¡Adora a tu Dios!
17. marzo 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosA los tres meses de iniciado el Tercer Milenio nos sorprendían los periódicos con una noticia venida de Rusia. Sería verdaderamente sensacional si un día llegara a realizarse lo que proyectaba la Iglesia Ortodoxa de Moscú.
Era la Semana Santa del año 2001, y el Patriarcado de todas las Rusias anunciaba que tiene trazado el proyecto de lanzar al cielo una estación espacial que se llamaría Jerusalén Celestial, como signo, expresión y anticipo del Cielo que a todos nos espera. Esa estación espacial ⎯mejor que la Mir famosa que acababa de hundirse en el mar después de bastantes años de servicio⎯, estará abierta a todos los que creen en Dios, sin distinción de credos.
La Agencia espacial rusa Energía está empeñada en transportar los peregrinos a esa estación espacial santa, para convertir los cielos no sólo en una zona desmilitarizada, sin armas, propuesta por el Presidente Putin, sino en una zona llena de Dios. Coincidía la noticia con el cuadragésimo aniversario del lanzamiento del primer astronauta ruso, que declaraba descaradamente al regresar a la Tierra: He estado allá arriba, pero no he encontrado a Dios (La Repubblica, Roma, 14-IV-2001)
Una noticia como ésta nos cuestiona. ¡Sería fantástico en verdad que se realizara un proyecto semejante!… Sería la desmentida más grande al ateísmo comunista que destrozó al alma rusa durante tantos años, y, sobre todo, sería la gran lección que esa Rusia bendita, vuelta a Dios, daría al mundo moderno:
– ¡Mirad a las alturas! ¡Mirad a Dios! ¡Los cielos proclamen la gloria del Señor! ¡Adoradlo en su alto firmamento! ¡Nuestra patria está en la gloria, porque no tenemos aquí ciudad permanente!
Este proyecto ruso, que parece de ciencia y de teología ficción, nos sirve para una reflexión muy seria. El mundo secularizado, por una parte, se aleja cada vez más de Dios. Pero el mundo creyente, por otra parte, suspira cada vez más por Dios. Dos mundos en lucha suprema, el mundo de Dios y el mundo de Satanás, de los cuales solamente uno va a cantar la victoria final.
Desde el principio del mundo se entabló una lucha sin cuartel entre Dios y Satanás. Satanás dijo en las alturas del cielo: ¡Yo no te sirvo! Y después insinúa tentador a Adán y Eva: ¡No le hagáis caso! ¡Comed! Si os independizáis, seréis como Dios (Génesis 3,5)
Llega la Iglesia, y, metida en el Imperio Romano, ve cómo todos adoran a la bestia, introducida en el mundo por el dragón, y nos dice el Apocalipsis: Toda la tierra, admirada de tanto poder como le había dado el dragón, adoró a la bestia, diciéndose: ¿quién tan fuerte como la bestia, y quién será capaz de luchar contra ella? (Apocalipsis 13, 3-4)
Al dragón y a la bestia se les opuso Jesucristo al renovar el más antiguo de los mandatos: “Adora al Señor tu Dios, y ríndele culto sólo a Él” (Mateo 4,10)
En la memoria de Jesús estaba muy presente la historia del Israel del desierto. Mientras Moisés recibía las tablas de la Ley eterna, el pueblo se prostituía ante el becerro de oro y todos comenzaron a adorarlo comiendo, bebiendo, bailando y haciendo fiesta, porque era más divertido el nuevo dios, hecho por sus propias manos y que todo les permitía, que aquel Dios terrible del humeante Sinaí…
Esta es una lección fundamental de la Biblia con aplicación enorme para nuestros días. Porque nuestro mundo se seculariza cada vez más. Cada día que pasa se van rindiendo más y más adoradores ante la estatua erigida por el nuevo imperio de la sociedad del bienestar, que prescinde de Dios.
¿Cuáles son las consecuencias de semejante actitud? Las mismas del paraíso y del desierto. Perdido el sentido del pecado ⎯porque es pecado sólo aquello que determina el hombre y no la Ley de Dios⎯, viene el cometer los mayores disparates. Adán y Eva pecadores, percibieron inmediatamente que estaban desnudos, es decir, comprobaron que el desorden de sus pasiones era fruto de su culpa. Pronto, vieron desesperados el primer fruto de la muerte ante el cadáver de Abel, asesinado por su propio hermano.
Es la historia de hoy, como podemos comprobar a poco que discurramos. ¿Cómo es posible que las naciones más avanzadas cultural y socialmente hayan llegado a legalizar, con los mismos derechos del matrimonio, la unión de los gay? ¿Cómo es posible que se admita, sancionado por la ley, el derecho a abortar? ¿Cómo es posible que se apruebe como derecho la eutanasia, sancionando así un asesinato en toda regla? ¿Cómo es posible que se dé vía libre por ley al juego de producir una nueva vida trastornando todas las leyes naturales, es decir, del Dios autor de la Naturaleza?…
Vendrán las respuestas de Dios, indudablemente. Adán y Eva perdieron su morada en aquel jardín de delicias, y el Israel del desierto no entró en la tierra prometida. Así, el mundo de hoy vivirá sin la paz y la amistad de Dios ⎯comprobamos esto a cada paso⎯, y nos daremos cuenta también de la gravedad que entrañan aquellas palabras de la Virgen en Fátima: ¡Que son muchas, muchas las almas que se pierden! Se han empeñado ellas mismas en no entrar en la Tierra Prometida del Cielo…
Como siempre, miramos también la contrapartida. No seamos pesimistas sin más. Pensemos que Dios no se deja vencer fácilmente por el enemigo, y el derrotado al fin será Satanás. Si vemos mucho mal en el mundo, nuestros ojos contemplan también mucho bien. Aquella palabra de San Pablo: “Donde abundó el delito sobreabundó la gracia” (R.5,20), es para nosotros un consuelo y una esperanza que nadie nos puede arrebatar. El ateísmo marxista de Rusia es toda una lección. Bajo las cenizas provocadas por aquel incendio devastador estaba el rescoldo de una fe profunda, que es quien se ha hecho con la victoria.
Nosotros vivimos con los ojos puestos allá arriba, en la Jerusalén celestial, Tierra Prometida en la cual entraremos por haber permanecido fieles a Dios, y Paraíso del que nunca seremos expulsados. Dios se habrá salido con la suya, a pesar del poderío del dragón y de la bestia. Contra Dios no puede nadie…