Dios tiene historia
10. marzo 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: DiosSi formuláramos esta pregunta: Dios, ¿tiene historia?, sabríamos la respuesta que nos darían todos: No, porque Dios es eterno y está fuera del tiempo.
Sin embargo, hoy nosotros nos vamos a tomar la libertad de decir que sí, que Dios tiene su historia. Aunque esa historia de Dios no es más que la historia de los hombres, la nuestra, en la cual se ha querido meter Dios de una manera tan amorosa, tan tierna, tan humilde y discreta, al mismo tiempo que tan grandiosa y admirable…
Mirándose Dios a Sí mismo en lo que ha sido para nosotros, se definió por Juan diciendo: Dios es amor. Porque todo se ha reducido a esto: a amarnos sin medida, a entablar con nosotros una relación amorosa, de modo que nos tratemos con Él de Tú a tú, sin ninguna barrera que se interponga en nuestra intimidad.
Una jovencita iba con frecuencia a la iglesia, se clavaba en la primera banca, y con los ojos fijos en el sagrario se pasaba feliz las horas. Una de las señoras que arreglaban el templo, le suelta un día;
– Pero, ¿qué haces aquí tanto tiempo? ¿Por qué no te vas ya?
Y ella, adolescente primorosa, responde con toda candidez:
– ¡Ay, señora! ¡Es que nos queremos tanto!…
Esta muchachita, que hoy está en los altares y la conocemos como Beata Isabel de la Trinidad, nos da la clave para entender esa historia de Dios con nosotros: porque Dios Padre se nos da en Jesucristo y nos llena de su Espíritu, de modo que le amemos con el mismo Amor con que Él nos ama, y seamos felices de verdad con ese amor que no conoce fronteras y en el que quiere consumar nuestra existencia eterna.
El primer acto de la historia de Dios es el haberse metido dentro de la Creación, porque hizo de tal manera las cosas que en todas ellas descubriéramos nosotros su huella. El hombre sencillo descubre a Dios con naturalidad pasmosa en la salida del sol y en el trueno fragoroso de la tempestad, en la flor y en el cantar de pájaro.
La ciencia moderna, que ha descubierto el secreto de tantas cosas, atribuye a las leyes de la naturaleza y al esfuerzo humano los fenómenos que antes la gente humilde y piadosa atribuía a Dios. Pero los que así piensan, han de ver que es Dios mismo quien está en el cerebro del hombre para que discurra y perfeccione la Creación. Cada nuevo descubrimiento es una ventana: apenas se abre, allí aparece el rostro sonriente de Dios, que dice: Yo, soy yo. Vuestro Padre Dios. ¿No me conocéis?…
El segundo acto de la historia de Dios es su manifestación al mundo mediante el pueblo elegido. Cuando la humanidad se había alejado de Dios e iba a un desastre sin remedio, Dios irrumpe en la historia con Abraham. Cuida del pueblo que va a traer la salvación, lo mima, le perdona sus infidelidades, le aguanta todo, fiel a su promesa: Por ti serán bendecidas todas las gentes.
El tercer acto de la historia de Dios es cuando el Padre nos manda su Hijo para nuestra salvación. Jesucristo es el gran regalo de Dios al mundo, como dirá Él mismo a Nicodemo: “¡De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó su propio Hijo!”. La vida, muerte y resurrección de Jesucristo marcan al mundo con la Sangre misma de Dios. No nos podremos perder… En Jesús, en Jesús Crucificado especialmente, es cuando más nos sonríe Dios, porque es el triunfo más sonado de su amor.
¿No conocen ustedes la historia del Santo Cristo de Javier? Cuando el gran apóstol del Oriente San Francisco Javier moría a las puertas de China, empezó a sudar sangre aquella imagen que se guardaba en su castillo familiar, a tantos miles de kilómetros en el norte de España. Ese Crucifijo sigue hoy atrayendo muchas miradas. Porque, aparte del recuerdo de la muerte de Javier, tiene una sonrisa muy extraña, aunque cargada de la teología más profunda, de modo que hace decir a cualquier visitante:
– ¿Cómo puede sonreír Jesucristo, en la cruz, si está sufriendo tanto?…
Tanto es así, que en la gran peregrinación que los jóvenes de su tierra hacen cada año al castillo del Santo, se escogió una vez como lema:
– Sonríe con el Cristo de Javier.
Es la sonrisa de Dios, feliz porque nos salva, aunque sea a costa de tanto sufrimiento.
El cuarto acto de la historia de Dios se desarrolla con la venida y la acción del Espíritu Santo, enviado por el Padre después que nos lo había merecido Jesucristo con la Cruz. El Espíritu Santo es ahora el encargado de llevar a término feliz la obra creadora del Padre y la salvación realizada por Jesús. El Espíritu Santo guía invisiblemente a la Iglesia, la gobierna visiblemente por los Pastores que Él mismo le pone al frente, nos hace gritar a todos en el corazón ¡Padre nuestro!, porque nos sentimos hijos de Dios, y con la esperanza nos hace suspirar por la vuelta del Redentor, a quien gritamos también: ¡Ven, Señor Jesús!
El quinto acto de la historia de Dios se realizará al fin del mundo, cuando Jesucristo venga de la manera más espectacular y grandiosa a poner fin a la historia de la Humanidad. Como nos dice el apóstol San Pablo, entonces, derrotados todos los enemigos, Cristo rendirá el Reino al Padre y entonces Dios será todo en todos.
Dios no tiene historia, porque es un Dios eterno. La historia de Dios es la nuestra, la Historia de la Salvación. Una historia que en cada uno de sus actos, en cada uno de los capítulos, en cada página, en todas sus líneas, nos dice lo mismo: – ¡Dios es amor! ¡Dios nos ama!… Cada una de las Tres Personas Divinas nos dice lo mismo: Yo te amo. ¡Ámame!… Yo te salvo. ¡Confía!… Yo te glorifico. ¡No te desanimes, persevera!…