Dios mira y llama al mundo
10. febrero 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosHemos repetido muchas veces eso de la canción: Estoy pensando en Dios, estoy pensando en Dios… Porque, conforme a nuestro lema, queremos que Dios sea todo en todos. ¿Habremos conseguido algo? No dudamos que sí.
Entre tantos lectores nuestros, Dios es más conocido y Dios se ha llevado más de un acto de amor salido de muchos corazones. ¡Bendito sea Dios, que nos ha permitido hacer algo por Él!
Pero no dejamos de tener nuestras preocupaciones, manifestadas tantas veces en nuestros mensajes. Somos conscientes de que una gran parte de nuestra sociedad se va secularizando y se aleja de Dios cada vez más, sin saber adónde dirige sus pasos suicidas.
Le pasa como a Judas cuando se empeñó en alejarse de Jesús, a pesar de los esfuerzos del Señor por salvarlo, tal como nos lo describe el poeta en una escena patética.
Con mucha imaginación, el poeta nos traslada al Huerto de los Olivos en la noche de la Pasión, y nos hace ver a Jesús meditando en el pecado de Judas, al que quiere todavía salvar:
– ¡Judas! ¡Judas! Veo que vas a morir antes que yo…, aunque yo entrego mi vida por ti. ¡Detente, Judas amigo! Espera, espera…, que vas a parar al fuego eterno.
Al fin Jesús se descorazona. Ve que es todo inútil, y exclama:
– Mi luz convida a Judas, pero Judas huye de la luz…
No deja de ser bella la lección de nuestro insigne poeta clásico (Ercilla, La Araucana)
Jesús, el Salvador del mundo, quiere llevar el mundo a Dios. Y no vamos a decir que todo el mundo huye de Dios, porque esto es totalmente falso, pero sí que gran parte del mundo se distancia cada vez más de Dios y de su luz, lo cual nos hace a nosotros estremecernos, al pensar: ¿adónde irán a parar tantos como se alejan de Dios?
Por otra parte, somos muchos los que, por gracia del mismo Dios, buscamos a Dios con ardor en nuestras vidas, y sabemos que no nos equivocamos. Además, estamos convencidos de que tenemos una gran misión, como es la de ayudar a Jesucristo en la salvación de ese mundo que se aleja y se cierra voluntariamente a la luz.
Mientras Dios llame —y llama siempre—, mientras Jesucristo siga presentando sus Llagas benditas al Padre intercediendo por nosotros, no digamos nunca que no hay esperanza. El pecado del mundo es grande, pero la misericordia de Dios es mucho más grande que nuestro pecado.
Se hizo muy célebre —¡y cuántas veces se ha contado!—, el caso que narró un Padre jesuita alemán cuando daba una misión.
Se trata de un joven estudiante que, por muchas aventuras, al fin paró en la prisión. Su madre viuda lloraba a mares, y, en trance de muerte, pidió el favor de ver por última vez a su hijo perdido. Las autoridades de la cárcel acceden y, rodeado el muchacho de guardias, es llevado ante el lecho de la madre moribunda. La pobre mujer no habla una palabra, y se limita a dirigir al hijo una mirada profunda, profunda, que dejó al presidiario tan frío como había venido. Así, indiferente y duro, volvió a la cárcel, de donde había salido. Pasaban los días, y, de repente, el preso rompe a llorar de manera incontenible:
– ¿Pero, cómo es posible llegar al extremo a que he llegado? ¡Ay, esa mirada de mi madre!…
El corazón estaba a punto de estallarle en el pecho. Al fin salió de la prisión, dispuesto a cambiar radicalmente de vida. Y cambió de veras. Se dedicó al estudio, se preparó para el sacerdocio y la vida religiosa, hasta ser admitido en la Compañía de Jesús.
El misionero iba narrando con aparente tranquilidad en el púlpito esta historia, y cambió repentinamente el tono de la voz, hasta estremecer al auditorio y hacerle romper en copioso llanto, cuando dijo:
– ¿Saben quién era aquel joven presidiario, aquel criminal, aquel que, a pesar de todo, no ha podido resistir la mirada de la madre? Lo tenéis aquí. Soy yo. Por lo mismo, les digo a todos: ¡Animo! La bondad de Dios es muy grande. Lo que he podido hacer yo con la gracia de Dios, lo pueden hacer todos ustedes (Padre Hasslacher, presidiario en la fortaleza Ehrenbreitstein)
Esto es lo que nosotros pensamos del mundo actual. Muchos se han alejado de Dios, pero Dios no los pierde de vista. Y su mirada se posa sobre ellos más tierna y dolorida que la aquella buena madre. Todo está en que al mundo se le clave esta mirada de Dios y la entienda. Dios no mira para condenar, sino para salvar.
A estas horas, tiene plena vigencia la palabra de Jesús, y la tendrá hasta el final de los tiempos:
– Dios ha amado de tal manera al mundo que le ha dado su propio Hijo. Y no ha mandado su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Juan 3,16-17)
De aquí nace nuestra confianza. Y de aquí también, nuestra disponibilidad para trabajar en la Iglesia por la salvación de nuestros hermanos.
Nosotros sabemos que hemos de trabajar por que la justicia y la paz reinen en el mundo, y a ello dedicamos tantos esfuerzos. Pero trabajamos con igual ahínco —y más fuerte aún— porque el mundo vuelva a Dios, de quien únicamente le puede venir la salvación.
Cada uno a nuestra manera, cada uno en nuestro puesto, cada uno según nuestros medios, todos hacemos el mismo esfuerzo, y le decimos a Dios mientras trabajamos llenos de optimismo: ¡Venga tu Reino, Señor!…