Aquel primer jardín…
30. junio 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra FeCuando queremos hacer el bien y portarnos de manera inmejorable, ¿logramos realizar todo lo que nos hemos propuesto? La verdad es que siempre nos quedamos muy lejos de nuestras aspiraciones, a pesar de nuestra buena voluntad. ¿Por qué? Si aspiramos a tanto, ¿por qué nos quedamos tan cortos y fallamos tantas veces?… ¿Por qué Jesús tuvo que decirnos: ¡Al tanto, que el espíritu está pronto y muy decidido, pero la carne es flaca y muy débil!…
La verdad que Dios nos ha revelado sobre el pecado de Adán en el paraíso es muy importante. El demonio, por el pecado, hirió nuestra naturaleza. Y hemos de ser conscientes del mal que llevamos dentro y con el cual hemos de contar a pesar de nuestros esfuerzos.
Una antigua leyenda del Asia nos relata el caminar de dos viajeros. Iban andando, andando sin cansarse de contemplar tanta belleza por aquella región.
– Oye, tú, dime: ¿cómo es posible tanto jardín, tanta flor y frutos tan exquisitos en esta tierra?
– ¡Claro! Con semejante río fecundando estas tierras, ¿cómo no va a ser todo un paraíso?
– ¿Y por qué no nos quedamos aquí para siempre?
– Sigamos, sigamos… A lo mejor encontramos mayores maravillas más adelante.
Caminaron todavía un buen trecho por la noche a la luz de la luna llena, sin pensar en la sorpresa que les esperaba al día siguiente. Al despertarse con intención de seguir adelante, lanzan un grito de angustia:
– ¿Qué es esto? ¿Cómo es que se han perdido el jardín, las flores y los frutos?…
Desandan el camino que habían recorrido de noche, y ven que las aguas del río se han vuelto negruzcas, sucias, malolientes… Suben margen arriba, y dan con un riachuelo salido de una fuente putrefacta. Al dar su agua en el río grande, lo corrompe todo, lo emponzoña, le quita casi toda su fecundidad. Los dos viajeros se dicen pensativos y tristes:
– ¡Dios mío! ¿Una sola fuente es tan mala que causa tanto mal?…
Dejamos nosotros en este momento a los dos viajeros del Asia sumidos en su asombro y en su dolor, abrimos la Biblia en sus primeras páginas, y ahora, cuando ya somos mayores, nos encontramos con el relato de la serpiente astuta, de la mujer bonita que agarra el fruto del árbol, del ángel con una espada de fuego en la puerta del jardín soñado…, de todo aquello, en fin, que tanto excitaba nuestra imaginación infantil, y nos damos cuenta de la sabia pedagogía de Dios.
Con un relato mítico así de cautivador, nos ha entrado una lección tan importante y tan difícil de explicar como es la caída del hombre en sus principios.
Hemos dado con la fuente del agua corrompida que ha infestado todo el río antes tan bello.
Sin el hallazgo de esta fuente fatal, es imposible entender el misterio que nos envuelve a la Humanidad pecadora y doliente.
¿De dónde viene el mal que nos destroza, y el dolor que nos tortura?
¿De dónde la muerte, que detestamos?
¿Por qué tanta cosa bella de este mundo ha de estar revuelta con tanta desgracia?
¿Y a qué viene ese Jesús colgado en una cruz?…
Sólo Dios podía desvelarnos el misterio, y lo ha hecho con ese relato tan genial del paraíso tal como lo relata la Biblia, encanto de los niños y asombro de los mayores.
El moderno Catecismo de la Iglesia Católica (374-379) da una importancia suma a este hecho, y uno de los pensadores más grandes de los últimos siglos nos dice de sí mismo:
– Cuando la religión cristiana me explicó la doctrina de la caída, se me abrieron los ojos y vi por doquier las señales de esta verdad. Porque el mundo entero habla de un Dios perdido y de una naturaleza caída (Pascal)
Nosotros ahora, con la oración sobre todo, reconquistamos la familiaridad de aquel Dios que cada día, a la fresca del atardecer, se paseaba por el jardín con sus amigos Adán y Eva. El que reza sigue siendo amigo de Dios, a pesar de las caídas. Dios nos busca, y si nos busca, es para salvar, no para condenar.
Además, nuestra naturaleza está debilitada, pero no corrompida del todo. La lucha se impone en la vida. El que no lucha no puede mantenerse en la amistad de Dios, porque aquel enemigo del paraíso se alía con nuestra debilidad y, si no es a base de esfuerzos heroicos, no sabemos resistir. Fue el toque de alerta que hemos oído a Jesús: El espíritu está pronto y es generoso, pero la carne, la naturaleza, es débil…
Finalmente, miramos la luz esplendorosa que inunda un cuadro tan tenebroso, miramos a Jesucristo. ¿Nos damos cuenta qué Jesús tenemos? La obediencia de este Hombre, hermano nuestro, que se humilla ante Dios su Padre hasta aceptar la muerte de cruz, nos reconquista la amistad de Dios, machaca la cabeza de la serpiente, aniquila el pecado y la muerte, nos abre de nuevo las puertas del jardín misterioso, donde el agua pura de la Gracia mana a raudales de la fuente que alegra la tierra, y nos mete al fin triunfantes en su misma gloria. ¿Por qué la Iglesia canta en su liturgia: Oh feliz culpa de Adán, que nos ha merecido semejante Redentor?…
Tres realidades se entrelazan en la Historia de la Humanidad: el sueño de un jardín, que se perdió; el desierto, que es nuestra morada; el paraíso futuro, que será el colmo de todas nuestras aspiraciones. En medio, y llenándolo todo, un Jesucristo que se nos promete, un Jesucristo que nos acompaña, un Jesucristo que nos mete en su propio triunfo… ¿Hemos salido perdiendo o hemos salido ganando?…