La Iglesia en tres estadios

15. junio 2021 | Por | Categoria: Nuestra Fe

Hay un número en el Catecismo de la Iglesia Católica que es precioso y estimulante, cuando nos habla de los tres estados de la Iglesia, y que nos dice así:
“Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es”.

Esto lo hemos sabido desde siempre, aprendido en la doctrina cristiana. Pero el gran Catecismo sigue con una nota magnífica sobre los santos del Cielo, los del Purgatorio y los de la tierra:
“Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diverso, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los que son de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí” (954)

Somos UNA sola Iglesia, nunca jamás dividida, ni en este mundo ni en el otro. Así lo proclamaba una reina valiente, antes de ser ajusticiada por orden de su prima Isabel de Inglaterra. Pide con todo derecho:
– Quiero que me asista un sacerdote.
Y, efectivamente, le mandan un pastor, con la perversa intención de hacerla apostatar.
María Stuard, sin dejarse intimidar, se niega a recibirlo:
– He nacido y vivido en la Iglesia Católica y en ella quiero morir. No me separaré en estos momentos de la comunión de los santos de la Iglesia, cuya unión perdura en la otra vida, y en la cual se ayudan los fieles con oraciones y sacrificios.
Aquí tenemos, confesada con el testimonio de la sangre, la unión que existe entre todos los miembros de la Iglesia, en cualquiera de los tres estadios en que nos encontremos.

Esta verdad de nuestra fe la tenemos muy arraigada en nuestras tierras, expresada de mil maneras en nuestra vida de cada día.
¿Quién de nuestros católicos no está convencido de la protección de los Santos el Cielo, si los invocamos continuamente?
¿Quién de nuestros católicos no reza por las almas del Purgatorio, si es una de las devociones más metidas en nuestras gentes?
¿Quién de nuestros católicos no pide oraciones al sacerdote, a una religiosa, a un amigo o una amiga, apenas se tiene alguna necesidad especial?

Todo eso nos está diciendo a gritos lo que es la Comunión de los santos: un vivir unidos todos los miembros de Cristo en un mismo amor; amor que se preocupa del bien de todos; que no tolera el ver sufrir a un hermano o hermana; que quiere para los demás lo mejor; que no sueña sino en el día dichoso en el que ya no rogaremos unos por otros, sino que todos estaremos gozando felices de la misma gloria de nuestro Padre Dios.
Entre tanto llega ese momento, los del Cielo tienden la mano a los del Purgatorio y a los de la tierra;
– los del Purgatorio se encomiendan a los del Cielo, piden a los de la tierra y ruegan también por ellos;
– los de la tierra, así como rogamos los unos por los otros mientras peregrinamos juntos, nos encomendamos a los del Cielo y rogamos por los del Purgatorio, que, a su vez, piden por nosotros. Es ésta una maravillosa unión, que se manifiesta de mil maneras en la Iglesia.

¿Vale la oración de los unos por los otros mientras caminamos juntos? Nos lo dice un ejemplo ya clásico. Una vez más, las naciones de Europa, en el siglo dieciséis, hubieron de defenderse del grave peligro musulmán, el cual amenazaba la fe cristiana. El Emperador Carlos V emprende una expedición al norte de África, y, al regresar de la batalla, se alza una espantosa tempestad que amenaza a toda la expedición. Cuando todos se ven ya perdidos, el rey, hombre de mucha fe, levanta todos los ánimos: -¡No teman! A esta hora de la noche, todos los frailes y religiosas de nuestros conventos se levantan para rezar. Esa oración de la Iglesia nos salvará.
Y los salvó. La expedición regresó segura a la patria. El Emperador expresaba la fe de la Iglesia: que la oración de unos, es ayuda a todos.

¿Vale la oración de los del Cielo por nosotros? Una prueba nada más. Todos los santos que el Papa beatifica o canoniza, suben a los altares después de obtener la firma de Dios, uno o varios milagros, probados como ciertos después de un proceso riguroso. Esos milagros han sido obtenidos de Dios por la intercesión de aquel a quien creemos ya en el Cielo y al cual nos hemos encomendado.

¿Vale la oración de las almas del Purgatorio por nosotros? Ellas nos agradecen nuestras plegarias, y nos responden con las suyas. Una Santa, que tenía buena experiencia de ello, decía: -¿Quieren alcanzar de Dios un favor? Pídanselo por las almas del Purgatorio. Yo ruego por ellas, y ellas ruegan por mí. No me fallan nunca (Santa Catalina de Bolonia)

Como vemos, la Iglesia vive mejor que nadie esa “globalización” que hoy entusiasma y a la vez  preocupa al mundo. En la Iglesia —del Cielo, del Purgatorio, de la Tierra— todo es de todos, y todos estamos para todos y cada uno. No hay pobres sin que sean socorridos por los más ricos. A todos llegan por igual los bienes de la Redención de Jesucristo. Lo que los unos emprenden, se convierte en beneficio de todos.

Esta verdad de la Comunión de los santos, creída y vivida firmemente, hace de la vida cristiana un placer. No hay uno de nosotros que se sienta solo. Siempre tiene una mano amiga que lo quiere agarrar, hasta tenerlo seguro en el Reino definitivo de Dios…

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