La Iglesia en su Historia

21. enero 2021 | Por | Categoria: Iglesia

Una anécdota curiosa nos va a meter en nuestra reflexión de hoy.
Cuando los países del norte de Europa se separaron de la Iglesia Católica en el siglo dieciséis para caer en el luteranismo, sus habitantes se olvidaron de toda su historia anterior. Al cabo de varios siglos visita aquellas naciones en vistas a una misión un Obispo, y se le presenta muy cortés un caballero protestante, que pregunta todo extrañado:
– ¿Cómo? Pero, ¿es que existe todavía la Iglesia Católica? ¿No desapareció hace ya cuatro siglos?
El Obispo, muy cortés también y con una sonrisa llena de ironía en los labios:
– Desde el momento que yo soy un Obispo católico, usted puede ver que la Iglesia Católica no ha muerto. Aquí tiene usted un hijo y un representante de la Iglesia Católica.
– Pero, señor Obispo, aquí estábamos convencidos desde la Reforma de que la Iglesia Católica ya no existía. Quiero estudiar este asunto.
Lo estudió. Y al cabo de sus investigaciones, dijo resuelto:
– He comprobado que la Iglesia Católica es la fundada por Jesucristo. La nuestra de la Reforma se separó, luego es posterior y no puede ser la verdadera. Yo, me hago católico. Así vuelvo a la Iglesia de mis antepasados (Obispo Fallice)

¿Qué es lo que ha comprobado la Iglesia a lo largo de su historia? Esto: que Jesucristo está con su Iglesia y que la Iglesia, a pesar de todos los pesares, no puede perecer. Tiene la palabra de Jesucristo, y, además de esta palabra, tiene la experiencia de veinte siglos. La Iglesia no muere, la Iglesia sigue adelante en su desarrollo, la Iglesia va directa hacia el fin con la confianza plena en la palabra de su divino Fundador, que le dijo: Yo estaré con vosotros hasta el final de los siglos (Mateo 28,20)

La historia de la Iglesia no es más que la comprobación de una parábola preciosa de Jesús sobre la siembra y cosecha del trigo:

El Reino de Dios es como lo que le ocurre al hombre que echa la semilla en la tierra; sea que duerma o que esté despierto, de noche o de día, la simiente germina y crece, de manera que ni él mismo lo sabe. Después la tierra produce espontáneamente el primer brote, a continuación la espiga, finalmente el grano en la espiga. Y cuando el fruto está a punto, se mete la hoz, porque ya ha llegado la siega (Marcos 26-29)

¡Qué maravilla de parábola! Del trigo, como puede ser del café, o del maíz o de los frijoles… Da igual. Porque el pensamiento es el mismo: principio de la Iglesia, crecimiento a través de los siglos, cosecha abundante de almas, que, con la salvación, van a llenar los graneros o almacenes del Padre celestial

La Iglesia se inicia con la Persona de Jesucristo. Nace de su costado abierto en el árbol de la Cruz, como Eva salió del costado de Adán allá en el paraíso, y, antes de irse al Cielo la deja bien establecida en la tierra. A Pedro le había prometido: Eres roca, y sobre esta roca, que eres tú, edificaré yo mi Iglesia. Antes de partir, le conforma en el cargo: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Tú te cuidas del rebaño entero, de los pastores como de los inocentes animales. Y da a los Doce el último encargo: Id, y haced discípulos de todas las gentes. La Iglesia tendrá que cubrir el mundo entero.

Viene el desarrollo de la semilla, el crecimiento de la Iglesia. Los que estamos en ella, ni nos damos cuenta. Y el dueño, Jesús, allá arriba en el Cielo, metido en su gloria, como despreocupado del todo. Pero no la pierde un segundo de vista.

Jesús le ha dejado su palabra, su verdad, sus enseñanzas, que la Iglesia guardará con fidelidad hasta el fin. Cambiarán los tiempos, cambiarán las maneras de pensar, pero la Iglesia siempre tendrá la misma verdad, que sabrá acomodar en sus expresiones a cada cultura, a cada pueblo, a cada tiempo, pero la verdad será siempre la misma.

Jesús le ha dejado sus ejemplos, y en la Iglesia habrá multitud de hombres y mujeres, que, mirándose en Jesucristo, vivirán igual que Él, y como Jesús y por Jesús realizarán los mayores heroísmos.

Como la semilla, la Iglesia conocerá días esplendorosos de sol, días negros de tempestad —días de paz y días de feroz persecución—, pero entre todos los avatares de los tiempos, completará en su seno el número de los elegidos.
Y entonces, cuando el fruto habrá llegado a su sazón, a su madurez plena, vendrá el dueño de la mies a recoger la inmensa cosecha que presentará al Padre en el último día. La siega de la mies, la recogida de la cosecha, se hace esperar, pero llegará, llegará, ¡y hay que ver lo que será aquel día!…

Para nosotros, hijos de la Iglesia, una reflexión como ésta nos llena de gozo, de esperanza, de paciencia. Nos hace optimista la vida. Cada uno somos espiga en medio del campo o árbol dentro de la plantación. Nuestra ilusión es únicamente llegar a la sazón de nuestra vida cristiana, dar frutos de vida eterna.

Para ello, no se debe arrancar la espiga del campo, no se puede cortar irresponsablemente el árbol. Salirse voluntariamente de la Iglesia, es realizar en sí mismos la palabra dura de Jesús: paja o rama seca, ¿para qué sirve sino para ser echada al fuego y arder?…

En medio de los siglos de historia de la Iglesia, nosotros estamos en un momento y en un lugar concretos. Aquí y ahora, nosotros queremos escribir una página brillante de servicios al Señor con nuestra santidad y apostolado.
Un día se verá lo que habremos hecho en este hoy que es nuestro. Y sin meter ruido, sin llamar la atención, vamos desarrollando nuestra vida cristiana dentro de la Iglesia, ¡que no ha muerto, sino que se conserva muy lozana!…

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