Con calor de familia
15. julio 2021 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: IglesiaAcababa de ser elegido Pío XI como sucesor de Pedro y Vicario de Jesucristo, que sería después llamado el Papa de las Misiones, y a las pocas semanas le llega el primer regalo del África negra. Las mujeres de la Misión de Gulu, perdida en un rincón de la selva, habían hecho una colecta y entre todas consiguieron reunir una modesta cantidad —muy pequeña, porque eran muy pobres—, y se la envían al Papa con una carta que sorprendió en el Vaticano, y que decía así:
– Querido Padre Santo: En el gran día en que el Señor te ha constituido representante suyo en la tierra, queremos ofrecerte algunos céntimos las mujeres y niñas de Gulu, para manifestarte nuestro amor, porque nosotros también amamos al Papa, cabeza de todos los hombres; por eso rogamos siempre por ti con un solo corazón.. Pedimos tu santa bendición para todos nosotros los cristianos de Gulu.
Dejemos al Papa en su emoción al leer estas líneas, y hasta comprendamos las lágrimas furtivas que pudieron asomarle a los ojos…
Lo que más nos interesa a nosotros es la idea profunda expresada por la carta, que resulta, hoy como entonces, de una gran actualidad.
¿Qué es la Iglesia? Demos la definición que queramos, nunca la llamaremos mejor que “La Familia de Dios”. Idea y realidad captada a perfección por aquellas negras de la selva, y, sobre todo, vivida por ellas en toda su intensidad.
El Concilio, al hablar del Padre Eterno en el seno de la Trinidad, nos lo presenta ilusionado por formarse la Iglesia como una gran familia suya, con el Hijo encarnado, Jesucristo, como el Primogénito entre muchos hermanos, que al final serán congregados en una Iglesia universal en la casa del Padre (LG 2)
Es decir, que la Iglesia, Pueblo de Dios, tiene, siente y vive el espíritu de una verdadera familia, con calor de hogar, con un Padre que la ama y al cual aman también todos sus hijos como a Padre verdadero, con el Hijo mayor a la cabeza, Nuestro Señor Jesucristo. ¡Padre!, le llamaremos en la eternidad. Mientras Jesús lo siga llamando así, nosotros no sabremos llamarlo de otra manera…
Porque aquello será la vivencia de lo que tantas veces repetimos con el apóstol San Pablo: -Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo… que nos ha destinado por pura benevolencia suya a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo (Efesios 1,3-5)
Un ilustre caballero había ingresado en la Iglesia Católica, y le preguntaron con muy comprensible curiosidad acerca de su nueva situación: -¿Y qué tal? ¿Cómo se siente ahora, en su nueva fe?…
El interrogado iba respondiendo con calma a la vez que con emoción:
– ¿Me dicen que cómo me siento? ¿Hacen ustedes esta pregunta a cualquiera que por la noche está reposando en la paz del hogar?…
– No, no se la hacemos a ese tal. Porque eso ya lo sabemos. En la casa es donde mejor se está.
– Pues esto es lo que yo les quiero decir. ¿Cómo quieren que me encuentre, si estoy en mi casa, en el seno de mi hogar, disfrutando de mi querida familia?…
Rogado a que explanara más sus impresiones, continuó:
– En la comunidad católica me siento tan a gusto como si estuviera en una familia grande, unida por la misma sangre. Sólo el ver a las personas arrodilladas en torno al altar y a los niños que se santiguan, me llena el corazón de emoción profunda. Cuando se alza la Santa Hostia, me estremezco y me lleno de amor. Todo esto, no es para mí más que la expresión de que estoy en la familia de Dios (E. Steinbrück)
Ese convertido expresaba muy bien la realidad cristiana dentro de la Iglesia. Ésta es una familia, que se siente más familia sobre todo cuando rodea el Altar del Señor en torno a la Eucaristía. Cosa que se hace mucho más sensible en la Misa dominical, reunión clásica de los hijos de Dios.
Si la Iglesia es familia, en su seno se siente y se vive el amor.
Si la Iglesia es familia, no basta en ella la disciplina de la asociación o de la organización perfecta.
Si la Iglesia es familia, su mismo carácter de institución no pone en ella la cabeza sobre el corazón.
Si la Iglesia es familia, la unidad y la concordia eliminan de ella toda diferencia, disensión o cisma.
Si la Iglesia es familia, el interés de los unos por los otros distingue a todos los miembros que la forman, porque no tienen más ilusión que aventajarse todos en el amor.
Si la Iglesia es familia, eliminado todo egoísmo, en ella se vive el sentido fraternal, el espíritu de comunidad, la oración por los demás, el estar todos a disposición de todos, para que la vida de todos sea buena, dulce, fácil, bajo la complacencia de Dios, el Padre de todos, y de Jesucristo, el Hermano mayor.
A otro ministro anglicano convertido le preguntaron también: -¿En qué se fundaban sus miedos y su indecisión, hasta que dio el paso? Y él, con su flema inglesa, le echaba toda la culpa a su falta de visión:
-Porque pensaba que la Iglesia no era sino un ejército, una sociedad de disciplina rigurosa, una máquina bien montada y nada más. Cuando la verdad es que me he encontrado con algo muy diferente, como es una familia con calor (Profesor Willis D. Nutting)
Las negritas de la selva, al ver en el Papa un padre que era la figura del Padre celestial, y al enviarle una ayudita con todo el corazón, adivinaban y vivían el misterio profundo de la Iglesia: ¡Familia de Dios! ¡Amor cariñoso! ¡Oración mutua! ¡Comunión de bienes!…
Hacían realidad lo del conocido canto, nacido precisamente en el África:
– Juntos como hermanos, miembros de una Iglesia…
Todo esto es un pregustar la dicha familiar que nos espera en el seno de Dios, para siempre, para siempre…