El “hoy” de Dios
3. junio 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosUn maestro —muy ejemplar, católico muy conocido, muy buen educador a la vez que muy sabio— solía gastar a los colegiales bromas que a veces los muchachitos no entendían y los dejaban desconcertados. Por ejemplo, una que leemos en su vida:
– A ver, díganme el pasado, el presente y el futuro del verbo ser.
Los chicos de la clase contestaban a coro y con toda seguridad:
– Yo fui, yo soy, yo seré.
– ¡Muy bien! Pero ahora les pregunto: ¿Sabe conjugar Dios el verbo ser de esa manera?
– ¡Síiii!…, respondían los niños.
– ¡Noooo!, replicaba el profesor. Dios no sabe conjugar todos los modos del verbo. Ustedes los saben todos, pero Dios no sabe más que un modo. ¿Quién me lo dice?…
Desconcierto total en la clase, como es natural. Nadie lo sabía. Y ahora venía la lección de religión que aquel día les quería meter el profesor en la cabeza, y que los jovencitos aquellos no olvidarían nunca:
Dios no sabe conjugar más que un tiempo del verbo y es el único modo en que puede hablar. Dios sólo sabe decir: Yo soy.
Nunca puede decir yo era, y nunca dirá yo seré. Porque Dios no tiene ni principio ni fin. Porque Dios es eterno.
Y por eso sabe solamente el tiempo presente de cada verbo: Yo soy, como dijo a Moisés.
Dios tampoco sabe más que un adverbio de tiempo: hoy. Las palabras ayer y mañana nunca las ha sabido decir. Entonces, ¿desde cuándo existe Dios? ¡Desde siempre! ¿Cuánto durará Dios? ¡Siempre!
Y si Dios nos mete dentro de Él al salir de este mundo, ¿cuánto durará nuestra vida después en Dios? ¡Siempre, siempre!…
No digamos que esto no es pedagogía. Nosotros, mayores, ¿sabríamos explicar la eternidad de Dios como este maestro ejemplar? ¿La entendemos como la llegaron a entender aquellos niños inquietos? ¿Sabremos hacer de ese Dios Eterno un ideal para nuestra vida?…
La Iglesia empieza sus oraciones a Dios con uno de estos dos atributos, o con los dos a la vez: Dios todopoderoso y eterno. El que lo puede todo. El que existe desde siempre y para siempre. El que puede hacer para nosotros todo lo que queramos y le pidamos. El que nos da sus dones y no los sabe retirar. El que no tiene más que un hoy que nunca empezó y nunca pasará. Porque en Dios no hay mañana ni ayer. En Él no hay años ni meses, en los que un día sucede a otro día; no cambian las horas ni los minutos ni los segundos. Su día no tiene principio ni tendrá fin (San Agustín)
San Pedro nos dice inspirándose en un salmo de la Biblia:
– No olvidéis esto, carísimos: que un día para Dios es como mil años, y mil años son como un día solo (Salmo 89,4. 2Pedro 3,8)
¡Un día! ¡Pues, no dice poco el bueno de San Pedro! Son menos, mucho menos que una cienmillonésima de segundo, porque Dios no tiene reloj con qué medir ni calendario que consultar…
¿Qué es entonces Dios para nosotros?
Dios es para cada uno lo que cada uno quiere que sea. Ese Dios en quien esperamos, es un Dios que no pasa. Es un joven eterno. Y la juventud de Dios es para apasionarnos. Al no tener ni principio ni fin, Dios no pasa nunca y es más joven que nadie.
Los artistas han sido poco afortunados al presentarnos a Dios, sobre todo a la Persona del Padre, como un anciano venerable, con cabellera y barba largas y blanquísimas, como dos cascadas de plata… ¡Pobres artistas! Los perdonamos porque no saben hacerlo de otra manera. Cuando lo cierto es que no hay muchacho que le gane en juventud, en frescura de amor, en fuerza, en arrastre, en hermosura inmarcesible y en alegría contagiosa.
Por eso, vivir la vida de Dios por la Gracia es hacerse también unos jóvenes eternos. Y asegurarse una vida que no acabará nunca en el seno de Dios, es firmar por una juventud que nunca pasará a una vejez preocupante…
No nos metemos para nada con los que no cuentan con el Dios eterno… No somos quiénes, como decimos, para meternos en vidas ajenas. Rogamos por los que no creen. Nosotros hablamos entre nosotros como creyentes, muy ilusionados con lo que nos espera en ese Dios que nunca acaba.
Todos conocemos la novela famosa de Robinson Crusoe. En la soledad de su isla contaba los días haciendo incisiones en la corteza del árbol. Nosotros, para contar los años que nos esperan de dicha en el seno de Dios, podemos grabar un siglo en cada hoja de todos los árboles juntos, en cada grano de arena, en cada átomo del universo…, y después de tantas grabaciones como habríamos hecho, nuestros años felices estarían aún por comenzar, porque serán inmutables, no pasarán nunca…
Esta idea del Dios eterno que nos quiere meter en su eternidad es una idea muy fecunda en nuestra vida cuando la tenemos fija en nuestra mente.
Todo cambia, menos Dios, que permanece siempre. Nosotros también cambiamos y pasamos, pero llegará un día en el que, metidos en Dios, no pasaremos tampoco, no cambiaremos más, nuestra felicidad será tan eterna como la de ese Dios, cuyas oraciones empezamos diciendo: Dios todopoderoso y eterno, y las concluimos con otras palabras clásicas: Que vives y reinas por los siglos de los siglos…