En marchas hacia la Virgen
24. agosto 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaCreo que ya lo conté alguna vez, pero no importa; repito la anécdota simpática porque nos viene muy bien al querer hablar de los Santuarios de la Virgen.
Me reí con verdaderas ganas cuando escuché lo que ocurrió aquella noche del 1 al 2 de Agosto en Costa Rica. Es una enorme masa humana la que peregrina durante toda la noche, más de veinte kilómetros a pie, para amanecer en el Santuario de la Patrona, la Virgen de los Ángeles.
Y aquel año fueron dos amigos, como lo hacían siempre, a honrar y rezar a la Virgen. Pero esta vez lo hicieron de manera muy singular. Con lo aficionados que eran al trago los dos, no se iban a ir sin la botella de licor a cuestas. Pero no llevaban ninguna mala intención, ni mucho menos.
A mitad de la marcha, se detienen en mitad de la carretera, abren la botella, levantan el vaso con toda seriedad, y le dicen a la Virgen con cariño muy grande: -Madre, en tu obsequio y por tu amor, ¡el último trago de nuestra vida!
Hacen un hoyo en el vecino bosque, y entierran con toda solemnidad la botella para no verla más en adelante… La Virgen acababa de una vez con los disgustos en el hogar, y los dos buenos hijos de María reemprendían muy decididamente el camino de la virtud cristiana.
Un hecho como éste, gracioso de verdad, nos hace pensar seriamente. Muchas veces oímos juicios muy poco favorables sobre esas costumbres religiosas del pueblo, que manifiesta su piedad con procesiones, novenas, romerías y prácticas semejantes, con lo que hoy llamamos la “religiosidad popular”. Los Santuarios de la Virgen se llevan la primacía entre todas esas manifestaciones populares de la devoción cristiana.
Pero esos actos, ¿son simplemente —los vamos a llamar así— entretenimientos bonitos, gestos folclóricos, magníficos sobre todo para propaganda y reclamo turísticos?… No. Todas esas costumbres tienen algo de más profundo, pues expresan lo que siente el alma popular, espontáneamente y sin artificios.
No hay pueblo en nuestras tierras americanas que no tenga cerca su santuario, su ermita, su capilla, su hornacina de la Virgen, hacia donde se dirigen los creyentes con todas sus preocupaciones, sus angustias, sus anhelos y sus aspiraciones más nobles. Y allí, ante la Virgen, rezan, cantan, se hermanan, se desahogan, se reconcilian con Dios, reciben a Jesucristo en la Comunión, renuevan su vida cristiana, mantienen la fe de sus mayores y la transmiten a sus niños.
Los Santuarios de la Virgen son fábricas de verdaderos e ininterrumpidos milagros. De hecho, sus paredes están llenas de exvotos que proclaman los muchos favores que allí han descendido del Cielo a tantos que los han suplicado.
Pero, sobre todo, más que milagros sobre la salud perdida, son milagros morales, de dones espirituales, de prodigios de la Gracia. Son muchos los que han vuelto decididamente a Dios cuando han acudido a la Virgen para confiarle sus almas destrozadas por los fracasos de la vida y tal vez por los remordimientos de la culpa. La Madre celestial se ha encargado de hacer todos los arreglos…
¿Qué decir de Lourdes?… Desde hace más de siglo y medio es una sucesión continua de milagro tras milagro, de conversión tras conversión, y, afortunadamente, sin que se vea un acabarse y ni tan siquiera una disminución de tanto prodigio de la Gracia.
¿Qué decir de Czestochowa?… Quitemos ese Santuario, y no nos explicaremos la supervivencia del pueblo polaco como nación y de su fe cristiana, pues ni su Fe Católica ni la Patria hubieran podido subsistir en medio de tanta persecución venida de todos sus costados durante siglos.
¿Y de Fátima? ¿Qué decimos de Fátima?… Portugal sabe lo que le debe a la Virgen desde la aparición del comunismo y en medio de la descristianización actual de Europa. Con Fátima, la fe de la nación se mantiene firme, la piedad no decae, la vida cristiana se vigoriza.
¿Y nuestra Guadalupe? El Santuario de la Virgen del Tepeyac es quizá el más visitado del mundo. Nuestra América mira a la Virgen guadalupana con cariño inmenso, y la Virgen responde derramando sobre nuestras tierras benditas y tan esperanzadoras sus gracias mejores.
Guadalupe no sólo es la manifestación de un amor grande a la Virgen María, sino que es el lazo más fuerte que une al pueblo mexicano en su fe católica, contra la cual se ha estrellado siempre tanto embate como ha tenido que sufrir.
¿Será preciso decir que todo esto de los máximos Santuarios marianos lo hacen a escala local todos los demás Santuarios de la Virgen, grandes como pequeños?…
Al Santuario, a la Capilla, a la Ermita de nuestro pueblo vamos siempre con fe, con amor, con piedad muy sentida. Y la Madre celestial se encarga de conducirnos allí mismo hacia Jesucristo su Hijo.
No hay Santuario donde administar los Sacramentos no sea la primera tarea de los sacerdotes, que muchas veces no dan abasto por atender a solicitudes incontables. Es la Virgen, que, si se ha manifestado allí de modo especial, es para llevar también de modo especial las almas hacia Jesucristo el Salvador.
Son dichosos los pueblos y las ciudades que cuentan con Santuarios o iglesias especiales de culto a la Virgen María. Llaman, arrastran. Y la peregrinación o la visita a la Virgen María no resultan jamás una bagatela. Son dichosos esos pueblos, mimados de María.
Y son igualmente dichosos los corazones que mantienen viva esa piedad y esa devoción mariana en sus vidas. Aman a la Virgen, y por la Virgen saben hacer cualquier sacrificio, desde enterrar una botella si es preciso… hasta cumplir con fidelidad ejemplar cualquier deber cristiano.