¡Somos de Dios!

2. septiembre 2020 | Por | Categoria: Dios

San Pablo tiene unas palabras que nos hacen pensar mucho, y que son tan alentadoras:
– ¡Todas las cosas son vuestras! Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios (1Corintios 3,21-23)
A la luz de estas palabras, vemos que somos inmensamente ricos y, a la vez, inmensamente pobres.
Ricos, porque Dios pone todo en nuestras manos.
Y pobres, porque todo nos lo da para que lo pongamos en manos de Jesucristo, que también lo va a poner todo en las manos de su Padre.
De tal modo es así, que al final entregará Jesucristo el Reino al Padre, para que Dios sea todo en todos y en todas las cosas. Es una pobreza, desde luego, que nos enriquece mucho…

Un adagio hindú lo expresa bellamente:
– El agua fluye de oriente al occidente, otra de sur a norte; pero sea cual sea su dirección, ninguna puede huir del mar. Aunque los ríos olvidan que han salido del mar y tienen que volver al mar.
Estas palabras nos describen, muy poéticamente, pero también en toda su crudeza, la realidad social de nuestros días.
Los regalos de Dios en la creación, perfeccionados por la técnica del hombre, son esos ríos que inundan de bienestar la tierra. El hombre, como el río caudaloso, recorre la vida en todas etapas y direcciones disfrutando de tanta belleza y bondad, y, sin embargo, se olvida de que viene de Dios y que ha de parar indefectiblemente en Dios.

Todo es nuestro. Dios no se queda nada.
Dios se nos da en Jesucristo, para que vayamos por Jesucristo a Dios.
En Dios pararemos definitivamente. ¿Por qué, entonces, nos olvidamos de Dios?…
Este es el gran peligro y el gran pecado que podemos cometer y comete modernamente el mundo: el alejamiento de Dios.
El liberalismo salvaje, como lo llamó el Papa Juan Pablo II —ese liberalismo que nos lleva a poseer más y más dinero y bienestar, olvidando los deberes elementales de justicia con los necesitados—, está conduciendo al hombre moderno a prescindir de Dios.
Con ello no remedia nada el hombre olvidadizo, pues al final ha de parar todo en Dios.
Con mucha más prudencia, el que es pobre de espíritu —así lo llama el Evangelio— sabe disfrutar de la vida lo que puede, se mueve por el mundo con libertad, sabiendo que todo le viene de la mano de Dios, que él está en la mano de Dios, y que en la mano de Dios llegará a ponerse él mismo un día feliz.

Todos hemos oído mil veces el hecho del ciervo del emperador Tito. El animal amansado recibía su comida en el palacio imperial y después se iba a correr libremente por las calles de Roma. Ningún cazador le apuntaba con sus flechas y todo el mundo lo respetaba, porque el animal llevaba pendiente la cadena de oro en la que Tito mandó grabar esta inscripción:
– ¡No me toques! Soy del Emperador.

Es, o mejor dicho, debería ser la realidad del hombre ante Dios. Sostenido por Dios, el hombre no habría de alejarse nunca de Dios. ¿Por qué los regalos de Dios le apartan precisamente de Dios?  
Hoy el ansia de placer les hace olvidar a muchos que Dios está sobre todo, y que todo pasará menos ese Dios que al fin será Dios en todos y en todas las cosas.
Y la realidad más triste que se cierne sobre muchas vidas es que, al dejar a Dios por las cosas, se pueden quedar sin Dios para siempre, al haberse desentendido de Dios de una manera insensata y suicida.
Dios ha creado todas las cosas para el hombre a fin de que por todas esas cosas creadas el hombre vaya a Dios. Las usamos con libertad, porque todas son nuestras. Lo malo sería que nos salieran mal los cálculos por culpa o descuido nuestro, y en vez de llevarnos a Dios nos apartaran cada vez más de Dios…

Las personas más prudentes lo hacen mejor, desde luego. Nuestra lengua lo expresó maravillosamente por Teresa de Jesús, cuando decía:
– Tuya soy, para ti nací. ¿Qué quieres, Señor de mí?
O por un Ignacio de Loyola:
– Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, todo lo que tengo y todo lo que poseo. Tú me lo diste, a ti, Señor, te lo devuelvo. Todo es tuyo. Y dispón de mí según tu voluntad.
Esta forma de proceder es la única sabia, y es la que hoy rechaza el mundo, que parece decirle a Dios:
– Todo lo que tengo es mío, ¿y qué te interesa a ti? Si la vida y la técnica que yo desarrollo ponen en mis manos tantas cosas, ¿por qué no disfrutarlas a placer?…

Jesucristo sigue siendo el hilo conductor por el que Dios viene a nosotros y por el que nosotros vamos a Dios.
Dios nos da en Cristo todas la cosas, y por Cristo también le devolvemos todas nuestras cosas a Dios.
Como hombre igual que nosotros, Jesús disfrutó de los gozos inocentes de la vida, y nos enseñó a ofrendarla del todo a Dios.
Muerto y resucitado, Dios asumió a Jesucristo en su gloria, y con Él nos ha metido a nosotros en la misma dicha eterna, si es que sabemos reconocer que Dios es el principio y el fin de nuestra existencia, como los ríos que salen del mar y al mar vuelven después de su largo recorrido…

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