Hay Iglesia para tiempo…

10. junio 2021 | Por | Categoria: Iglesia

¿Acabará algún día la Iglesia?…  Un simpático sacerdote —me tocó escuchar aquella homilía— preguntó con agudeza a su auditorio devoto: -¿No saben ustedes por qué la Iglesia durará para siempre? Pues, ya se lo digo yo: porque Jesucristo no va a ser tan descuidado que vaya a perder su Esposa. Y si el Reino de Jesucristo, “no tendrá fin”, tampoco puede tenerlo la Iglesia, pues ni Jesucristo quiere perder la Iglesia ni la Iglesia quiere perder a Jesucristo. Hubo risas de todos. Y al recitar el Credo, todos alzaron muy significativamente la voz, casi con un grito, para confesar: “¡Y su reino no tendrá fin!”…

Dejamos al cura bromista para hablar nosotros con tono muy diferente. No podemos negar que nuestra Iglesia Católica ha sufrido muchos ataques modernamente. Y no hablamos de los ataques sangrientos, que a lo largo de todo el siglo veinte le han supuesto centenares de miles, y quizá millones, de hijos suyos que han dado la vida por Cristo. No, no hablamos de esos ataques, que a la postre se resuelven en grandes oleadas de vida nueva. Sino de los ataques peores, como son las mentiras, las calumnias, el desprestigio y las divisiones internas metidas en ella por el enemigo, empeñado en destruir la obra de Jesucristo.

Esto ha llevado a veces a algunos católicos a dudar de su fe, o al menos a sospechar de la Iglesia, hasta pensar que toda forma de adorar a Dios, en la iglesia o en la secta que sea, ofrece la misma seguridad para la salvación. En algunos sectores, incluso, se ha llegado a presagiar una posible desaparición de la Iglesia, que será al fin tragada por la media luna o se disolverá en una multitud incontable de sectas. ¿Tienen alguna razón los que así han hablado, o los que han medio dudado de lo que antes creían tan firmes?

Es muy vieja la profecía de los augures contra la Iglesia Católica. En aquella reunión de sectarios, un fogoso orador se las tiraba de vidente: -¡Ya lo verán ustedes! El edificio viejo se está desmoronando, y le falta poco para desplomarse. Pero uno de los presentes, ya entrado en años y con buen sentido común, le saltó: -Pensemos a ver cómo ayudamos al desplome. Porque eso que usted dice lo estoy oyendo desde mi juventud, y me parece que el desmoronamiento dura demasiado tiempo.

Ante esa actitud del enemigo, el católico razona muy tranquilo. La Iglesia Católica durará, como Iglesia Católica —sin transformase en otra iglesia o diluirse en sectas muy variadas y pintorescas—, porque la Iglesia no puede fallar. No decimos que no fallará. Decimos mucho más. Decimos que no puede fallar, que es imposible que falle. ¿Por qué esta seguridad?

– Primero, por la Persona misma de Jesucristo, su divino Fundador. La palabra de Jesucristo, que es Dios, no puede fallar. Y Él les dijo a los suyos al despedirse: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos”. Para dar otro sentido a estas palabras, Jesucristo habría de volver a la tierra, fundar otra iglesia, y desautorizar aquella promesa suya tan solemne. Y esto no lo hará, ¡tranquilos!…
– Segundo, por la naturaleza misma de la Iglesia, enviada a todas las partes y a todos los hombres: “Id a todo el mundo… enseñad a todas las gentes”. Es una misión universal en el tiempo y en el espacio.
     – Tercero, por aquello del curita de la homilía, pero dicho ahora por nosotros con más seriedad. Jesucristo no muere, porque Jesucristo es el mismo “ayer, hoy y siempre”, y por lo tanto, lo mismo que Jesucristo durará su Esposa la Iglesia.

Todos sabemos quién fue Voltaire, el hombre que más mal ha hecho a la Iglesia con sus calumnias blasfemas. Unos fanáticos seguidores suyos emprenden la escalada a uno de los picos más altos de los Alpes de Francia, y esculpen en la roca el lema o eslogan más antidivino de su maestro, cuando estaba difundido por todas partes, y confesado como verdad incuestionable:
– “Voltaire 1757. ¡Aplastad al infame!”.
El infame era la Iglesia. Pasa un siglo. Y en 1857, otros alpinistas católicos, lo leen y escriben al lado:
– “1857. La Iglesia Católica vive todavía, y va sacando ramas verdes, cubiertas de flores y frutos”.
Podía haberse repetido la ascensión a la montaña en 1957, y la podrán renovar en el 2057 otros escaladores, y repetirla cada 57 en muchos siglos por venir… La Iglesia Católica seguirá en pie.

Ante esta realidad de nuestra querida Iglesia, la actitud del católico es de fidelidad absoluta a Jesucristo, que en la Iglesia Católica manifiesta su Reino perdurable, y por ella lo extiende a todo el mundo, sin límites de tiempo y espacio.  

Repasamos la Historia, y vemos cómo se suceden los reinos y los imperios; cómo la hegemonía mundial pasa de una nación a otra; cómo las herejías y sectas que han azotado la vida interna de la Iglesia se van sucediendo y desapareciendo, sin haber podido sustituir a la Iglesia que combatían…  

Delante del milagro de la Iglesia que perdura, son muchos los que se preguntan: ¿Dónde puede estar la fe verdadera y el verdadero amor, sino en la Iglesia Católica? En ninguna otra institución se dan ni sus héroes ni sus santos. O es Jesucristo el autor de tal maravilla, o no se explica fenómeno semejante.

Entonces, desaparecen las dudas, las incertidumbres y toda tentación de abandono, que no pueden venir sino del Maligno, de ese maldito del cual nos defiende Jesucristo con la petición que puso en nuestros labios: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal… Y danos, Jesús, todo bien, como es la perseverancia en la fe de la Iglesia, eterna como Tú, “porque tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por los siglos”…

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