Los Diez Mandamientos hoy
2. febrero 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra FeOcurrió en el año 1991, cuando el Papa Juan Pablo II visitó Polonia por primera después que ya había caído el Muro de Berlín. Como podemos suponer, sin el régimen comunista en el poder, tanto el Papa como el pueblo polaco se sintieron libres de verdad. En los viajes anteriores, el Papa y el pueblo se demostraron valientes, pero siempre con el miedo o la prudencia que imponían las circunstancias. Ahora, sin temor alguno, el Papa quiso poner un dique al materialismo que empezaba a echarse encima de Polonia con la apertura al mundo capitalista. ¿Remedio? El Papa no se lo pensó demasiado: en cada una de las ciudades que visitaba les hablaba a sus paisanos de uno de los Mandamientos de la Ley de Dios:
– ¡Cuidado con la civilización y disfrute de los deseos torcidos que se enseñorean en medio de nosotros!
El aviso era oportuno y llamó poderosamente la atención. Ya en el avión de regreso a Roma, un periodista se atrevió a bromear con el Papa:
– Santidad, esta vez ha querido hacer el papel de Moisés.
Y el Papa, sin retractarse:
– Pues, sí; un poquito…
Años más tarde, en su viaje de peregrinación al Sinaí, donde Moisés recibiera de Dios las tablas de la Ley, el mismo Papa reconoce y enseña: “El Éxodo y la Alianza no son simples cosas del pasado, sino que son el destino eterno del Pueblo de Dios”.
Miremos esos Diez Mandamientos, a los que muchos les tienen miedo porque los creen muy exigentes o los miran como trasnochados, buenos para otras épocas pero hoy superados. Nosotros vamos a pensar con el Catecismo de la Iglesia Católica (2056-2063)
¿Están realmente pasados de moda los Diez Mandamientos? ¿Y no serán, por el contrario, más actuales hoy que nunca?…
Empecemos por decir que Dios no se muestra ningún tirano o dictador caprichoso al darnos su Ley. Contra todas las apariencias, esa Ley le sale a Dios del corazón. Dios nos conoce y nos ama mucho más íntimamente de lo que nos conocemos y amamos nosotros, y para bien nuestro nos dicta esos mandamientos que no están hechos para fastidiarnos la vida, sino para salvaguardarla y hacérnosla feliz.
Son mandamientos en todo conformes a nuestra naturaleza. Lo que resulta fatal es, precisamente, lo contrario: el saltarse los mandamientos que encauzan toda nuestra vida moral.
Sólo quien conoce, como Dios, el corazón humano es capar de darle normas que lo salven. La ley moral no puede quedar al arbitrio y al gusto de los hombres.
El Papa Pío XI, ante las doctrinas aberrantes del nazismo, lo dijo de manera clara: “El solidarizar la doctrina moral con opiniones humanas, subjetivas y mudables en el tiempo, en lugar de anclarlas en la santa voluntad del Dios eterno y en sus mandamientos, equivale a abrir de par en par las puertas a las fuerzas disolventes”.
Los nazis no le hicieron caso al Papa ⎯como se lo iban a hacer!⎯, y los nazis demostraron bien pronto con los campos de exterminio la razón el Papa tenía.
Muchos piensan que esa autonomía y esa rebeldía contra los mandamientos de Dios fue de los nazis de Hitler, de los comunistas de Stalin y de tipos semejantes…, pero que ya no son manía moderna. No podemos llamarnos a engaño.
Cuando se legisla a favor del aborto; cuando se abre el camino a los experimentos de laboratorio para la producción de la vida; cuando se aceptan legalmente uniones nunca aceptables; cuando se autoriza también por ley la plácida muerte con la eutanasia; cuando se hacen muchas otras cosas más…, las Asambleas legislativas y los Congresos se enfrentan directamente con Dios, asumiendo poderes divinos que nadie les ha dado.
Dios entregó su Ley con una fórmula memorable: YO SOY. Dos palabras que tuvieron el mejor comentario en la pluma del Papa Pío XI, que escribió en aquella encíclica contra el nazismo: “Nuestro Dios es personal, rey último y fin de la historia del mundo. Este Dios ha dado sus mandamientos independientes de tiempos y espacio, de región y raza. Como el sol de Dios brilla indistintamente sobre todo el género humano, así su ley no reconoce privilegios y excepciones”.
Escuchando estas palabras, parece que sí, que los Diez Mandamientos pueden causar miedo, porque el hombre se encuentra ante un Dios dictador ante el que hay que temblar… ¡No, por favor! Nuestro Dios es ante todo y sobre todo nuestro Padre y nosotros somos sus hijos.
El monte Sinaí tiene en la vida de Jesús un monte contrapuesto, mejor dicho, complementario, que nos revela todo lo que es Dios. Es el monte Tabor. Cuando Jesús aparece transfigurado, lleno de gloria, a su lado están Moisés, el dador de la Ley de parte de Dios, y Elías, el gran defensor de la Ley y de la Alianza. ¿Y qué voz se deja oír? La del Padre, que dice: “Este es mi Hijo muy amado. ¡Escuchadle!”.
Cuando el cristiano se siente hijo de Dios, a Dios le tiene reverencia y temor santo; pero le tiene sobre todo amor, y con el amor en el corazón, lo único que teme es dar un disgusto a Dios su Padre. La ley la lleva escrita no en tablas de piedra, sino en el corazón de carne. Más: su ley es el Espíritu, y el Espíritu Santo le sugiere siempre lo que ha de hacer para gloria de Dios y para su bien propio.
Los Mandamientos no han pasado de moda, sino que se han transformado de ley dura como la piedra en ley suave, tan suave como el arrullo del viento, como la caricia del Espíritu…