¡Mírala!…
22. marzo 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaLa contemplación de la Virgen María tiene una gran importancia en nuestra vida cristiana, porque Dios nos la ha dado como Imagen de la Iglesia y Modelo en la Peregrinación de la fe. Quien mira a María y sigue sus pasos se convierte en un seguidor perfecto de Cristo. Por eso, mirar a María es garantía de perfección, de perseverancia y de salvación.
Se ha contado muchas veces aquella anécdota hermosa de los principios de la aviación. Metido en aquel aparatejo de cuatro hierros y lonas, el aviador, un francés creyente, había de atravesar el Canal de la Mancha y aterrizar en Inglaterra. Antes de lanzarse a la aventura, fue a un santuario de la Virgen y le ofreció la empresa. La realizó exitosamente, y al regresar a Francia fue a postrarse de nuevo al santuario de María, en el que dejó un exvoto con esta significativa leyenda: -¡Mírala, y emprende el vuelo!
Vienen ganas de aplaudir un gesto tan bello de amor a la Virgen, a la cual se le consagraban de esta manera las primicias de la aviación, que iba a cambiar la marcha de las comunicaciones.
Pues, más que aplaudir, es mejor que saquemos las consecuencias del gesto noble del aviador, como es el tener la costumbre de mirar a María continuamente, para sentir su amor, invocarla con devoción, atraernos sus favores, asegurarnos cada vez más nuestra salvación.
Mirar a María a lo largo de toda la vida es emprender el vuelo hacia el Cielo con seguridad total. Porque será imposible cualquier accidente, que, en el vuelo hacia la eternidad, sería necesariamente mortal. Porque nos salvamos o nos perdemos, sin un término medio de un accidente leve.
Hemos visto caer muchos aviones a tierra, igual que hemos contemplado con horror cómo estallaban en las alturas cohetes espaciales, y han sido muchos los que así han pagado tributo a la muerte. Se debe a fallos humanos, que escapan muchas veces a toda previsión.
Lo malo sería que eso se produjera en el orden de la salvación. Dios nos da un destino eterno, y hay que subir hasta las alturas donde Dios mismo nos espera. La salvación última es el gran problema que todos tenemos planteado, y sería demasiado riesgo exponerse a un accidente…
El accidente mortal en el avión o en el cohete espacial proviene siempre de un fallo en la maquinaria, del agotamiento del combustible, de una causa externa que se ha cruzado en el vuelo.
Pero ahora pasamos de las comparaciones a las realidades del espíritu. Jesucristo nos previno y nos avisó: el espíritu está siempre listo, pero hay que contar con la debilidad nuestra… La maquinaria del espíritu falla cuando no ponemos el suficiente empeño en tener todas las piezas en su lugar o perfectamente ajustadas. Es el descuido de los deberes de la vida. No hay uno solo que no sea importante en los planes de Dios…
El combustible se agota cuando dejamos de reponerlo con la oración diaria y la fuerza que nos comunican los Sacramentos.
La causa externa nos vendrá de lo que la Biblia llama, por San Juan, la concupiscencia de la vida, atizada siempre por el enemigo de nuestra salvación, envidioso de nosotros porque estamos llamados a ese Cielo que él perdió…
Cualquiera diría que estamos pintando un cuadro muy negro y metiéndonos a predicadores de iglesia.
Cualquiera diría que estamos diciendo que debemos vivir en continuo terror.
Cualquiera diría que no hay nada que hacer en el negocio de la salvación…
No, ni mucho menos. Dios, que nos llama, nos da también todos los medios para
alcanzar nuestro fin dichoso.
Y hoy nos fijamos, como el simpático aviador, en un medio insuperable de salvación, como es María. Porque Jesucristo en la Cruz nos confió a Ella. Y con Ella a nuestro lado, como el mejor copiloto, el vuelo hacia las alturas de Dios se convierte en un placer.
Estamos cansados de oír —mejor dicho, no nos cansa nunca oír en la Iglesia— que jamás se ha perdido un alma amante de María.
Dios nos ha confiado a Ella.
Jesucristo en la Cruz nos metió a todos dentro de su Corazón de Madre.
Y sólo puede perderse quien se escapa porque abre la puerta del avión y se tira alocadamente al abismo…
Hoy en la Iglesia oímos con mucha frecuencia que estamos en la era de María. Es cierto. Aunque el Espíritu Santo, conductor de la Iglesia, ha procedido con prudencia divina hasta llegar al desenvolvimiento total de la devoción a la Virgen en el pueblo cristiano. En la Iglesia de los Apóstoles, como nos narran Los Hechos, se contentó con poner en medio a María la Madre de Jesús.
Ya en el siglo II, aparece en Roma esa oración breve, pero tan densa, del Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, junto a las primeras pinturas de María en las catacumbas.
En la Edad Media, la devoción a la Virgen ya es todo esplendor.
Y hoy, la doctrina sobre María, las apariciones famosas, y los grandes Santos formados por María, han hecho que nos encontremos, realmente, en la era de María, una era que ya no pasará…
– Ven con nosotros a caminar, – Santa María, ven, te cantamos mil veces, oh Madre.
Hoy —con el “¡mírala y emprende el vuelo!” del aviador—, cambiamos la letra, para pedirte también con mucha verdad: – Ven con nosotros, ven a volar. – ¡Santa María, ven!…