La Mujer del Calvario

12. octubre 2020 | Por | Categoria: Maria

Impresiona lo que nos cuenta un exprisionero italiano de la Segunda Guerra Mundial. Es preferible dejarle a él solo la palabra.

Hecho prisionero de los alemanes, fui llevado a un campo de concentración de Polonia, una nación muy devota de la Virgen, y metido entre prisioneros polacos, los cuales nos preguntaron: -¿Italianos? Entonces, serán también católicos. -¡Claro que somos católicos, no faltaba más! No pudieron ocultar su satisfacción: -Nosotros también somos católicos. Y como prueba, sacaban su rosario del bolsillo: -Miren, yo también soy católico…, y yo…, y yo…

A los pocos días, llega otro italiano y le cuento el caso. Para no ser menos, saca también su rosario, y me dice: -¿Qué te imaginabas? ¿Y si lo rezamos ahora juntos?… Lo hicimos. Muchos se dieron cuenta, y a los pocos días éramos un buen grupo, italianos y polacos a la vez, los que elevábamos nuestra plegaria a la Virgen en medio de tanto sufrimiento y desamparo.
“Hasta que vino la propuesta: -¿Podríamos rezar el Rosario con toda la barraca de enfrente? ¿Se lo ofrecemos? Dicho y hecho, y los otros cincuenta prisioneros, a la una: -¡Magnífico! ¡A rezarlo todos!…

Pero no fue éste el final. Nos trasladaron de campo, donde éramos trescientos a los que adiestraban para el trabajo en aquel infierno. Un nuevo compañero me propone: -¿Y si rezamos el Rosario en camaradería?… Hacía un frío glacial. En el centro de la explanada se alzaba un pedestal para dar las órdenes, y yo me aventuré.
“Encaramado en aquel púlpito improvisado, lanzo mi arenga: -Somos un grupo que venimos del otro campo de concentración donde rezábamos cada día el Rosario. ¿Aceptarían todos el rezarlo con nosotros?… De este modo contrarrestaremos ante el Cielo tanta blasfemia como tenemos que oír. Se levantó un clamor, junto con un aplauso. Y desde entonces, la Virgen, la Madre del Calvario, nos sostenía en medio de tanta privación y de tanta angustia.

Regresado a la patria ya bien acabada la guerra, voy a visitar a una enferma amiga de la familia, y la encuentro paralizada en su silla, de la que no se movía sin la ayuda de otros. Veo que tiene el rosario en la mano, y le pregunto:
     – ¿También usted reza el Rosario? Y ella, con la convicción de una santa:
     – El Rosario, sí; lo rezo dos veces cada día. Yo le añadí, para su consuelo:
     – También yo rezo el Rosario todos los días, aunque sea antes de acostarme. Pero lo rezo siempre, sin dejarlo nunca

Un poco larga la narración, ¿no es verdad? Pero, quizá haya valido la pena.
Aquí nos encontramos con María, la Mujer del Calvario, conmemorada tan hermosamente con el Rosario bendito en sus misterios de Dolor..  
Al pie de la cruz, María se adelanta al sufrimiento de sus hijos, cuando acepta el sufrimiento máximo de su Corazón al permanecer firme ante Jesús, el Hijo de sus entrañas que muere entre tormentos indecibles. La que sabe padecer, sabe también mejor que nadie compadecer. Y desde allí, desde el Calvario, María es el consuelo mayor que experimenta el cristiano en sus penas, al verlas unidas, junto con las de María, a las de Jesucristo el Redentor.
Igual que Jesús, María encuentra en el Calvario el momento cumbre de su misión. Era la Asociada al Redentor, y Jesús se lo había anunciado con anticipación en aquella boda idílica de Caná: -Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí en este asunto del vino? Aún no ha llegado mi hora. María capta la intención de Jesús, que le insinúa delicadamente: Cuando llegue, te querré a mi lado… (Juan 2,04)

Y aquí la tiene Jesús. Juan, el Evangelista teólogo, sabe muy bien lo que dice al poner en labios de Jesús moribundo, como en Caná, la palabra “Mujer”, y no “Madre”. Si le llamase “Madre”, significaría que es sólo la Madre suya, la de Jesús. Al llamarla “Mujer”, le viene a decir, y María lo entendió muy bien:
– Tú eres la Nueva Eva, la que sustituyes a la madre asesina del paraíso, para ser la Madre de los Vivientes, de los que poseerán la Vida Nueva de los hijos de Dios. Ésta es la misión que te encomiendo. Eres la Madre del discípulo, no de Juan solamente, sino de todos los discípulos. Y tú, discípulo, mira dónde tienes a tu Madre…

Iluminada por el Espíritu, María acepta su dolorosa y gloriosa misión. Madre de todos los Vivientes, a todos les lleva la vida merecida por su Hijo, Jesucristo el Redentor.
Y con la Vida divina, también lleva la ayuda, la fortaleza, la valentía en las contrariedades de este mundo. Lo hace con su intercesión lo mismo que con su ejemplo.
Encerrado en el Corazón Inmaculado y dolorido de María, el cristiano que sufre sabe y experimenta muy bien lo cierto que es lo de aquella tierna canción:
– Venid a esta Reina, del alma es contento, del pecho sediento es fuente de amor. Su nombre en las penas alivia el quebranto, y es bálsamo santo que endulza el dolor…

Hemos contado el caso de un soldado prisionero en un campo de concentración: el Rosario hizo que no se rindieran aquellos cristianos indomables en su fe.
Otro soldado, herido en la guerra, es sometido a dura operación, pero antes pide al médico:
– No me quite usted el rosario en el quirófano.
Y el Doctor, cuando ve que el rosario no tiene más que una decena:
– ¿Cómo? ¿También el rosario ha estado en el combate, que le han amputado cuatro quintas partes?  
El médico cirujano se pasma con la respuesta:
– No, Doctor. Cuatro compañeros míos me pidieron que les diera mi rosario. Hube de partirlo en cinco para que lo pudieran tener todos. Que la Virgen les haya guardado a ellos como lo ha hecho conmigo…

¡Bendito Rosario, lo que es en las manos del cristiano con fe!…

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