Ese “nuestro” comprometedor…

13. julio 2021 | Por | Categoria: Nuestra Fe

Una princesa rusa, al pasar por un puente de San Petersburgo, ve a un mendigo que pide limosna, y, generosa y buena, le alarga una moneda de plata. Feliz el pordiosero, viejo e inválido, se apresura a compartirla con otro pobre, ciego, que allí mendigaba también. La princesa, extrañada:
– ¿Dice que son hermanos los dos?…
– No, de sangre no; pero somos hermanos en Jesucristo. Él no ve, y casi no puede mendigar. Es justo que yo pida para él y para mí (Princesa Galitzin)
“Hermanos en Jesucristo”… ¡Pues no ha dicho nada el pordiosero!…
Cuando Jesucristo dictó la oración de los hijos de Dios empezó por poner en nuestros labios la palabra “Padre”, a la que añadió una inmediata: “nuestro”. Y de las dos ha venido a resultar el nombre de esa oración incomparable que es el “Padrenuestro”.

¡Y lo que es la sabiduría de Jesucristo! Con ese “nuestro” tan breve, tan conciso, tan incontestable, ha enseñado verdades profundas del misterio cristiano; ha establecido los principios más irrebatibles de la convivencia social y humana; ha suscitado en su Iglesia multitud de obras de caridad y ha hecho realizar incontables actos de heroísmo. ¡Con sólo decir Padre NUESTRO!…
¿NUESTRO, puesto en labios de todos?… Luego todos somos hijos de un mismo Padre, que es Dios.
¿NUESTRO, puesto en labios de todos?… Luego todos somos hermanos, todos de la misma familia.

Entonces, si todos somos hermanos, y todos, sin exclusión alguna, formamos la misma familia de Dios,
– será imposible no amarnos;
– jamás habrá lugar a un asesinato, a un robo, a un secuestro;
– no se concebirá tan siquiera el que estalle una guerra;
– la injusticia no tendrá lugar alguno en la sociedad;
– resultará la cosa más fácil el prestarnos las ayudas necesarias;
– serán imposibles todas aquellas acciones y costumbres que destruyan la unidad de la familia de Dios; y, por el contrario, florecerán por doquier la convivencia social, la libertad, el respeto entre todos.

¿Qué todo esto es una utopía, un imposible, el sueño de un iluso, porque no se ha dado jamás en el mundo? Ya lo sabemos que no se ha dado. Pero si se siguieran las exigencias que entraña ese “nuestro” dictado por Jesucristo, todas esas cosas dejarían de ser sueños y serían unas realidades esplendorosas, porque practicaríamos el amor, y, como nos advierte el Catecismo de la Iglesia Católica, “al decir Padre “nuestro”, la caridad divina se extiende por medio de la Iglesia a lo largo de todo el mundo” (CatIC 2801)

Esos sueños de ahora, esas ilusiones, esos ideales, un día se darán de verdad en el mundo, cuando se haya establecido definitivamente el Reino que instituyó Jesucristo. Hoy vivimos de ideales, encerrados en ese “nuestro”.
Mañana, ese “nuestro” será una realidad total, plena, cuando se hayan acabado el mal y los malos en el mundo, y Jesucristo haya entregado el Reino a Dios su Padre y Padre nuestro, Padre de todos.
Al decirnos Jesús con ese “nuestro” que somos hermanos, nosotros lo aceptamos como un compromiso para amarnos cada vez más. Para ayudarnos siempre. Para rogar los unos por los otros. Para trabajar por la justicia y la paz, acelerando la obra del Reino, que nos una a todos en el amor.

Cuando se vive esta realidad de que todos somos hijos de Dios y hermanos en Jesucristo —cuando ese “Padre nuestro” sale sincero de nuestros labios, porque lo sentimos en nuestros corazones—, entonces no extrañan los esfuerzos por practicar la caridad cristiana con todas sus exigencias.
El amor agudizará nuestra vista para adivinar y ver dónde hay una necesidad que remediar.
El amor nos hará tomar las decisiones oportunas para poner remedio al mal que padece un hermano.
El amor nos hará fuertes para practicar hasta el heroísmo, si fuera necesario.
Este ideal del amor se vive muy seriamente dentro de la Iglesia. Se da de mil maneras, tantas cuantas son las necesidades a las que hay que poner un remedio.

Es un ideal inspirado por Jesucristo, ciertamente. En torno a Jesucristo, el Hijo de Dios viviente entre nosotros, todos nos sentimos hermanos. Y entonces, son imposibles las divisiones y las desavenencias. Para todo se encuentra remedio, y si las necesidades son tan graves que sobrepasan todas nuestras fuerzas, no por eso nos rinden, porque entonces sabemos refugiarnos en la oración, implorando de Dios lo que a nosotros nos resulta imposible. No podremos nosotros impedir una guerra espantosa, pero podremos atenuarla con el ideal y con nuestra plegaria a Dios en torno a Jesucristo.

Había pasado la Segunda Guerra Mundial. Destrucción por todas partes. Y en un pueblo de Italia (Cella ai Varzi) se dice la feligresía, toda católica: ¡Basta guerras, que nos convierten en fieras! ¡A sentirnos todos hermanos, alrededor de Jesucristo!…  Como signo, tienen una idea feliz. Con materiales de destrucción, construyen el retablo de la iglesia; el Sagrario, está hecho con una bomba sin explotar. Delante de él, es donde rezan los fieles, con fe profunda: ¡Padre NUESTRO!…  “Nuestro”: de ingleses, alemanes y rusos; de americanos, vitaminitas y afganos; de palestinos y judíos. De todos, porque a todos nos hizo Jesucristo hijos de Dios.

Jesucristo, con ese “nuestro” detrás de “Padre” dirigido a Dios, se mostró genial. Basta sacar las consecuencias, para vernos comprometidos muy seriamente con el amor. Un compromiso formidable, desde luego, ¡porque, practicado, nos hace a todos tan dichosos!…

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