El Espíritu Santo y su obra
11. agosto 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra FeCuando hablamos de Dios y de su Gracia, vemos que Dios se nos ha dado de muchas maneras El Padre, con la creación de todas las cosas. Y por eso lo adoramos como el Dios Todopoderoso. El Hijo, encarnándose en el seno de María. Nuestro Señor Jesucristo es la Persona Divina que llevamos más entrañada en el corazón, como es natural, pues vivió en la tierra como cualquiera de nosotros, hecho hombre y hermano nuestro. ¿Y el Espíritu Santo? Es la Divina Persona de la que hoy queremos hablar especialmente.
Actúa desde el principio como el motor de todas las obras de Dios, pues el Espíritu Santo es el Amor de Dios y Dios lo hizo todo por amor, pero se manifiesta como Persona el último de los Tres, después del Padre y del Hijo.
Si lo hubiera hecho antes, el mundo no hubiera entendido nada. El pueblo judío, al que Dios se confió, se hubiera hecho un enredo de dioses. Y Dios, con su pedagogía divina, poco a poco, gradualmente, pero de manera segura, nos ha abierto toda la verdad de su vida íntima en la Trinidad de un solo Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que el Espíritu Santo con su gracia es el primero que nos despierta en la fe… y, no obstante, es el último en la revelación de las Personas de la Santísima Trinidad (684-685)
Es cierto, pero, cuando se manifestó a la Iglesia definitivamente en Pentecostés, se convirtió en el Amor de los corazones cristianos.
Hoy son principalmente los miembros de la Renovación Carismática quienes nos han arrastrado de nuevo hacia la fuente del Agua Viva, el Espíritu Santo, en la que saciamos el ansia de amor y de felicidad de la que tan sediento está el mundo de las almas.
La primera manifestación expresa del Espíritu Santo como Persona la tuvo la Virgen María en la Anunciación, cuando oyó de labios del Angel:
– El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra.
José escuchará también:
– No temas tomar a María como esposa tuya, pues el niño que viene de ella es obra del Espíritu Santo.
A lo largo de su predicación, Jesús va nombrando al Espíritu Santo, y en la Ultima Cena, antes de morir, lo promete a los Apóstoles de manera solemne. Cuando se va a subir al Cielo, les da la última recomendación:
– No os mováis de Jerusalén, porque dentro de pocos días vais a ser bautizados con el Espíritu Santo.
¿Después?… Sabemos la historia de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo bajó sobre María y los Apóstoles de una manera tan clamorosa, en forma de lenguas de fuego y en medio de un viento impetuoso que arrasaba con todo.
El Espíritu Santo será ahora quien lleve adelante la obra salvadora de Jesucristo, como lo confesamos en el Credo. Muchos piensan que al Espíritu Santo lo dejamos en el Credo muy rápidamente, sin decir nada de Él, mientras que hemos dicho muchas cosas del Padre y del Hijo. Creo en el Espíritu Santo, y piensan que con esto ya hemos dicho todo sobre el Espíritu Santo en el Credo.
No; no es así. Hay que seguir.
Porque ahora viene el confesar la obra del Espíritu Santo, como nos enseña el gran Catecismo moderno de la Iglesia. Porque sigue el Credo señalando la obra del Espíritu Santo:
– La santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna…
¿Nos damos cuenta de todo lo que decimos?…
El Espíritu Santo es el que forma la Iglesia, la echa a andar, la alienta, la santifica, la empuja al apostolado, la enriquece con carismas en todos sus miembros.
El Espíritu Santo es el que une a los miembros de la Iglesia, por la comunicación que existe entre todos los creyentes, de modo que todos participamos de los bienes de gracia que tienen los demás.
El Espíritu Santo es el que nos perdona los pecados, porque, al venir al alma, aniquila con fuego toda culpa y la barre lejos para siempre.
El Espíritu Santo, que resucitó a Jesús, será también el que con su fuerza removerá las cenizas de nuestro cuerpo y nos revestirá de inmortalidad.
El Espíritu Santo, finalmente, será el que nos meterá en el Amor infinito de Dios dentro de una vida eterna.
Aunque todo esto lo realizan por igual las Tres Personas Divinas, la Palabra de Dios lo atribuye especialmente al Espíritu Santo, como intervención suya particular en la obra de nuestra salvación.
Como nos podemos dar cuenta, al revalorizar hoy la devoción al Espíritu Santo, vamos a contar siempre con lo que el Espíritu Divino realiza en nosotros. A cada uno de nosotros nos hace Iglesia; borra en nosotros el pecado; es prenda y autor de nuestra resurrección futura, y es el que nos conduce a Jesús en la vida eterna.
El Espíritu Santo se manifestó el último, ¡pero, qué acción la suya! ¡Hay que ver qué derroche de amor con nosotros! ¡Hay que ver con qué cariño, con qué mimo que nos trata! ¡Qué amor, el Amor del Espíritu Santo!…