Un ¡Alégrate! definitivo
6. julio 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Maria“¡Alégrate, María!”… Ya vemos con qué palabra y con qué nombre empieza la segunda parte de la historia del mundo. Palabra y nombre que los decía un ángel, pero de parte de Dios. Empezaba a brillar el primer rayo de luz en medio de las tinieblas metidas por Satanás en el paraíso. Poco a poco va a ir creciendo el día, hasta que con la Resurrección de Jesucristo se manifieste el Sol en todo su esplendor y, ya sin ocaso, se perpetúe en la eternidad su luz indeficiente.
La historia del mundo, lo repetimos muchas veces, se divide claramente en dos: antes de Cristo y después de Cristo. Va la primera del paraíso a Nazaret; la segunda, de Nazaret al Valle de Josafat…
Con María, la primera redimida y la primera salvada, empieza la obra de Redención. Al decir la Virgen “¡Sí!” al mensajero celestial, comienza la nueva y definitiva era del mundo en la Encarnación del Hijo de Dios, que en ese instante se hacía hombre en las entrañas benditas de la Virgen y se metía de lleno en nuestra historia, en la de todos, porque venía a meterse en cada uno de nosotros para salvarnos.
¿Queremos saber lo que le pasó al mundo con la aparición de María? Como Ella venía con la misión de traer a Jesús, el Redentor, el Salvador, el portador de la Gracia…, aquella culpa del paraíso, la tiniebla densa del mundo, empezó a tirarse para atrás. Le dio vergüenza al pecado de enfrentarse con la inocencia inmaculada de María, redimida por la Sangre del Hijo que Ella daría a luz.
Le ocurrió al pecado —así, personificado—, como a aquella simpática muchacha, que, al entrar la Virgen de Fátima en Madrid en medio de un mar inmenso de gente, ella se negó a ir de momento, pues le decía a su novio: -¡Quiero ir a ver a la Virgen, y bien de cerca! Pero primero voy a confesarme, porque me da vergüenza que la Virgen me vea así…
Magnífica chica —mucho más preciosa de lo que ella se creía—, que expresaba la realidad del mundo con la aparición de María, aurora del Sol naciente.
O como sucedió en la India, también con la entrada de la Virgen de Fátima en Calcuta. Otro mar de gente. Pero los católicos, aunque iban todos, eran una pequeña minoría. La gran masa la constituía un público muy diferente, ante el asombro de muchos escépticos, que se preguntaban: -Pero, ¿de dónde sale semejante multitud, y qué hace?
Hindúes, mahometanos, cristianos protestantes que suelen rechazar el culto a la Virgen…, todos iban cantando y aclamando, sin distinción de credos, a la que aparece siempre como la Aurora que se avanza al Sol… Si se ha metido María, Jesucristo seguirá detrás indefectiblemente…
Con María venía la luz, y se escondía la tiniebla. Llegaba la Gracia, y huía la culpa. Se presentaba María, la Mujer anunciada en el paraíso, y con Ella su Hijo Jesucristo, el prometido machacador de la cabeza de la serpiente. Sabía entonces Satanás lo que le esperaba, y podía empezar a batirse en retirada…
El apóstol San Pablo lo expresó con las palabras tan sabidas: -Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió su Hijo, nacido de una mujer (Gálatas 4,4). Esa `plenitud de los tiempos era la “era mesiánica”, el tiempo del Cristo, el Reino de Dios que se establecía en el mundo, para consumarse al final, cuando Dios dará a Jesucristo, como dijo el Ángel a María, un reinado que ya no tendrá fin.
Todo empieza con el “¡Sí!” de María. La iniciativa ha venido de Dios, el cual ha amado tanto al mundo que le ha llegado a dar su propio Hijo (Juan 3, 16). Pero Dios quiso el acto libre de la criatura. -¿Aceptas, o no?… María —la pobre de Yahvé, la humilde, la pura, la encantadora Hija de Sión— da su consentimiento, y ya tenemos a Dios metido en la tierra, ya tenemos la salvación entre nosotros.
María es desde ahora la gran robadora de los corazones. Hacemos con Ella, y Ella hace con nosotros, aquel juego tan divertido como hermoso de un rey francés de la Edad Media. Se llamaba Ludovico Pío, y a Ludovico le gustaba mucho la caza, que entonces no se hacía con escopetas sino con flechas y perros.
Ludovico llevaba siempre colgado en su pecho un medallón de la Virgen. Y cuando salía a cazar con los caballeros sus vasallos, al tener ya casi al alcance la fiera, Ludovico dejaba que sus acompañantes gozaran con la presa, se retiraba él a un rincón o se escondía entre los árboles, se quitaba el medallón de la Virgen, y se arrodillaba ante él, para decirle conmovido: -¡Yo, yo quiero ser tu presa, Virgen María! Agarra mi corazón, que te lo doy todo entero.
Con el “¡Si!” de la Virgen en Nazaret se ha inaugurado la segunda parte de la Historia humana.
Desde este momento, María se lleva toda la complacencia de Dios. ¡Qué hija que tiene al Padre! ¡Qué madre que tiene el Hijo! ¡Qué esposa que tiene el Espíritu Santo!…
Desde este momento, al quedar convertida María en la Madre de Dios, la “Bendita entre todas la mujeres” eleva a la mujer a las cimas más encumbradas a las que podía llegar una hija de Eva.
Desde este momento, el hombre tiene en María el ideal de la pureza, del amor, de la belleza sin par.
Desde este momento, todos nosotros, pecadores, tenemos un asidero donde agarrarnos en medio de nuestra miseria. Una Madre, la nuestra —que por nosotros le pide a Dios, su Hijo, que nos salve—, no puede ser desoída en su petición. Ese “ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte” es el inspirador de nuestra confianza más grande.
La pregunta angustiosa “¿Me salvaré? ¿me condenaré?”, no tiene razón de ser en quien recibe de manos de María a Jesús el Salvador. Llegó el tiempo final, la era mesiánica, el Reinado de Jesucristo. El “¡Alégrate!” que escucha la Virgen es para todos nosotros, y es un “¡Alégrate!” definitivo. ¿Cómo no alegrarnos con la salvación de Dios que nos trae María?…