Todos los Santos (A)

30. octubre 2020 | Por | Categoria: Charla Dominical

¿Qué celebramos hoy?… Una fiesta singular. La fiesta de TODOS los Santos.
Miramos hoy al Cielo, y no nos fijamos ni en Pedro ni en Pablo, ni en Marta o la Magdalena; no contemplamos a Agustín, a Francisco, Domingo o Ignacio, ni a Inés, Catalina, o Teresa…

Hoy contemplamos la gloria de todos nuestros hermanos en la fe que ya triunfaron, desde el hombre o la mujer más gigantes en la Iglesia hasta el niño que se ha ido como un angelito al Cielo nada más nacer…
Casi todos ellos son Santos anónimos para nosotros, pero tienen un nombre propio y eterno en la presencia de Dios.
Allí hay parientes nuestros, los más cercanos tal vez, como nuestros padres, hijos o hermanos, y amigos y amigas muy queridos.
Por ellos damos gracias a Dios.
Por ellos, y en su honor, ofrecemos a Dios el Sacrificio de Cristo en la Eucaristía.
Nos encomendamos a ellos, para que rueguen por nosotros, porque son unos poderosos intercesores nuestros delante de Dios nuestro Padre y de Jesús el Salvador.
Los miramos con feliz envidia, porque tienen una dicha y una gloria que no podrán perder ya jamás. Y sentimos el anhelo grande de llegar también nosotros, como ellos, a esa felicidad que Dios nos tiene preparada.

Estos son los sentimientos que dominan nuestro espíritu cuando tendemos hoy nuestra mirada al cielo azul, al cielo estrellado, más allá del cual los ojos de nuestra fe descubren otro Cielo, el Cielo donde Dios se manifiesta en gloria a todos sus elegidos.

Esta fiesta nos hace ver de modo especial cómo Dios nos llama a la gloria.
Teresa de Lisieux, la joven Doctora de la Iglesia, cuando no tenía más que tres o cuatro años y empezaba a distinguir las primeras letras del alfabeto, era ya una maestra en la doctrina de la predestinación. Contemplando el firmamento en la noche, se fijaba en la T que forman las estrellas dentro del cuadrilátero de la constelación de Orión, y decía a los suyos:
-Veo mi nombre escrito en el cielo.

No se equivocaba aquella niña precoz.
Nosotros, los bautizados, desde el principio de nuestra existencia, tenemos el nombre escrito en el Cielo.
Dentro del plan y designio de Dios, como nos explica San Pablo, al llamarnos Dios a la existencia nos ve ante sus ojos divinos, nos elige, nos predestina, nos llama, nos justifica y hace santos, hasta que, como último peldaño de su gracia y de su amor, nos glorifica eternamente.

Y como a nosotros, los bautizados, justifica a todos aquellos cuya fe y rectitud de corazón sólo Él conoce. Los mira, como a nosotros, redimidos por la Sangre de Jesucristo, y por Jesucristo los meterá también en su gloria.

El plan de Dios es, por cierto, muy amoroso.
Con el apóstol San Juan, admiramos el amor que Dios nos ha tenido, hasta llamarnos y hacernos de verdad hijos suyos, porque lo somos realmente, y cuando lo veamos cara a cara seremos en todo semejantes a Él.
Ser como Dios para siempre, metidos en su misma vida y felicidad, ése será nuestro verdadero Cielo.

Jesús se gozó inmensamente cuando vio a sus pies y en torno a Sí aquella multitud que le seguía. Adivinó y vio en ella, como un signo, a la multitud de los elegidos, y nos dijo quiénes eran estos afortunados: los pobres, los que lloran, los mansos y los pacíficos, los de corazón puro y generoso, los perseguidos por causa de Cristo y los que esperan todo de Dios. A cada grupo los iba llamando:
– ¡Dichosos, dichosos, dichosos!…, porque suyo es el Reino de los Cielos.

Esta fiesta nos trae una vez más a nuestra mente la realidad de la secularización que estamos padeciendo. El mundo moderno se ha empeñado en centrarse sobre sí mismo, sin mirar al más allá que necesariamente nos espera a todos.
Los pobres, los obreros, la masa trabajadora, sufrieron por muchos años la doctrina marxista que les adoctrinaba sobre un materialismo craso, cuando les decían:
– ¿Dios?, ¡un invento del Capitalismo!… ¿El Cielo? ¡Una palabra sin sentido, que debe ser eliminada del lenguaje humano, porque enerva las energías para trabajar y buscar la felicidad aquí, y no en una vida futura que no existe!…

No digamos que este adoctrinamiento de las masas no dejó huella en el mundo. Los ateos no han desaparecido con la caída del muro de Berlín…, y hay que hacer revivir la fe en los pueblos que sufrieron la influencia marxista.
Al mundo rico le está pasando igual o peor. Los que tienen todo en la vida se van diciendo convencidos: -¿Dios? ¿El Cielo? ¿Y para qué nos hablan de estas cosas, si no las necesitamos para nada?…
No expresarán su pensamiento de manera tan cruda, pero saben vivirlo en la realidad de cada día…
Así, por los unos que sufren y por los otros que disfrutan, se ha metido en el mundo la increencia, la infidelidad, el alejamiento de Dios, la desesperanza ante la vida eterna.
Por eso, una fiesta como la de hoy viene a reavivar en nosotros, los creyentes, esa esperanza y esa ilusión de las que tan necesitada está la sociedad moderna.

¡Señor Jesucristo! Tú nos dices cuáles serán tus últimas palabras cuando vengas a cerrar la historia de la Humanidad: de maldición para unos, de bendición para otros.
Éstos, oirán de tus labios: ¡Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el Reino que les está preparado!…
¿Por qué no infundes en todos los hombres la fe en tu palabra y la esperanza de ese tu premio que nos ilusiona a nosotros?…

Deje su comentario

Nota: MinisterioPMO.org se reserva el derecho de publicación de los comentarios según su contenido y tenor. Para más información, visite: Términos de Uso