En el seno de la Trinidad
17. junio 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Dios¿Hemos observado los muchos hogares de nuestras tierras que tienen colgado en la pared el cuadro de la Santísima Trinidad? Llama verdaderamente la atención esta característica de nuestra piedad popular.
Con ello, estos cristianos confiesan su fe en el misterio más profundo que Dios nos ha revelado de Sí mismo.
Hay otras religiones, llamadas monoteístas, que admiten UN SOLO Dios, por ejemplo, la judía y la musulmana. Hay religiones que admiten varios o muchos dioses, y por eso se llaman politeístas.
Pero no hay ninguna, más que la cristiana, que profese la fe en UN SOLO Dios, el cual tiene a la vez TRES PERSONAS distintas: el Padre, que es Dios; el Hijo, que es Dios; y el Espíritu Santo, que es Dios. Pero, entre las Tres Personas, no son más que UN SOLO DIOS verdadero.
Esta es la verdad fundamental de nuestra fe. La más profunda. La más imposible de entender. Pero nosotros la creemos sin discusión alguna, porque Dios nos la ha revelado y porque hemos recibido de Dios el don de la fe para creer.
Naturalmente, que aquí no nos metemos en cuestiones ni discusiones inútiles. Creemos, y basta. Creemos, y nos sentimos felices. Creemos, y sabemos que nuestra felicidad en el Cielo será meternos en el seno de la Trinidad Santísima, que nos va a inundar de su misma felicidad y gloria.
Una niña tenía unas apariencias muy pobrecitas en cuanto a su capacidad intelectual. Recogida en un asilo infantil, poco se podía esperar de ella para la vida. Pero, por lo visto, ante Dios la cosa era muy distinta. Con el don de la fe y con una piedad sentida profundamente, obra del Espíritu Santo, la chiquilla sabía más de lo que aparentaba. Le preguntan un día para ver hasta dónde entendía lo que había estudiado del catecismo y si estaba a la altura de las demás compañeras suyas:
– Y tú, ¿qué vas a hacer en el Cielo?
La pequeña junta las manos, inclina la cabeza, y contesta conmovida:
– ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo!
Un teólogo no hubiera respondido mejor.
Toda la vida del cristiano en la tierra está marcada con el sello de la Trinidad. Y toda se consumará después en dicha y en felicidad sin fin, mientras cantaremos las alabanzas del Dios Uno y Trino.
Cuando se nos ha enseñado este misterio de la Trinidad de Dios, siempre hemos oído muchas comparaciones que nos acercaran a la realidad divina. Pero todas son tan imperfectas que casi nos entorpecen el discurrir en vez de ayudarnos.
Hoy, y a partir desde el Concilio, se nos habla de manera muy distinta, como hace el Catecismo de la Iglesia Católica (238-2060)
Se nos hace mirar lo que cada Persona de Dios realiza en nosotros. Y todo lo que se nos enseña viene a resumirse en este punto:
Toda la obra de la creación y de la salvación es de Dios, del único Dios, de las Tres Personas a la vez. Pero cada una de ellas actúa conforme a lo que es en el seno de la Trinidad:
el Padre es el principio de todo,
el Hijo es el realizador de la obra del Padre,
y el Espíritu Santo es el que mueve toda la acción poniendo en ella todo el amor infinito de Dios.
No sabemos expresarnos mejor. Pero tampoco diremos nunca nada más acertado. Pongamos un ejemplo, y todo con textos de la Biblia. Si preguntamos:
– ¿Quién nos redimió de nuestros pecados y nos ha dado la salvación?
La respuesta será unánime:
– Jesucristo con su pasión y muerte.
Muy bien. Pero, ¿y el Padre y el Espíritu Santo, dónde estaban y qué hicieron?
La respuesta la tenemos clara: la redención, la salvación, la debemos a las Tres divinas Personas.
En el Padre está la fuente, como nos dice Jesús:
– Así amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito, para que el mundo se salve (Juan 3,16)
El Hijo, hecho hombre, lo realiza todo. Porque le dice al Padre:
– Padre, aquí estoy para hacer tu voluntad (Hebreos 10,9)
A lo que comentará San Pablo, viendo cómo por amor se entrega Jesús:
– ¡De tal manera me amó, que se entregó a la muerte por mí! (Gálatas 2,20)
El Espíritu Santo lo ha movido todo. Él fue el Amor que impulsó al Padre a darnos su Hijo. Y fue el Amor que empujó a Jesús a entregarse, como nos dice la carta a los Hebreos:
– El Hijo, a impulsos del Espíritu Eterno, derramó su sangre (Hebreos 9,14)
¿Nos damos cuenta de cómo nos ama Dios, de cómo nos quiere cada Persona de la Santísima Trinidad, de cómo todo lo que somos y esperamos se lo debemos a un Dios Uno y Trino que nos crea, nos cuida, nos perdona, nos salva, y nos va a glorificar?… Nuestras gentes muestran una devoción especial a este misterio de la santísima Trinidad. Ciertamente que no se equivocan.
Como no nos equivocamos nosotros cuando repetimos con tanta ilusión y sin cansarnos: ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo!…