María, “la colmada”
29. marzo 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaComo a todos nos gustan los poemas bellos, y se nos quedan tan fácilmente en la memoria, hoy comienzo con estos versos dedicados a María:
Nació predestinada – a ser Madre de Dios;
nació Inmaculada – para serlo mejor;
nació llena de gracia – por el amor de Dios;
nació fuerte y segura – con brío redentor;
nació limpia y hermosa – como reina de amor (J. L. Gago)
Bien. Hoy, vamos a pensar en María. Y lo vamos a hacer a la luz de estos versos, que no son más que un desdoblamiento de ese ¡Salve, llena de gracia!, con el que tantas veces saludamos a nuestra querida Madre del Cielo.
Se nos dice muchas veces en la Iglesia que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros un destino en este mundo, como un camino para conseguir el destino eterno en la gloria de Dios. Según esto, se nos enseña que cada uno viene al mundo con una misión.
¿Y María? ¿Qué misión traía María? Pues, nada más y nada menos, que ser la Madre de Dios. Como empecemos a discurrir sobre la grandeza de María, nuestra pobrecita cabeza se pierde…
Es imposible pensar en una maternidad superior a la de María. Por lo mismo, aparte de Jesús, que es Dios verdadero, es imposible hallar en una pura criatura una dignidad y una grandeza superior a la de María.
¡María, la Madre de Dios!… Ya está dicho todo.
Dicen que los antiguos cristianos griegos —dignos pensadores de la sabia Grecia— no ponían corona sobre la frente de la Virgen en sus estatuas y cuadros. Se contentaban con inscribir esta sola palabra: Theotócos, que significa Madre de Dios.
Por supuesto, que con esta expresión estaba ya dicho todo. No nos cuesta mucho entender al Angel, lo mismo que a Isabel, cuando la llaman, y nosotros lo repetimos sin cesar:
– ¡Bendita Tú entre todas las mujeres!
Pero el poema sigue cantando lo que exige esta dignidad de María. Y lo primero que nos dice es que Dios hizo Inmaculada a su Madre. O sea, una criatura limpia de todo pecado, hasta del original que toda la humanidad arrastra desde Adán en el paraíso…
Dios se dijo a sí mismo:
– ¿Nacer yo de una mujer que haya sido pecadora, ni tan siquiera por un instante? ¿Que el demonio se ría de mí, echándome en cara una mancha de mi Madre? ¡Eso, sí que no!…
Y por eso hizo Dios a María la más bella de las criaturas, al hacerla Inmaculada, sin mancha alguna que afeara su lindísima faz.
Esto de hacer a María Inmaculada, sin mancha alguna, era el primer eslabón de una cadena interminable de gracias y favores como Dios iba a dispensar a su Madre. Y para ahorrarnos a nosotros el empezar a contar tantas y tantas glorias, parece como que Dios le encargó al Angel:
– Mira, cuando llegues a Ella, no le digas más que esto: ¡Llena de gracia! Ahí está todo y no hace falta que le sueltes más piropos.
Esa Mujer, que iba a ser la Madre del Cristo, no sería una mujer tímida, apocada, calladita y cobarde. No, ni mucho menos. Su misión la llevaría a tomar unas decisiones tremendas en su vida, y esto le exigía el ser una mujer bien segura de sí misma, con determinación para todo, como nos ha dicho el poeta:
– La hizo fuerte y segura, con brío de redentor.
Jesús dijo con coraje a los apóstoles miedosos:
– ¡Venga, subamos a Jerusalén!
Y Jesús sabía muy bien lo que en Jerusalén le esperaba.
Eso mismo se dijo María, cuando llegó el momento decisivo, al saber la determinación de Jesús:
– ¿Jesús en el Calvario, colgando de una cruz? ¡Allá que me subo yo!…
En la Iglesia, a partir de hace unos dos siglos, se acostumbró a presentar a María con el Corazón sobre el pecho, mientras tiene en los brazos al Niño Jesús. Y a esta imagen tierna del Corazón de María se le dio el nombre tan propio de la Madre del Divino Amor. O también, la Madre del Amor Hermoso. Hace alusión a la palabra de la Biblia, que pone en labios de la Sabiduría eterna esta expresión:
– Yo soy la Madre del amor hermoso.
Aplicado a María es, desde luego, una acomodación del texto sagrado. ¡Pero, qué bien que le cae a la Madre de Jesús! ¡Qué bien dice con Ella el ser llamada la Madre más amorosa del Hijo más amante!
¡Y qué gusto nos da el llamarla así: ¡Madre del Amor Hermoso!, porque vemos en María a la Mujer capaz de elevar el amor del mundo a las alturas limpias del amor más bello a Dios y a los hombres!…
Total, que empezamos a hablar de María y nos quedamos siempre en el principio. Ya verán como nos va a pasar siempre lo mismo. No está mal. Porque así nos damos cuenta de que ante la Madre de Dios, y Madre nuestra celestial, lo mejor es ver y callar, sonreír y rezar, y más que nada, amar, amar mucho a Aquella que así nos roba el corazón…