¡Que por nosotros los hombres!…
1. diciembre 2020 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra FeUn gran poeta francés se presentó en la corte de su Rey y le leyó unos versos que después se han hecho famosos, pues le decía: Dios mío, ¡qué guerra tan cruel! Siento que hay dos hombres dentro de mí. El Rey le escucha, y replica sonriente: Sí; son dos hombres que yo conozco muy bien (Racine y Luis XV)
El poeta y el Rey no hacían otra cosa, sin darse cuenta, que dar la razón al apóstol San Pablo cuando nos describe la lucha que llevamos todos dentro de nosotros. No ha muerto del todo el hombre y la mujer buenos que Dios creó. Pero el pecado del paraíso vino a estropearlo todo, desordenó nuestras pasiones, nos inclinó al mal, y, mientras sentimos aspiraciones hacia el Cielo, nos vemos arrastrados a cometer todo el mal del infierno. Son dos gritos dentro del alma: el grito del ángel y el grito de la bestia. Queremos hacer el bien, y no hay manera de vencer el mal…
Si no tenemos presente esta doctrina del pecado original, no entenderemos nunca el mundo. Pero tampoco entenderemos el amor inmenso de Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica (456-460) nos lo recuerda con palabras elocuentes:
Nuestra naturaleza estaba enferma, y debía ser sanada.
Estaba desgarrada, y debía ser restablecida; muerta, y debía resucitar.
Habíamos perdido la posesión del bien, y era necesario que se nos devolviera.
Estábamos encerrados en las tinieblas, y hacía falta que nos llegara la luz.
Cautivos, tenía que venir un salvador; prisioneros, esperábamos socorro; esclavos, y teníamos necesidad de un libertador.
Sin embargo, Dios no estaba obligado a nada. La culpa había sido nuestra, y no teníamos derecho a hacer reclamo alguno. Pero Dios, rico en misericordia, por pura iniciativa suya y sólo como un don de su gracia, decide salvarnos. ¡Y hay que ver de qué manera lo hizo!…
Se quiere hacer uno de nosotros, y, aunque nos conoce bien y sabe cómo le vamos a pagar, no le espanta la cruz que ve en la lejanía. ¡Allá me voy!, se dice. Y como lo dijo, lo hizo. ¿Qué motivos tuvo para tomar decisión semejante? El gran Catecismo nos recuerda nuestra confesión en el Credo: ¡Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo!…“Nuestra salvación”. Este es el motivo. No el provecho suyo, pues Él no nos necesitaba ni nada podíamos añadir nosotros a su felicidad eterna.
Al mandarnos su Hijo hecho hombre en el seno de María, Dios mandaba al mundo el único Mediador que podía restablecer las paces entre el Dios ofendido y el hombre pecador. Nosotros habíamos declarado la guerra a Dios, pensando que le íbamos a vencer, porque íbamos a ser como dioses —es lo que nos dijo el demonio, que resultó un mal consejero nuestro—, ya que dábamos por ganada la guerra. Era como si una República pequeña y subdesarrollada como Haití levantara los ojos hacia arriba en el mapa, y dijera convencida: ¡Guerra a Estados Unidos! Le venzo, y me hago con todo el botín de Wall Street…
Pues mucho menos que Haití ante el coloso del Norte éramos nosotros ante Dios. Sin embargo, en vez de aniquilarnos con algo peor que con bombas nucleares, Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados… El Padre envió su Hijo para ser salvador del mundo… Y El se manifestó para quitar los pecados. Porque en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo su Hijo único para que vivamos por medio de él. Ya que tanto amó Dios al mundo que dio su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna (1Juan 2,2 y 4,10). Con estas expresiones de las cartas de San Juan, vemos lo que Dios hizo: salvarnos, palabra que lo resume todo.
El amor va a campear en toda la obra de Dios. Todo vino del amor, todo es amor, y todo se consumará al fin en el amor, pues, una vez salvados del todo, y en la visión de Dios, no haremos en el Cielo otra cosa que amar, amar sin medida y sin fin… Amar al Dios que nos amó primero y ser amados de un Dios que no deja nunca de amar…
Esta salvación la tenemos segura con tal que sigamos al que es nuestro Modelo en la vida. Se han multiplicado mucho en el mundo los maestros mentirosos, los líderes falsos, los guías equivocados. Dios, al amarnos y darnos su Hijo, nos da un Jefe seguro, y nos dice: ¡Escuchadle! De modo que el mismo Jesús dirá lo que ningún otro líder se ha atrevido a decir: Aprended de mí… Yo soy el camino, soy la verdad… (Mateo 11,29. Juan 14,23)
Y dirá más: Soy la vida. Puesto que Jesús es Dios, nos mete en la vida de Dios. Nos da su propia vida, y de este modo manifiesta que, siendo Hijo de Dios, se hizo hombre para que nosotros fuéramos Dios…
Todo esto que nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, arranca de nosotros palabras de admiración y de agradecimiento, es verdad. Pero, sobre todo, nos arrastra al amor de ese Dios que nos amó y de Jesucristo su Hijo y su Enviado.
¿Se convencerá nuestro mundo, tan necesitado de amor, que sólo en Jesucristo tiene la solución de sus problemas? ¿Qué sólo en Jesucristo, el Hombre Nuevo, tiene al que es capaz de vencer y matar al hombre viejo que nació en el paraíso?
Jesucristo y Satanás se disputan el mundo, ¿y quién se hará con la victoria? El poeta sentía dentro de sí a los dos contendientes como dos hombres enemigos. Igual que los sentimos nosotros. Pero sabemos renunciar a Satanás para quedarnos sólo con Jesucristo…