Lágrimas a mares
25. enero 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaPara empezar el mensaje de hoy, les invito a trasladarnos con nuestra imaginación a uno de los templos marianos más grandiosos y venerados del mundo: al Pilar de Zaragoza. En la fiesta del Pilar, 12 de Octubre, era descubierta nuestra América y alumbrada a la luz de la Fe.
Ahora, en este momento, nosotros nos vamos a fijar en ese sacerdote que está en el confesionario mirando con curiosidad a un oficial del Ejército. El militar, en la capilla de la Virgen, se levanta, sale del templo, vuelve a entrar y a rezar, y a salir y a entrar por tres o cuatro veces seguidas. El sacerdote, extrañado, se quiere marchar, pero es detenido por el soldado:
– “Espere, Padre. Quiero confesarme, pero le voy a contar antes lo que me pasa. Hace muchos años que no vivo como cristiano. A punto de morir mi madre, me dio dos encargos: que rezase todos los días tres Avemarías y que hiciese una visita a la Virgen en el Pilar de Zaragoza. Siempre he rezado las tres Avemarías, y hoy, aunque sentía muchas tentaciones de dilatarlo, he venido a hacer la visita prometida a mi madre. Rezando a los pies de la Virgen, se ha entablado dentro de mí una lucha tremenda con una voz interior, que me decía:
– ¡Confiésate! Yo, enérgico: ¡No quiero!… De nuevo la misma voz: ¡Confiésate! Yo, rebelde: ¡No quiero! ¡Antes morir!… Tercera vez la voz misteriosa: ¡Confiésate, o mueres!…
Por dos veces me he levantado para salir de la iglesia y alejarme, pero no he podido. He tenido que volver a los pies de la Virgen. Y no puedo resistir más. Padre, quiero confesarme. Hace treinta y seis años que no lo hago”.
Se confesó, comulgó y pasó todo el día a los pies de la Virgen. El sacristán, por la noche, le mandó salir para cerrar las puertas. Se marcha el militar, y el sacristán se queda pasmado: Pero, ¿qué es esto?… El suelo, donde había estado hincado aquel militar —ahora más valiente que nunca— aparecía todo humedecido por tantas lágrimas allí derramadas.
Un poco larga ha sido la narración del caso. Pero un hecho como éste nos dice más que cien discursos lo cierto que es ese título con que nos dirigimos a María: Reina y Madre de misericordia, o como le decimos en la letanía: Refugio de pecadores.
Con ello confesamos la dignidad de la Virgen en el Cielo. Ella ruega sin cesar por nosotros ante su Hijo Jesucristo, el Salvador y Redentor. Verdadera experta de la benevolencia de Dios, acoge benigna a cuantos recurren a Ella y se confían a su protección. Saludada por nosotros como fortaleza y esperanza de los débiles, no rechaza a nadie que espera en su bondad. ¿De dónde le viene tanta ternura, tanta benignidad, tanta solicitud, tanto poder? No es muy difícil de entenderlo.
* Primero, porque es la Madre de Cristo Jesús, y tiene los mismos sentimientos que su Hijo el Salvador.
María, como madre, formó el corazón de Jesús su hijo. Humanamente hablando, Jesús le debe en gran parte a su Madre esos sentimientos tan tiernos de que hace gala en el Evangelio. Pero, a su vez, Jesús transmitía, casi insensiblemente, los sentimientos divinos que anidaban en su Corazón. Y María llegó a tener, más que nadie de nosotros, esos sentimientos de Cristo Jesús que el apóstol San Pablo nos dice hemos de asimilar todos nosotros.
Si Jesucristo es la misericordia visible del Dios invisible, que ama a los hijos más perdidos, María es la copia más fiel de la misericordia del Salvador, a quien vio morir por los pecadores. Esos dolores de Jesucristo son un reclamo constante para la Virgen. ¿Cómo no va a rogar por la salvación nuestra, que tanto le costó a su Hijo? Jesucristo, a su vez, no puede desoír las súplicas de su Madre a favor nuestro, pues fue testigo de lo que su propia muerte en la cruz fue para el Corazón de su Madre.
* En segundo lugar, esa intercesión de María se la debemos al hecho de que es la Madre nuestra. Jesús nos confió a Ella como hijos, y nos ha acogido tal como éramos y somos: unos pecadores. ¿Qué tiene que ser Ella en el plan de Dios? Pues, eso, una Madre misericordiosa, dulce y tierna con unos hijos suyos que están muy necesitados del perdón y de la bondad de Dios.
Un santo jesuita muy famoso, el Beato Antonio Baldinucci, predicaba muchas misiones por las tierras italianas. Llevaba siempre en ellas un cuadro de la Virgen con el cual conseguía las conversiones más ruidosas. Y aseguraba el santo:
– Se podría formar un lago extenso con las lágrimas de tantos pecadores, derramadas ante esta santa imagen.
Fueron tantos los milagros de conversiones se realizaron con este cuadro portátil, que poco antes de morir el santo misionero fue coronada la Virgen canónicamente y es venerada con devoción especial (Los dos casos aducidos, en Muñana, Lecciones Marianas)
Todo esto nos dice lo que ya sabemos de memoria y desde siempre: que en María tenemos la Madre más buena que Dios nos ha podido dar… Encerrados en su Corazón, ¿quién se puede perder, quién no se asegura la salvación?…