¿Por qué comulgo?
9. febrero 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Nuestra FeNo es la primera vez, ni será la última, que en nuestros mensajes hablamos de manera concreta sobre la Eucaristía: sobre Jesucristo que se nos hace presente y se nos da en el Sacramento. Si toda nuestra vida cristiana se centra en la Persona de Jesucristo, y Jesucristo está realmente presente entre nosotros por la Eucaristía, nada puede sustituir a la Comunión como práctica cristiana, puesto que en ella recibimos a Jesucristo en toda la realidad de su ser. Comulgar es dejarse transformar totalmente por Cristo para convertir nuestra vida en la vida misma del Señor.
Es muy conocida la anécdota de Newman, cuyo nombre llevan tantos Clubes universitarios en Estados Unidos: el “Newman Club”, por ser el mayor exponente de católicos y protestantes cuando se quieren encontrar dentro de la misma fe de Jesucristo.
Newman era un prestigioso Profesor de la Oxford en Londres y un piadoso Pastor protestante. Su conversión al catolicismo fue lenta, laboriosa, llena de dudas, de luchas secretas y angustias de espíritu. ¿Y sabemos lo que le dio el empujón definitivo? Pues, la Eucaristía.
Sabida es la doctrina protestante sobre el Sacramento. Para el protestante, la Eucaristía es recuerdo, memoria del Señor nada más. Pero Cristo no está presente en la hostia. Para la Iglesia Católica, no. Para nosotros Jesucristo está realmente presente en el Pan y el Vino consagrados: la Hostia consagrada es el mismo Señor, tal como es Él y tal como está en el Cielo (Catecismo de la Iglesia Católica, 1374-1376)
Teniendo esto bien claro, entendemos la conversión de Newman. Sus amigos protestantes no lo sueltan. Le dan las razones que más le pueden convencer:
– Pero, ¿no te das cuenta de que si te pasas a la Iglesia Católica pierdes todo tu magnífico sueldo de profesor, y si te haces sacerdote en ella no te vas a poder casar?
– ¡Lo sé, lo sé! Pero también sé que todo eso no vale lo que una sola Comunión que pueda recibir en la Iglesia Católica.
Se convirtió. Y con su Misa diaria, el antes profesor de la Oxford y piadoso pastor protestante, recibió no una, sino miles de Comuniones, que llenaron de gozo su alma selectísima.
Nosotros, al haber tenido siempre a Jesús presente por la Eucaristía en su Iglesia, corremos el peligro de no valorar lo que supone cada Comunión para nuestras almas.
Con la Comunión, entramos en el círculo de la vida de Dios, el cual nos engolfa en su propia vida. Es bello contemplar los pasos que sigue nuestra divinización, y que se ha descrito del modo siguiente:
La vida de Dios, en el seno de su Trinidad, va del Padre al Hijo a quien engendra desde toda la eternidad.
Esa vida divina del Hijo, por la naturaleza humana que toma en el seno de María, pasa de Dios a Jesús, que es Dios verdadero y Hombre verdadero, de modo que en Jesucristo mora realmente la plenitud de la Divinidad.
Jesucristo después, tomando el pan y el vino, los convierte en su Cuerpo y en su Sangre, de modo que en la Eucaristía ya no hay pan ni vino, sino que en esas apariencias humildes se esconde todo un Dios.
El Pan y el Vino de la Eucaristía, hechos ya Cuerpo y Sangre del Señor, pasan por la Comunión a nosotros, que nos comemos realmente y nos bebemos al mismo Jesucristo, ahora glorioso en el Cielo.
Nosotros entonces, aunque muramos, tenemos dentro de nuestro ser la vida de Dios. Del lecho de la muerte pasamos a la contemplación de la gloria de Dios, y, al final de los tiempos, nuestro cuerpo propio, que se habrá alimentado del Pan de la Vida, unido definitivamente al alma, saldrá glorioso del sepulcro para insertarse dentro del mismo Cielo en que Jesucristo Resucitado reina inmortal.
Esto es lo que se ha llamado acertadamente el anillo de la vida de Dios comunicada al hombre: de Dios Padre a su Hijo divino; del Hijo divino de Dios a Jesucristo, el Hombre Dios; del Hombre Dios al pan y el vino que convierte en su Cuerpo y en su Sangre; del Cuerpo y Sangre de Cristo, por la Comunión, a nuestra naturaleza mortal, que por la Eucaristía llega a la vida inmortal de Dios.
Todo esto es grande, tan grande como queramos, y lo sabemos porque nos lo ha dicho el mismo Jesucristo, a quien decimos con fe profunda: ¡Nada más cierto que esta palabra del que es la Verdad!
Hoy tenemos en el mundo una preocupación muy grave: la falta de alimentos en una gran parte de la humanidad. De los muchos millones que mueren cada año, sobre todo niños, un porcentaje altísimo se debe a la nutrición deficiente. Con más abundante alimentación y de mejor calidad, con más calorías, sobre todo de origen animal, dos terceras partes de los que mueren hubieran vivido muchos años más. Si tenemos algo de sensibilidad, este problema tan grave nos afecta hondamente.
Pero nos preguntamos ahora: ¿nos preocupa lo mismo el hambre de las almas? Hambre que se padece en la misma Iglesia. Y no porque haya en ella escasez de alimentos, sino porque muchos cristianos se han declarado en huelga de hambre. El Pan y el Vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor, se brinda a todos en abundancia y con generosidad. Hoy nos repite Jesús con insistencia, como en la sinagoga de Cafarnaum: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Juan 6,55)
Un hombre de la talla de Newman se jugó todo por la suerte de recibir la Comunión en la Iglesia Católica. Sabía lo que se hacía. Igual que lo sabemos nosotros, que, pletóricos de vida por la Comunión frecuente y hasta diaria, podemos dar muestras de una salud rolliza, como que disfrutamos en abundancia de toda la vida de Dios…