La Iglesia es visible

3. septiembre 2020 | Por | Categoria: Iglesia

La Iglesia hoy, como siempre, es atacada por todos cuantos se oponen al Reino de Dios. Y las peores armas que se emplean contra ella no son las espadas o las balas, sino la mentira y la calumnia, sobre todo cuando provienen no de enemigos externos, sino cuando nacen de enemigos internos, de hijos suyos que han fallado en la fidelidad a Jesucristo.

Una de esas mentiras que hoy están haciendo mucho mal es el decir de muchos: – Yo estoy conforme con la Iglesia y la quiero; pero no estoy conforme ni quiero a la Iglesia institución. En esta palabra institución está la clave del error moderno.

Muchos quisieran una Iglesia que no es la que soñó y fundó Jesucristo. Ellos quieren una Iglesia invisible de corazones, una sociedad puramente espiritual de fe y de amor, una sociedad que no se manifiesta externamente.

De este modo, sobran los Sacramentos, sobran los templos, sobra el culto organizado, sobra, de un modo especial, la jerarquía de la Iglesia, y sobran por eso mismo las leyes con que se nos gobierna.

Para esa manera de pensar, habría bastante con unas comunidades de base, formadas libremente, y con una conciencia que acepta el Evangelio a la propia medida y al gusto de cada uno.

¿Es ésta la Iglesia que quiso e instituyó Jesucristo? Ciertamente que no.

Jesucristo quiso una Iglesia compuesta de hombres y para los hombres. Por eso la quiso visible, que la conocieran todos, que estuviera patente a los ojos de todos y que el mundo entero la pudiera distinguir, en especial por la Jerarquía que le puso al frente para darle seguridad, estabilidad y perpetuidad.

Un Papa del siglo diecinueve recibió en audiencia a un sabio protestante, y le preguntó cordialmente y con algo de ironía:

– ¿Qué tal? ¿Qué le ha parecido la Basílica de San Pedro en el Vaticano?

El interrogado dio una respuesta que dan muchos cuando la ven por primera vez:

– Santidad, debo decirle la verdad. Al mirarla desde la entrada miré un edificio colosal, que me dejó abrumado, pero no me atrajo especialmente. Sin embargo, al entrar, al recorrerlo y al someter a examen todas sus partes, me quedé asombrado de tanta maravilla (Gregorio XVI)

El Papa sonreía maliciosamente, y repuso:

– Esto es lo que pasa con la Iglesia. Si quiere conocer a la Iglesia no se detenga en la entrada. Procure conocer la Iglesia Católica por dentro.

Jesucristo es el fundamento de su propia Iglesia, pero, al ausentarse de nosotros visiblemente para irse al Cielo, la constituye sobre una roca visible: sobre Pedro —roca, piedra— y los Apóstoles. Le da una Jerarquía con autoridad:

– Id, predicad. Enseñad a guardar todo lo que yo os he mandado. Quien a vosotros escucha me escucha a mí, y me rechaza a mí quien os rechaza a vosotros.

Jesucristo no pudo ser más claro: quiso Magisterio y Autoridad en su Iglesia.

Y el Espíritu Santo, guía de la Iglesia, la ha llevado siempre por caminos visibles y bien conocidos.

La Doctrina de la Iglesia es clara, patente a todos, enseñada con autoridad, refrendada siempre por un Magisterio que la custodia sin permitir un error.

Los Sacramentos que Jesucristo dejó como conductos ordinarios de la Gracia los ven todos y todos los comprueban. No hay nada oculto, todo se hace a la luz del sol.

El culto, que nace del Espíritu y brota del corazón, se manifiesta en la Liturgia oficial, en los templos, en las fiestas, en todo lo que une a la Comunidad.

Esta Comunidad eclesial es, con la comparación del mismo Jesús, la ciudad colocada sobre el monte, contemplada por todos y que no se puede ocultar…

Por fortuna nuestra, Jesús se encargó de decirnos bien a las claras lo que era su Iglesia: es algo que todos los hombres pueden ver para que todos corran a ella en busca de la salvación.

Con la Iglesia, Cuerpo de Cristo, pasa lo mismo que con Jesucristo cuando vivía entre los hombres.

Nadie veía en Él a Dios, pero Dios estaba en Jesús y Jesús manifestaba a Dios. Quien veía a Jesús corporalmente, veía al Padre invisiblemente.

La Iglesia de Cristo es así: el cuerpo visible del Cristo invisible.

En la Iglesia vemos a Jesucristo y sentimos su acción.

Por eso, alejarse de la Iglesia es alejarse de Jesucristo.

Decir que se está con la Iglesia de Jesucristo, pero no con la Iglesia “institución”, es un error demasiado peligroso.

Habrá cosas humanas en el elemento humano de la Iglesia que quizá no nos gusten. Pero, a pesar de los fallos humanos, Jesucristo está y actúa en su Iglesia, que sólo al final de los tiempos llegará a su perfección definitiva.

Nosotros, que creemos en la Iglesia y la amamos, queremos ser el reflejo visible de ese Cristo invisible que es su vida. Quien nos mira, ve en nosotros a la Iglesia, ve por nosotros a Cristo, y por el Cristo que se refleja en nuestro ser, ve al Padre…

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