La morada de Dios

19. agosto 2020 | Por | Categoria: Dios

Si abrimos el primer libro de la Biblia, el Génesis, y el último de todos, el Apocalipsis, nos encontramos con un Dios que nos quiere tanto, tanto, que se empeña en vivir en intimidad con nosotros, dentro de una misma casa, dentro de un mismo hogar.

En el principio vemos a Jacob que contempla el cielo inmenso donde mora Dios, y ve cómo los ángeles van subiendo y bajando por una escalera que se pierde entre las estrellas. Para el Génesis (28,10-22), Dios tiene su casa en el cielo altísimo.
Pero el Apocalipsis, al final de la Biblia, nos completa aquella visión primera. El ángel gritaba entusiasmado con voz poderosa, cuando vio a la Iglesia bajar del cielo toda resplandeciente:
– ¡Esta es la casa de Dios en medio de los hombres! (21,3)

Estas dos visiones, del principio y del fin de la Biblia, nos dan una orientación para hablar de la casa de Dios. ¿Dónde y cómo encontraremos a Dios? ¿Dónde y cómo vive Dios con nosotros?…

Los hombres hemos mirado siempre a las alturas y hemos descubierto por instinto en ellas a Dios. El mismo Jesús se acomodó a esta nuestra manera de pensar, y nos dictó su oración:
–  ¡Padre nuestro, que estás en el cielo!
Y del cielo visible gobernado por el Sol, y del firmamento estrellado, hemos pasado a colocar también en las alturas el Cielo, donde Dios se nos manifestará en gloria durante la eternidad. ¡Aquélla es la casa definitiva de Dios!

Pero el Apocalipsis nos dice que la morada de Dios es la Iglesia, de la que el apóstol San Pablo nos explica que se va construyendo con piedras vivas, hasta que quede rematado un edificio fantástico y del todo singular. El mismo Apóstol nos dice que cada uno de nosotros es morada de Cristo, el cual vive en nosotros por la fe (1Corintios 3,9. Efesios 2,22 y 3,17)
Y Jesús nos precisó que, cuando amamos a Dios, Dios viene a tomar posesión de nosotros y nos convierte en habitación suya:
– Vendremos y haremos en él nuestra morada (Juan 14,23)
 San Pablo nos asegura:  
– Tenemos preparada en el Cielo una casa no hecha por manos de hombre, sino por Dios (2Corintios 5,1)
Nos dice Jesús que Él se ha adelantado para prepararnos un lugar, a fin de que estemos siempre en esa su casa que será siempre casa nuestra (Juan 104,2-04)

Si unimos este sentimiento de toda la Humanidad, cuando nos dice que Dios está en las alturas, y consideramos después lo que el mismo Dios nos ha dicho acerca de su casa, llegamos a estas conclusiones precisas y bellas:  

  • Dios está en todo lugar, y en todo lugar lo encontramos y le adoramos en espíritu y en verdad.
  • Dios está en la Iglesia, morada suya hecha de piedras vivas, que somos todos los bautizados. 
  • Dentro de esa Iglesia grande, está la Iglesia doméstica de donde vienen en busca del Bautismo y adonde regresan esas piedras con que se construye la casa de Dios.
  • Es casa de Dios cada cristiano, pues por la fe y el amor ha tomado Dios posesión de ese corazón, convirtiéndolo en una habitación reservada, donde puede vivir en intimidad con el alma elegida.
  • Todo esto, no es más que la preparación y el camino hacia la ciudad eterna a la que nos dirigimos, donde Dios tendrá con nosotros su morada final, indestructible, esplendorosa, llena de delicias y de gozo interminable.

Una vez más que nuestro pensamiento se dirige al Cielo. La doctrina marxista metió la idea criminal de que mirar al Cielo era una alienación, para no trabajar después por la prosperidad del mundo. ¡Falsísimo! Mirar al Cielo es llenarse de energías para cumplir el deber con abnegación y constancia heroicas.

Un sacerdote santo caminaba por la ciudad populosa, señorial, elegante. Iba ensimismado.
Su compañero le pregunta con algo de preocupación:
– ¿Qué le pasa, Padre?
El interpelado responde muy meditativo
– ¡Oh, nada, nada! Todas estas casas imponentes, estos palacios con tantos tesoros dentro, este aire de fiesta, a mí no me dicen absolutamente nada. Yo sólo quiero ir a la Casa del Padre. ¡Quiero ir al Cielo!
Y el buen Sacerdote —un trabajador incansable— seguía mirándose al pecho, para ver al Dios que se escondía en su corazón. Las calles de la ciudad iban un día a recoger su sangre, derramada por Cristo, y con la palma del martirio en la mano entraría en la Casa de Dios por la que tanto suspiraba (Jacinto Blanc Cmf, +1936)

Nosotros pensamos en Dios de muchas maneras y lo buscamos por doquier con ansia. No lo buscaríamos si no lo lleváramos dentro. ¿Sabemos gozarnos con Él?…
Miramos con Jacob el cielo azul y estrellado, y encontramos a Dios en las alturas. Miramos la Iglesia, y en ella vive Dios como en su casa propia. Miramos nuestro hogar en el que se cree, se ama y se reza, y en él está Dios con nosotros. Miramos el propio corazón, y sentimos la presencia de Dios. Tendemos la vista al más allá, y descubrimos la Casa definitiva de Dios…
¡Qué cosas que nos dice nuestra fe! ¡Qué paz que nos traen al alma!…

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