Discípula y Maestra
24. mayo 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: MariaUno de los grandes avances en la espiritualidad moderna dentro de la Iglesia es el haber vuelto a aquellos tiempos de la Iglesia antigua y la Iglesia de los primeros monjes, cuando el gran alimento de la vida espiritual era la lectura asidua de la Biblia. Hoy es muy común el hacer de la Lectura Divina una ocupación obligada dentro de la jornada.
Con la Sagrada Escritura en la mano, aprendemos a leer en cristiano, a inspirarnos en los caminos del Señor, a formarnos juicio de las cosas, y, sobre todo, con la Biblia aprendemos a orar. Nuestro hablar con Dios cambia mucho cuando la inspiración de nuestro diálogo con el Señor se basa en su misma Palabra. Le escuchamos cuando nos habla, y le hablamos en diálogo amoroso.
Como en toda actividad nuestra, aquí tenemos a María como un modelo y ejemplar acabado. María es la gran discípula y una maestra competente en la escucha de la Palabra del Señor.
Los que hemos tenido la suerte de tener en la Escuela, en el Colegio, en la Universidad… a un profesor o una profesora distinguidos, solemos ufanarnos ante todo el mundo de haber sido unos afortunados de verdad. Nos pasa como si nos trasladáramos a la antigua Grecia, para decir:
– Yo he tenido por maestro nada menos que a Sócrates o a Platón…
Desde luego, que vale más esta ufanía que no la de gloriarse de haberse entrenado para el fútbol con Pelé, o haber aprendido algo en la academia de corte y confección de Christian Dior…
Bien, pero, ¿a qué viene todo esto, si hoy queremos pensar en la Virgen, hablar de Ella, mirarla, escucharla, para salir nosotros como Ella?… Pues, a eso precisamente. A enorgullecernos de ser nosotros unos discípulos aventajados de María, que se presenta ante la Iglesia como la discípula perfecta de Cristo.
Al enseñarnos a ser nosotros eso, unos discípulos perfectos de Cristo, como lo fue Ella, María se convierte en la mejor Maestra que nos ha podido tocar. María fue antes que nada la primera Discípula de Cristo, para convertirse después en la mejor Maestra de quienes quieran ser consumados seguidores del Salvador.
Esto es lo primero en que hoy insiste la Iglesia cuando nos habla de la devoción a María.
Están muy bien las flores; están muy bien los cantos; están muy bien las medallas y las estampas; están muy bien las procesiones; están muy bien las peregrinaciones a los santuarios de la Virgen; están muy bien las oraciones, ¡no faltaba más!… Está muy bien todo eso.
Pero lo verdaderamente importante es mirar a María como la primera y la más perfecta discípula de Cristo, como nos decía el Papa Pablo VI, para recorrer con Ella y como Ella, sin cansarnos, el camino en la peregrinación de la fe, como nos proponía para el Año Mariano el Papa Juan Pablo II.
Aquí nos encontramos con la palabra de Jesús, que dice:
– Yo soy el camino, la verdad y la vida (Juan 104,5)
María, al escuchar la Palabra, poseyó como nadie la Verdad. Al acompañar a Jesús, desde Nazaret y Belén hasta el Calvario, recorrió como nadie el camino de Cristo. Y al haberlo concebido en su seno y llegado hasta Pentecostés, por haber acogido siempre la Palabra, estuvo como nadie llena de la Vida de Cristo. Lucas nos lo dice con precisión y verdadera ternura: – María observaba todo esto, y le daba vueltas y más vueltas en su corazón (Lucas 2,19 y 51)
No ha existido oyente de la Palabra como María. Nadie lo ha hecho ni con más atención ni con más amor.
Los antiguos cristianos tenían la Palabra en las Escrituras como su gran tesoro, por el que daban la vida. Como aquel cristiano que se encuentra ante el tribunal. El juez:
– ¿Qué hay en las Escrituras, que no las has entregado?
– La Ley de mi Señor, que me fue dada.
– ¿Por quién?
– Por Jesucristo, el Hijo de Dios vivo.
Después del primer suplicio, le pregunta el juez por qué no las ha entregado.
– Porque soy cristiano. En ellas está la vida eterna. Y para no perderla, sacrifico con gusto la vida terrena (Elpidio, Diácono, mártir en Catania, a. 304)
Esto nos lleva a pensar en lo que hacemos nosotros cuando leemos la Biblia. Sobre todo, ¿qué hacemos cuando leemos tantas veces el Evangelio, que casi nos lo sabemos de memoria?…
– Lo escuchamos para saber lo que nos dice Jesús a cada uno de nosotros.
– Lo meditamos en su significado más profundo.
– Lo guardamos en la memoria, sin que se nos pierda después ni un detalle
– Lo seguimos en la práctica de la vida, conformando nuestras obras con el Evangelio.
– Lo convertimos en vida de nuestra vida, porque pensamos, sentimos y vivimos igual que Jesús.
Y es así como quedamos, por la Palabra y como María, unos llenos de gracia. Como Ella también, hemos sido primero discípulos, oyentes, para ser después humildes maestros de otros hermanos, que buscan en nosotros orientación en la escucha de la Palabra…
María, primero discípula aprovechada, y después nuestra Maestra más competente. ¿Cómo no vamos a gloriarnos de haber sido alumnos de Profesora semejante?…