Como niños en sus brazos

19. abril 2021 | Por | Categoria: Maria

Es natural que todos los que tenemos fe suspiremos por entrar un día en el Reino de los Cielos allá en la Gloria, así como formamos parte ya del Reino de Dios aquí en la tierra. Por eso, tenemos siempre muy presente aquello de Jesús:
– Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.
Es imprescindible, para permanecer en la fe y para conseguir la salvación, mantenerse como  niños en la presencia de Dios.

Y aquí viene ahora el preguntarnos: -¿Cómo nos figuramos al niño más niño? ¿No lo vemos siempre en nuestra imaginación sostenido en los brazos de la madre, acariciado por la que le dio el ser, mimado, protegido, descansando con una paz celestial? ¿Y no nos puede ocurrir a nosotros lo mismo, en el plan sobrenatural, si nos vemos en los brazos de María, la Madre que nos dio Jesús, para que Ella, cumpliendo oficios maternales, nos mantenga siempre niños y alcancemos más segura nuestra salvación?…

Una canción preciosa le decía a la Virgen con ternura indecible:
– Quiero, Madre, en tus brazos queridos, — como niño pequeño dormir, —y escuchar los ardientes latidos — de tu pecho de Madre nacidos― que late por mí.
Y después de varias estrofas más, a cual más bella, acaba con esta otra, llena de esperanza:
– Quiero ver tu divina hermosura ― y a tu lado en la gloria vivir; ― si en tu pecho gocé tu ternura, — ¿no es verdad que tendré, Virgen pura, — la gloria por ti?…

En palabras tan sentidas, encontramos hoy el tema de nuestro mensaje, y pregunto:
– ¿Por qué queremos, como niños tiernos, vivir y morir en el pecho de la Virgen, sostenidos por sus brazos de Madre? ¿Por qué sentimos tan seguro el Cielo, al estar siempre con María?…
La respuesta nos la da el sentido cristiano, que nos ha dicho siempre, desde hace tantos siglos, que nunca se ha perdido un devoto de María.
Este sentimiento cristiano está plenamente fundamentado en la Biblia. Jesús nos encomendó desde la cruz como hijos a María, y basta que nosotros no nos escapemos de sus brazos, para que Ella no nos suelte jamás. Basta que acudamos a Ella en el peligro, para que el enemigo no pueda arrebatarnos nunca de esos brazos maternales. Basta que vivamos y muramos con el amor de María en el corazón, para que el problema de la salvación esté resuelto del todo. Es la misión que le confió Jesús. De lo contrario, no se entendería aquella palabra:
– Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre..

El pensamiento de la Iglesia ha sido siempre el mismo. Podemos remontarnos a Santos y Doctores muy antiguos, para encontrarnos con testimonios abundantes en pro de esta verdad. Voy a citar algunos nada más, que tomo, naturalmente, de un libro autorizado de Mariología, pues yo no me los podría inventar… Todos son de grandes Teólogos y Doctores de la Iglesia.
San Alberto Magno se dirige a la Virgen, y le dice: Señora, quienes se nieguen a servirte se perderán.
San Buenaventura afirma rotundo: El que rehusa entrar al servicio de María morirá en pecado. Y le dice a la Virgen, dirigiéndose también a Ella: Madre mía, quien no te invoque en esta vida, jamás entrará en el Reino de Dios.
San Anselmo es muy categórico: Así como es imposible que se salve el que no es devoto de María ni implora su protección, así es también imposible que se condenen los que se encomiendan a la Virgen y son mirados por Ella con amor.
San Antonino nos asegura lo mismo con estas palabras: Tened por imposible que se salven aquéllos de quienes María aparta sus ojos de misericordia; pero, en cambio, necesariamente se salvarán y serán un día glorificados en el Cielo los que atraen a sí las miradas compasivas de la divina Madre.

Les digo la verdad. Cuando copié estos textos, sentí una gran sorpresa y sentí casi miedo. Por mí, por nosotros, no; porque todos amamos, y mucho, a la Virgen. Sentí el miedo por quienes no quieren a María y hasta rechazan con obstinación su culto y su invocación. Con esta impresión, acudí al Sacerdote que me prestó la Mariología, y me lo explicó todo muy satisfactoriamente. Venía a decirme:
– Sí, es cierto. Esos textos son exagerados, como si Dios y Jesucristo no pudieran o no quisieran salvar sino al que acude expresamente a María. Su valor consiste en que son testimonios de la tradición más pura de la Iglesia, la cual siente la intercesión de María con tal poder, que cree, con toda seguridad, en la imposibilidad de que se pierda quien se ha acogido a la Virgen con piedad sincera (P. Narciso García Garcés, en TITULOS Y GRANDEZAS DE MARIA)

Esta seguridad la expresaban bien aquellos marinos que venían a nuestra América, recién descubierta. Les acompañaban siempre valientes misioneros que traían la fe a estas tierras vírgenes. En el centro de la rosa de los vientos colocaban la imagen de María, la miraban con la misma confianza que hoy nosotros ponemos en la brújula o en el radar, y nadie les arrebataba su seguridad…

¡Madre María!
Por más que avancemos en los años, siempre seremos niños en tus brazos maternales. ¿Verdad que estrechados por ellos, tenemos asegurada nuestra salvación?.. Apegados a tu pecho, sentimos los latidos de tu Corazón que nos ama… Con audacia de hijos, nos metemos dentro de ese tu Corazón de Madre… Porque en él deseamos vivir y morir. Y en él reinaremos por siglos sin fin…

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