Los imitadores de Dios
3. febrero 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosUnas palabras de San Pablo a los de Efeso nos pueden dejar desconcertados, cuando dice: Sed imitadores de Dios (5,1). Pero, ¿cómo? Entendemos el imitar a Jesucristo, que es ciertamente Dios, pero es también hombre como nosotros. ¿Pero eso de imitar a Dios? ¿en qué y cómo?… Algo nos hace sospechar Jesús cuando nos dice en el Evangelio: Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial (Mateo 5,46)
Aquí tenemos la Palabra de Dios. Ahora, por muy extraña que nos resulte esta Palabra, nos toca discurrir: ¿qué significa, qué quiere decir, qué nos exige el ser imitadores de Dios?
En aquellas catequesis de preparación para el Tercer Milenio se nos insistió mucho sobre esto, y lo que parecía un tema difícil resultó fácil en extremo.
El demonio nos metió en la cabeza allá en el paraíso: ¡Seréis como dios! Le hicimos caso en nuestro padre Adán, y la hemos pagado bien… Contra el orgullo tonto del paraíso, está la sabiduría humilde, que nos dice: ¡Sed como Dios! ¡Amantes como Dios! ¡Bondadosos como Dios! ¡Generosos como Dios!… Perdonad, como perdona Dios. Haced el bien a todos, como lo hace Dios.
En eso tan sencillo y tan connatural a la gracia, está la imitación de Dios.
Resulta curioso lo que se cuenta del Senado Romano, pocos años después de Jesucristo. Roma aceptaba los dioses de todos los países que conquistaba y, por lo mismo, tenía dioses innumerables. Había dioses terribles, como Marte el dios de la guerra; viciosos como Baco, el dios del trago y de la borrachera; encantadores y viciosos también, como Venus la diosa del amor y de la lujuria; poderosos, como Júpiter, el dios más importante…. Pues, bien; el Senado quiso determinar cómo se iba a llamar el mayor y el mejor de entre tantos dioses. Los senadores empezaron a soltar nombres:
– ¡El Dios de la riqueza!… ¡El dios de la sabiduría!… ¡El dios del poder!…
No se ponían de acuerdo. Hasta que un senador muy sensato y, por lo visto, también muy bueno, propuso ante el silencio de todos:
– Mejor será llamarle “Dios de Bondad”. Porque, si le llamamos “Dios de la riqueza”, ¿qué será de los pobres? Si le llamamos “Dios de la sabiduría”, ¿qué será de los sencillos? Si le llamamos “Dios del poder”, ¿quién pensará en los humildes y quién cuidará de ellos? Por lo tanto, si queremos un Dios que sea de todos y para todos, vamos a llamarle “Dios de la Bondad” (De Tihamer Toth)
Un aplauso coronó la intervención de este buen senador, y una aprobación sin ningún voto en contra fue el resultado de aquella intervención tan afortunada.
¡Ojalá fuera cierta esta anécdota tan curiosa!…, para honor de la Roma Imperial.
Sin embargo, lo que es cierto y seguro es que Dios, nuestro Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, podrá ser y es el Dios omnipotente y eterno, el Dios sapientísimo y omnipresente, el Dios…, digamos todo lo que queramos de Él, pues todo será verdad.
Pero lo primero, lo más importante, lo que más nos interesa es que Dios, nuestro Dios, es AMOR, es misericordia, es bondad, es perdón, es generosidad, es ternura…
Y entonces, viene la gran consecuencia: ¿Podemos ser imitadores de Dios?
¿Podemos amar y esparcir amor por doquier?
¿Podemos ser compasivos y misericordiosos?
¿Podemos ser bondadosos con todos en nuestro trato de cada día?
¿Podemos perdonar cuando hemos recibido una ofensa?
¿Podemos ser generosos, frente al egoísmo que vemos a nuestro alrededor?
¿Podemos tener un corazón tierno, que haría felices a tantos corazones, que nos ganaría también a nosotros muchos corazones, y haría ver por nosotros la imagen verdadera de Dios a tantos como lo buscan y no lo encuentran?
Fue la gran lección que aprendió y después enseñaba San Vicente de Paúl, el Santo por antonomasia de la Caridad. Conoció muy bien a San Francisco de Sales, el santo caballero y amable por demás, y se hacía esta reflexión: ¡Qué bueno eres, Dios mío, qué bueno eres! Si en Monseñor Francisco de Sales, criatura tuya, hay tanta dulzura, ¿cuánta tiene que haber en ti?…
No nos es tan imposible ser imitadores de Dios, ser como es Dios. Porque, para facilitarnos Dios un ejercicio de copia semejante, Dios se humanó, tomó la naturaleza nuestra en Nuestro Señor Jesucristo, modelo consumado de toda perfección. Jesucristo es el resplandor de la gloria de Dios. Y ver a Jesucristo y hacer lo que Jesucristo hacía y cómo lo hacía, es para nosotros hacer y ser como hace y es Dios.
El amor es la clave del éxito, conforme a lo de San Agustín. Porque somos lo que amamos. Y así dice el gran Doctor:
– Si amas el cielo, eres cielo; si amas la tierra, eres tierra; si amas a Dios, eres Dios.
En un mundo que queremos bello, pero que cada vez se deforma más cuanto más se aleja de Dios, nosotros tenemos la vocación sublime de manifestar al mundo el rostro verdadero de Dios. Y esto no se consigue sino transformándonos en Dios nosotros, los creyentes, por la imitación del mismo Dios.
Jesucristo lo proclamó con aquella invitación, que parece una arenga: ¡Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto! ¡Estáis colocados sobre una montaña, y no os podéis esconder! Que todos os contemplen inundados con la luz de Dios…