En la peregrinación de la fe

11. enero 2021 | Por | Categoria: Maria

Desde el momento que la Fe es la primera condición que Dios nos pone para salvarnos, la Fe es también la primera preocupación nuestra. Una fe viva, una fe firme, una fe operante, una fe que no titubee nunca. Miramos a Jesucristo, autor de nuestra fe, y miramos a María, modelo de la fe más grande. Cuando el Papa Juan Pablo II instituyó el Año Mariano, como una preparación para el Tercer Milenio, acuñó una plegaria breve, pero cargada de sentido profundo. Puso en nuestros labios esta oración:
– Santa Madre del Redentor, que te sigamos en la peregrinación de la fe.
La vida de la Iglesia es una peregrinación, a través del desierto de este mundo, hacia la Tierra prometida de la Gloria, bajo la guía del autor de nuestra fe, Jesucristo. Igual que fue para Israel aquel caminar, bajo Moisés, hacia la Palestina que Dios le había prometido.

¿Qué es lo único que Dios nos pide para hacernos llegar sanos y salvos hasta el final? ¿Cuál es la condición que nos exige para llegar hasta Él, sin caer rendidos en el desierto?…
No nos pide más sino que nos fiemos de Él. Que escuchemos su llamada. Que cerremos los ojos y sigamos adelante, aunque muchas veces no veamos nada. Que no abandonemos el camino que Él nos señala como seguro, aunque sea estrecho y pedregoso, y a nosotros se nos antoje el querer meternos en una autopista asfaltada…

O sea, nos pide FE. Creer que Él es fiel a su palabra. Creer que cumplirá su promesa. Creer que Él nos ama, y nos quiere salvar. Y entonces, darnos. Darnos sin reservas a Él, que no nos engaña. Darnos en el puesto que Él nos señala a cada uno. Darnos con generosidad, sin regateos, amándole a Él sobre todas las cosas, y ayudando a los demás, que caminan con nosotros hacia la misma meta prometida.

Jesucristo se declara Camino, Verdad y Vida, y se pone al frente de nosotros, como nuevo Moisés.  
¿Y María? ¿Qué hace María, qué papel desempeña, para que se nos proponga como imagen, como ejemplar y modelo en este peregrinar hacia Dios, siguiendo las huellas de Jesucristo?
Pues hace esto precisamente: ser un modelo acabado de fe, de fidelidad, de perseverancia.
Modelo en acoger la Palabra de Dios, que la llamaba a aceptar una misión. De responder a Dios que sí, que se cumpliera su querer divino. Aceptada esa misión de recibir al Hijo de Dios en su seno, seguirá a Jesús hasta el fin, pase lo que pase y a pesar de todos los pesares.
De esta convicción sobre María, nacen esos cantos que entonamos mil veces: Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás… Y le pedimos a Ella que nos acompañe para infundirnos ánimos, pues experimentó nuestras mismas pruebas:
– Ven con nosotros a caminar, Santa María, ven.

Pero, ¿es verdad que María tuvo que recorrer un camino de fe, sin ver muchas veces nada, igual que nosotros?… Así fue. Pintan muy mal a María los que nos la presentan con una vida encantadora, sin desentrañar las pruebas de fe a que se vio sometida. La duda de José, cuando la contempla en estado, y Ella debe callar, dejando a Dios que desvele el misterio…
Ver a Dios que nace hombre en medio de una pobreza total, y tener que marchar en seguida huyendo a Egipto para salvar la vida…

Escuchar de su hijo Jesús, niño de doce años, que le dejen en paz, porque tiene otro Padre misterioso a quien obedecer…
Contemplar a Jesús que anuncia el Evangelio en medio de tanta persecución y malentendido…
Verlo finalmente en el Calvario, clavado en una cruz, muriendo en el tormento más horroroso y en la desolación más total…, y María allí, firme, aguantando todo y esperando contra toda esperanza.
¿Creyente como María?  No encontraremos a nadie, por más que busquemos…

Y aquí está esa Modelo nuestra, a la que cantamos con mucha razón:
– Madre de todos los hombres, enséñanos a decir AMEN.  
Sí, que se haga lo que Dios quiere, lo que Él dispone…
– Cuando se acerca la noche, y se oscurece la fe, Madre de todos los hombres, enséñanos a decir AMEN.
Nuestra noche es ese no ver la razón de nuestra vida.
Es no adivinar el por qué Dios me ha colocado en un estado determinado dentro del mundo y de la Iglesia.
Es el pensar que me he equivocado en mi vocación matrimonial, o profesional, o hasta católica.

Es entonces cuando nos asaltan preguntas como éstas: ¿no me estaré engañando, al creer en ese Dios a quien no veo; esperando un Cielo para después; perseverando en un matrimonio que ya no me ilusiona; rezando sin conseguir nada; sufriendo yo mientras otros gozan…, y qué sé yo cuántas inquietudes más?…
Cuando nos asaltan preguntas como éstas es cuando se está en esa hora de la prueba, en la noche de la fe. Puede que sea dura esta hora. Pero es la hora de los valientes. Es la hora de los que tiene fe…
Entonces hay que fiarse de Dios, como María en medio de la noche oscurísima del Calvario. . Seguir siempre a Jesús, como María. Perseverar hasta el fin, como María. ¡Esa es la victoria de nuestra fe!… ¿El premio?… Lo estamos tocando ya con la mano…

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