Sabemos tratar a Dios
30. septiembre 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Dios¿Qué pensamos de Dios, qué queremos que sea Dios para nosotros? ¿Sigue siendo Dios para nosotros uno de aquellos dioses que se inventaron los antiguos paganos, y no aceptamos todavía al Dios que nos reveló Jesucristo?
Los paganos antiguos se inventaron unos dioses que no tienen nada que ver con el Dios nuestro, el único Dios verdadero. Pensaron en dioses que eran fuerza, poder, crueldad… Ante ellos había que caer aterrados. Había que tenerlos contentos para no ser aniquilados si se les enojaba. Eran unos seres altísimos que no se cuidaban de los hombres, a no ser para vengarse y castigarlos.
Por desgracia, esta idea de Dios no ha desaparecido del todo entre muchos cristianos. Le tienen miedo a Dios. No acaban de entender ni aceptar al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos hace hijos de Dios, el cual es amor, se nos da en amor y nos llama al amor para vivir metidos en su amor eterno.
Cuando se acercaba el año 2000, Año Santo y de reconciliación con Dios, quiso el Papa que la conversión de los cristianos se basara en el amor de Dios. Para ello, nos hizo prepararnos al Gran Jubileo contemplando durante todo un año a Dios como Padre nuestro. Un Padre que es amor bondadoso y misericordioso.
Al mirar así a Dios, por fuerza nos entregaríamos a un trato familiar con Dios nuestro Padre. Y ese trato con Dios, aunque hubiéramos sido unos pecadores, nos haría unos santos; y de siervos rebeldes, nos convertiría en hijos dóciles y cariñosos.
La conversión del mundo y de cada uno de nosotros se realiza siempre por el trato con Dios.
Pecador es quien vive alejado de Dios. Santo es quien vive unido en trato continuo con Dios.
El trato con Dios es siempre transformante. Nos cambia de seres humanos en seres divinos.
Cuando oímos hablar de Dios y nos ponemos a hablar con Dios, llegamos a ser otras personas.
Nos pasa como a Moisés cuando bajada del monte y apareció a la vista del pueblo, acampado debajo del Sinaí, con la faz toda resplandeciente. Todos adivinaron el misterio, y se decían: ¡Ha hablado con Dios! ¡Ha hablado con Dios!…
Lo mismo le ocurrió una vez a un Santo tan querido como Francisco de Sales. Predicaba en su catedral el bondadoso Obispo, y en medio del sermón se dirigió a Dios Padre: ¡Padre! ¡Padre de Nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro!… Una luz misteriosa empieza a envolver el púlpito de la catedral. Y pronto se hace tan intensa que la gente ya casi no podía distinguir la persona de su santo Obispo, y empiezan a exclamar: ¡Dios, es Dios que lo llena todo! ¡Dios ha cambiado a nuestro Obispo en el mismo Dios!…
Estos hechos de la Biblia y de la historia de los Santos no tienen nada de extraño. De cuando en cuando los realiza Dios para manifestarnos lo que nos pasa a nosotros, sin darnos cuenta, siempre que nos acercamos a Dios. Cuando hablamos de Dios, cuando escuchamos a Dios, cuando prestamos oído atento a la Palabra de Dios, cuando oímos con gusto hablar de Dios, y sobre todo cuando nos ponemos a hablar en la oración con Dios en intimidad de hijos a Padre, nos volvemos luminosos con esplendores divinos.
Un escritor nos cuenta la sorpresa que le causó al viajero en el Oriente la llegada a un pueblo desconocido. La gente le recibe con amabilidad y le cuentan cómo tienen en aquel pueblo a uno de los mayores astrónomos del mundo:
– Y no se sorprenda, ese astrónomo es ciego. Siempre se mantiene a las puertas del templo.
– ¿Ciego? ¿Un ciego puede ser astrónomo? ¿Y cómo puede ver las estrellas en las profundidades del cielo? Me gustaría ver a ese astrónomo prodigioso.
Ya en presencia del ciego, a la sombra del templo de Dios, le pregunta con curiosidad y respeto:
– Perdona mi pregunta. ¿Desde cuándo eres ciego?
– Soy ciego de nacimiento.
– ¿Y qué carrera has hecho?
– Soy astrónomo.
Se lleva el ciego la mano al pecho, y añade:
– Observo todos estos soles y lunas y estrellas aquí dentro, muy adentro. Llego a ver hasta las más alejadas del cielo… (K. Hilbran)
Sí; sería una maravilla grande el que un ciego se convirtiera en un astrónomo de categoría. Pero esta es la realidad de quien se acerca al Dios que es amor y bondad misericordiosa. Al envolverlo la luz de Dios, conoce íntimamente al Dios verdadero y en Dios ve y contempla todas las maravillas realizadas por Dios. El trato con Dios le ha llevado al amor y el amor le ha abierto los secretos más hondos de Dios.
Escuchar al que nos habla de Dios, escuchar al mismo Dios que nos habla por Jesucristo, y hablar con Dios en oración amigable, es ponerse en contacto directo con Dios, que nos transforma en el mismo Dios.
Es verse inundados por la luz de Dios igual que Moisés o Francisco de Sales.
Es sentirse hijos de Dios, con una actitud tan diferente de los paganos ante Júpiter el dios tonante o Marte el dios de la guerra.
Es haber conseguido esa conversión de hombres humildes en participantes de la vida del mismo Dios.
Es llevar, como el ciego astrónomo, todo el cielo con sus innumerables estrellas encerrado dentro del pecho…