Una visión de la Iglesia
22. abril 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Iglesia¿Qué es la Iglesia? Todos sabemos decir que es el Pueblo de Dios, la Familia de Dios, y que fue fundada por Nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia se nos presenta como una institución y un misterio.
La Iglesia es un misterio, porque su vida íntima es totalmente sobrenatural y no perceptible por los sentidos. ¿Quién ha visto a Jesucristo, Señor y Cabeza de la Iglesia? ¿Quién ha visto al Espíritu Santo, enviado por Jesucristo para ser el alma y conductor de la Iglesia? ¿Quién ha visto la Gracia, vida de la Iglesia?… La Iglesia será siempre misterio.
Pero es también una institución, visible, palpable, con una vida externa que manifiesta aquella otra vida interna de que la ha dotado Jesucristo y que alimenta continuamente el Espíritu Santo.
Vemos ante todo los hombres y mujeres que componemos la Iglesia, como vemos los lugares donde nos reunimos los cristianos, donde oramos y cantamos y escuchamos la Palabra que nos sigue dirigiendo Jesucristo. Vemos los sacramentos, signos visibles de la Gracia. Vemos a unos Pastores que nos guían en nombre de Jesucristo… La Iglesia no es algo oculto, escondido, sino que es una institución que podemos comprobar con nuestros sentidos.
Al hablar de la Iglesia en nuestro mensaje de hoy, la miramos de propósito bajo este segundo elemento: la Iglesia institución. E institución especialmente por sus Pastores. Es algo muy importante y de gran actualidad considerar este aspecto. Ya que muchos quisieran una Iglesia que, como Pueblo de Dios, se gobernase por un sistema democrático, con unos Pastores que sean los elegidos y representantes del mismo Pueblo. Con esto, muchos quieren expresar que en la Iglesia tenemos que vivir bajo el impulso directo del Espíritu, y no precisamente bajo la dirección externa de hombres como nosotros que nos puedan mandar.
Nosotros confesamos abiertamente y desde el principio que Jesucristo es el único dueño y Señor, el único que manda en la Iglesia, y que todos los demás somos hermanos.
Pero confesamos también, de manera inequívoca, que Jesucristo instituyó su Iglesia sobre el fundamento visible de los Apóstoles con Pedro por cabeza, a los que habían de suceder los Obispos unidos en el Papa, sucesor directo de Pedro en la sede de Roma.
Las palabras últimas de Jesucristo, con las cuales Mateo cierra su Evangelio, no pudieron ser más claras y precisas: “Id, haced discípulos de todas las gentes, y enseñadles a observar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el final del mundo”.
Jesucristo promete su presencia en los Apóstoles y sus sucesores, de modo que por ellos enseña y manda el mismo Jesucristo.
Entonces, la Iglesia así fundada por Jesucristo, ¿es o no es institución? ¿Tiene o no tiene derecho a mandar? ¿Puede, tan siquiera, dejar de ser institución?…
Un Santo moderno, el Beato Daniel Comboni, lo expresó de manera enérgica. Aquel héroe de la exploración y cristianización de Africa había sido reconocido por el Gobierno de Italia como merecedor de la condecoración máxima. Eran los días de la llamada Cuestión Romana, cuando el Papa había excomulgado a todos los usurpadores de los Estados Pontificios. Comboni se niega a aceptar la distinción tan honorífica, y hace publicar en una revista muy conocida:
– ¡No la quiero! He vendido mi voluntad, mi vida y todo mi ser a la Santa Sede, o sea, al Vicario de Cristo. Me negaría a convertir al mundo entero, aunque con la gracia de Dios lo pudiese, sin contar con la autorización y el mandato de la Santa sede y sus representantes, fuente única de bendiciones y de vida.
¿Qué expresaba el gran apóstol, que también era ya Obispo? Siendo él mismo vicario de Cristo en su propia diócesis o territorio de misión, sabía que estaba unido y sometido al Papa, Vicario de Jesucristo para la Iglesia universal y cabeza de todos los demás Obispos en comunión con él.
Es decir, era parte de una Iglesia que, por voluntad de Jesucristo, es institución con derecho a gobernar y a mandar.
En esta Iglesia como institución, ¿qué significan los Pastores, el Papa y los Obispos? Una comparación lo expresa muy bien. Son en la Iglesia como el esqueleto en el cuerpo humano.
Todos los bautizados, con nuestra Gracia de Dios, con los carismas y los dones del Espíritu Santo, somos un bello cuerpo, magnifico, precioso si quieren ustedes —como el de un apuesto galán o el de la muchacha más bonita—; sin embargo, para caminar, para sostenerse simplemente en pie, ese cuerpo necesita imperiosamente la armadura vigorosa de la osamenta.
¿Pensamos en lo que sería la Iglesia sin nuestros Pastores? ¿No adivinamos la confusión que habría en la doctrina, cada uno de nosotros con su propio parecer? ¿Nos damos cuenta de la inseguridad que causarían los carismas propios sin nadie que los pudiera discernir? Sin una autoridad competente, venida del mismo Señor Jesucristo, la Iglesia sería un caos verdadero.
Damos gracias a Jesucristo por lo bien dispuesta que nos legó su Iglesia. Las maravillas internas y misteriosas de la Gracia las hace visibles, las desarrolla, conserva, acrecienta y las lleva a su consumación por un gobierno sabio, prudente, seguro, de unos Pastores sostenidos por Él mismo, que es el único Señor.
La Iglesia institución, así querida por Jesucristo, es nuestra seguridad mayor. Nunca nos falta la luz. Siempre sabemos por dónde caminar. Y el misterio de la Iglesia casi se nos convierte en claridad meridiana. ¿No es esto una suerte muy grande?…