¿Vivir sin Dios? ¡No!…
27. mayo 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosEl profeta Isaías lanza un grito lastimero cuando ve la situación del pueblo de Israel:
– Estamos esperando la luz, y no hay más que tinieblas. Caminamos como ciegos, agarrados a la pared, para no caernos. Tropezamos al mediodía como en las sombras del anochecer. Vamos andando como muertos en medio de los vivos. Lanzamos aullidos como los osos, y gemimos como palomas… Todo, porque hemos renegado del Señor y ya no seguimos a nuestro Dios (Isaías 59,9-13)
Nosotros no nos diremos seguramente unas palabras como éstas, porque gracias a Dios tenemos fe. Pero no podemos negar una cosa: que gran parte del mundo moderno se debate en una situación muy semejante a la descrita por el profeta.
Por eso, nos decimos con prudencia: ¿No podremos llegar también nosotros a esta situación desesperada? ¿Y no podemos prevenir una situación dolorosa como ésa? La respuesta la tenemos a flor de labios:
– No dejaremos que Dios muera en nuestros corazones, porque la luz de la fe alumbrará siempre nuestros pasos. En nuestra vida personal, en nuestra vida familiar, en nuestra vida social, Dios ocupará siempre el lugar que le corresponde, que es el lugar primero. Si Dios llena nuestra vida, no tenemos nada que temer. Nuestra perdición empezaría el día en que nos alejáramos de Dios, y de Dios no nos alejaremos nunca.
Un lenguaje como éste podrá parecer un poco extraño. Pero responde a la realidad denunciada por todos los observadores de la sociedad moderna.
Son muchos los que se alejan de Dios y se crean nuevos dioses, porque es muy difícil vivir sin un dios. Si el domingo —por poner una comparación y un ejemplo—, no se vive del Dios que se nos manifiesta y se nos da de modo especial en el templo, se buscará otro dios en el estadio, y el Dios de la Misa será sustituido por el dios del fútbol o de la carrera de caballos.
De este modo, poco a poco, insensiblemente casi, se va cayendo en un nuevo paganismo, y se vive en esa angustia de quien no espera un mundo mejor para después. Los hombres se crean un dios para este mundo, y ese nuevo y falso dios muere con la misma vida del hombre.
Para convencernos de esto, no hace falta recurrir a escritores o periodistas que nos cuentan siempre casos muy llamativos de otras partes del planeta. Basta que cada uno de nosotros acuda a recuerdos personales entre la gente que nos rodea, y reconocerá que ese olvido de Dios se puede imponer también entre nosotros.
Aquella joven se iba a casar. Buena muchacha, soñaba en una vida hogareña honrada y feliz, cuando escucha de su madre, que la deja desconcertada:
– Mira, hija mía, la vida vale según el dinero con que cuentes. Te has quedado con un novio que no te trae mucho, y a ver cómo te va a ir. Para divertirte necesitas mucho, y yo te veo con poco. Espabílate sea como sea…
Esta pobre madre era pobre de verdad. En vez de aconsejarle a la hija que entronizara al Sagrado Corazón en su nuevo hogar, le decía que levantase en el centro de la casa el altar al dios oro, para disfrutar después en grande del dios placer. Y Dios, el verdadero y único Dios, ¿dónde iba a estar?…
En uno de nuestros pueblos —y nos lo contaba el mismo sacerdote a quien le ocurrió el caso—, se encuentra por casualidad el cura con un feligrés al que nunca había visto en la iglesia, y le pregunta con aire de simpatía para ganarlo:
– ¿Y cómo le va?
El otro responde con cinismo casi:
– Mejor que a usted.
El Padre ve por dónde debe llevar el diálogo:
– Eso, habríamos de discutirlo.
El feligrés en cuestión responde cada vez más insolente:
– Cuando usted no me ve en la Iglesia, señal de que no lo necesito.
Y el sacerdote, muy sereno:
– A mí, desde luego que no me necesita usted. Pero, ¿no necesita usted a Dios, de quien yo hablo en la Iglesia?
– ¿A Dios…, a Dios…? Siempre la he pasado sin Él, y nunca me ha hecho falta.
El Padre clava la última puntillada:
– ¿Y no le va a hacer falta, al menos en el último momento de su vida? Por si acaso, sepa que para entonces me tiene usted a su disposición…
Este fue el diálogo que nos contaba el sacerdote, un diálogo que nos hace pensar. Dios puede ser sustituido de momento por otros dioses más tangibles, más palpables, más placenteros y más divertidos. ¡Pero, a ver con cuántos de esos dioses puede pasarse la frontera a la que nos vamos acercando!…
Señor Dios, ¿que muchos te olvidan? ¡Nosotros nos acordamos siempre de ti!
¿Que muchos te dejan? ¡Nosotros te buscamos siempre!
En la vida y en la muerte, Tú eres nuestro único Dios…