madres: mi madre querida, que se despidió de mí con un beso para irse al Cielo; la Virgen María, la Madre que Jesús me dio desde la cruz, y, finalmente, la Iglesia, en quien he encontrado una Madre más.
Este testimonio del convertido inglés está avalado por la Biblia, que llama Madre a la Iglesia. El apóstol San Pablo llama Jerusalén terrena a la alianza del Sinaí, que engendra hijos esclavos; mientras que la nueva Jerusalén, la Iglesia, que es madre nuestra, engendra hijos libres (Gálatas 4,26)
Los Hechos de los Apóstoles nos muestran la fecundidad de la Iglesia desde un principio:
– El Señor hacía crecer cada día la Iglesia y el número de los elegidos… Iban en aumento los fieles del Señor, multitudes de hombres y mujeres (Hechos 2,47 y 5,26)
De este modo, la Iglesia se convirtió pronto en Madre de pueblos, igual que es Madre de cada uno de los bautizados en particular. Como Madre nos ama a todos, y todos podemos decir:
– Somos hijos entrañables de la Iglesia; somos sus propias entrañas, somos su corazón.
Los que nacimos de un hombre y de una mujer que nos dieron la vida humana, ahora nacemos de la Iglesia, llena de la gracia del Espíritu Santo, que la fecunda virginalmente, y somos hijos de Dios por esta Madre que nos ha engendrado a la vida divina, por esta Madre que es la Iglesia.
¿Es todo esto sentimentalismo? Al hablar así, ¿nos dejamos llevar sólo del corazón? Eso de que la Iglesia es Madre, ¿es solamente una comparación bonita, tierna, carente de sentido?…
Hay quienes piensan así, y son otros muchos los que piensan y dicen todo lo contrario: que la Iglesia no es más que enseñanza incontestable, legislación severa, autoridad impositiva.
Unos y otros están muy equivocados al pensar y al hablar así.
La Iglesia, por habernos engendrado a la vida de Dios, es Madre nuestra. Y si es Madre, sus funciones con nosotros deben ser por fuerza maternales.
¿Es cierto que la Iglesia es severa cuando enseña?… Aquí sí que debemos ser sinceros de verdad:
Cuando se trata de defender lo que Jesucristo enseñó y la doctrina que Jesucristo le confió, la Iglesia se convierte en una leona. En cuestión de fe, no cederá jamás. No cederá ni un milímetro. Jamás permitirá el más pequeño error.
Y esta intransigencia, ¿por qué? ¿por autoritarismo? No, sino porque la Iglesia no puede ser infiel a Jesucristo, ni consiente que ningún hijo suyo se pierda por infidelidad a la doctrina del Señor y por blasfemia contra su Palabra. Llamar dogmática a la Iglesia —con retintín, por desprecio o con rebeldía— es tributarle el mayor honor: con esa palabra confiesan que la Iglesia se mantiene fidelisima a Jesucristo.
Pero, esa Iglesia que es rigurosa total en el púlpito, es compasiva y buena hasta el extremo en el confesonario.
Queremos decir con esta comparación: en la enseñanza de la verdad, la Iglesia es inflexible; en la práctica pastoral, es bondadosa a más no poder.
Es el encargo que recibió del Señor, cuando le dice a Pedro como Vicario suyo en la jefatura de la Iglesia:
-¿Que cómo y cuanto tienes que perdonar? ¿Sólo siete veces? Te digo que setenta veces siete. Siempre, y ya está dicho todo (Mateo 18,22)
Así otorga la Iglesia el perdón. Así otorga todos los demás misterios del Señor, y así desempeña los ministerios que le confirió Jesús: como el servicio de una madre que nunca se cansa, y que no exige nada por el amor que derrocha con sus hijos. Porque lo único que quiere es verlos salvados a todos.
De la Iglesia se dirán muchas cosas en el mundo, como se dicen de Jesucristo. Pero, para nosotros, la Iglesia Católica es nuestra Madre. ¡Y qué Madre que nos ha dado Dios con la Iglesia!…