¿Se puede divinizar el mundo?…
10. agosto 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Maria¿Podemos complicar a la Virgen María en el problema del mundo actual?… Nos quejamos muchas veces de la situación dolorosa en que vivimos, y no por querer de Dios, sino por malicia de los hombres.
Dios no quiere ni la guerra, ni el hambre, ni la injusticia, ni la opresión, ni la inmoralidad desbordada, ni, mucho menos, la impiedad y la falta de fe que destierra a Dios del mundo.
Dios no quiere ninguno de esos males. Sin embargo, ahí están, destrozando al mundo cada vez más.
Y María, la Madre bendita, ¿no puede hacer nada por los hijos que Jesucristo le dio para que los ame, los cuide, los salve?… Oigamos al querido Papa Beato Juan XXIII:
“La sociedad de hoy se asfixia en un diluvio de materialismo y de odios. Nos promete el paraíso en la tierra a fin de que olvidemos el cielo. Por eso, nos urge volver los ojos hacia María Inmaculada, estrella matinal y puerta del cielo, para que Ella eleve y purifique nuestra mirada con los fulgores de su gloria.
“Sepan que quien ama en el Corazón de María, ama con amor fiel y puro, pues aun en lo humano no hay afecto que supere en pureza al de la madre. Y María es Madre superior a toda madre. María es fragua de genuino amor. Y a todos nos busca para guardarnos en su regazo maternal. Corramos a él, y nos sentiremos todos más y mejor hermanos”.
Diríamos que María es el dique puesto por Dios al desbordamiento del mal en nuestros días. Nos puede pasar lo que a una bella ciudad andaluza hace ya muchos años (Cádiz, 1-XI-1755). Se produce un violento temblor de la tierra, las olas del mar se lanzan furibundas sobre la indefensa ciudad, amenazando con una destrucción completa, y las gentes corren alocadas de una parte para otra.
Un humilde religioso se empeña en salvar aquella situación horrible, y toma con decisión el estandarte de la Virgen. Se va a la playa, y grita a las olas imponentes: -¡Basta! ¡De aquí no han de pasar ya ni un metro!… Clava el estandarte en la arena, ¡y, oh prodigio!, las olas que se detienen, tiran marcha atrás, y la ciudad se salva de la destrucción total que le amenazaba. La Virgen del estandarte era invocada como “La Virgen de la Palma”, y después del prodigio le cantaban las gentes en su templo y en las procesiones:
– Madre y Señora, mística Palma, Tú sola eres nuestra esperanza.
Con palabras que se han repetido muchas veces, el Papa Pío XII dijo de la sociedad moderna: -Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos, para transformarlo de salvaje en humano, y de humano en divino.
Es aquí, en esta tarea, donde nosotros quisiéramos comprometer a nuestra Madre la Virgen María.
¿Sabemos lo que ocurrió en el momento de la Encarnación? Apenas María le contestó al Ángel: -Sí, acepto. Que se cumpla en mí según tu palabra. Que se haga la voluntad de Dios, en ese mismo momento, por María, por su mediación, y por obra del Espíritu Santo, Dios fue humano, y el hombre fue divino. Dios se hizo hombre, y el hombre llegó a ser Dios.
Y esto de una manera irreversible, irrevocable, para siempre, sin retroceso posible. Dios será siempre hombre, y el hombre será siempre Dios. Parece que esto es un imposible, algo que no se entiende de ningún modo, una doctrina que no se puede aceptar. Y sin embargo ésta es la realidad.
En Jesucristo, se realizó de una manera perfecta: porque en Jesucristo, Dios será hombre por toda la eternidad, y el hombre será Dios.
En los demás, Dios se habrá metido, como humanizándose también, para vivir en cada hombre y en cada mujer por la Gracia y por la Gloria, convirtiéndolos en Dios, al hacerlos participar como hijos de la misma vida divina que Dios les habrá comunicado.
No es por lo mismo exagerado el decir, aunque parezca un imposible: ¡Dios humano! ¡Hombre divino!
Toda esta maravilla inexplicable, misteriosa, grandiosa, se realizó en el seno de María al hacerse hombre el Hijo de Dios. Maravilla que terminará de realizarse plenamente el día último y de manera perfecta en toda la Humanidad redimida, cuando quede completo el número de los elegidos.
Pero, ¿habremos de esperar hasta entonces para ver transformado el mundo de salvaje en humano, y de humano en divino?… ¿No podemos gritar angustiados a la Virgen que se meta de lleno en la obra que la Iglesia de su Hijo lleva adelante para rehacer la sociedad, tan necesitada de Dios?… Nadie como Ella tan experta de traer a Dios humanizado y en darlo al hombre para que se divinice…
Hemos comenzado con el Papa Juan XXIII, y lo traemos otra vez en nuestro recuerdo. Llega a Roma la hija del Jefe comunista del Kremlin, cuando la Rusia soviética daba miedo a todo el mundo. El Papa no se desdeña de recibirla, ante la sorpresa de todos, y le dice:
– Mis colaboradores me tienen dicho que a las princesas no católicas les regale medallas de oro o monedas de plata. Yo le quiero dar a usted algo que considero más precioso. Le entrego un Rosario para que sepa que el Papa reza por todos los hombres a fin de que reciban la bendición de Dios.
Cuando se acude a María se para sin más en Jesucristo su Hijo y en Dios. Un moderno escritor convertido lo expresó muy bien con estas palabras:
– El Ave María no elimina el Padre nuestro, sino que nos abre a él (Peguy).
Es muy cierto. Quien acude a la Virgen acabará entregándose sin reservas a Dios para hacer su divina voluntad, para entrar definitivamente en el Reino, para librarse del enemigo, en una palabra, para salvarse de la manera más segura. Lo sabemos muy bien: al poner nuestra esperanza en María, nos damos cuenta de que la Virgen está empeñada, igual que en la Encarnación, en dar Dios al mundo para que el mundo se vaya transformando en Dios…