Me envió a evangelizar…

22. julio 2021 | Por | Categoria: Iglesia

¿Cuántas veces oímos en la proclamación de la Palabra lo que dijo Jesús en la sinagoga de su pueblo de  Nazaret?… Es un texto que se nos repite continuamente: ¡El Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres!… (Lucas 4,18-19)
Lo proclama la Iglesia. Pero, ¿lo cumple también la Iglesia?… Miramos un ejemplo entre miles.

Francisco de Regis es un santo jesuita que misiona incansable los pueblos del sur de Francia. Atiende en la iglesia a todos lo que acuden a él en busca del perdón o de un consejo; se mete en los hospitales; recorre las calles con los niños; busca siempre las almas especialmente más necesitadas… Es el “todo para todos” en continua acción, aunque tiene sus preferencias, por las cuales se le juzga a veces de manera muy desfavorable.

Se le pregunta, por ejemplo: -¿Por qué en los hospitales busca siempre a los más repugnantes?… Y Francisco, con frialdad desconcertante: -Porque en ellos veo mejor representada la persona de mi Señor Jesucristo.
     Otra vez se le reclama: -¿Y para qué quiere esa campanilla, que lleva colgada en su faja?… Y él, sonriente y festivo: -¿No saben para qué sirve? Vengan conmigo el domingo y lo verán. Y el domingo ven a Francisco rodeado de bandadas de niños, que acuden al son de la campanilla famosa, y a los que enseña la doctrina cristiana con paciencia inagotable.

Alguna vez la pregunta es peor: -¿Y no ve cómo se lo comen las críticas porque le rodean mujeres de la calle?… Francisco no se amilana: -¿Es que no tienen también ellas un alma que salvar?…
Y eso que la amenaza no es solamente de palabras, como cuando se le presenta uno que desenvaina la espada y se la apunta al pecho:
– ¿Por qué tiene usted que alejar de mí a esa mujer?…  
El Padre no pierde la serenidad:
– ¿Qué quieres, hijo mío? ¡Clávala!… El pobre vicioso envaina la espada y cae llorando y arrepentido a los pies del sacerdote.

Ese sacerdote, que, mientras predica misión en un día de riguroso invierno, con todo cubierto de nieve, siente la llamada de Dios, y grita:
– ¡Qué dicha la mía! ¡Qué contento muero! Jesús y la Virgen María me han visitado invitándome a ir al Cielo! Me voy con ellos…

Contemplado un Santo así, se acumulan las preguntas en nuestros labios: ¿Hace hoy la Iglesia esto mismo? ¿Continúa con la misión que le confiara Jesucristo? ¿Sigue las huellas de Jesucristo, el primer evangelizador? ¿Se acabaron en ella los evangelizadores como el que acabamos de contemplar?…
Porque esto precisamente señala Jesús como signo inconfundible de su misión divina.

Y lo señala igualmente la Iglesia como signo inconfundible de que ella es la Iglesia de Jesucristo.  
Por eso precisamente, el Papa nos señalaba la evangelización como una prioridad de la Iglesia y de todos sus hijos al iniciar el Tercer Milenio: -El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza que no defrauda (NMI 58)

Pero, al hablar de evangelización, ¿a qué destinatarios tiene que ir el mensaje? ¿Hacia dónde debemos encauzar nuestras energías?
Es cierto que siempre será una prioridad incuestionable el mundo que aún no conoce a Jesucristo. Lo que hemos llamado sin más “Las Misiones”. A ellas se vuelca la Iglesia con todas las energías, ¡y hay que ver cómo nos ponemos todos en las manos y en los pies de los misioneros y misioneras que roturan el campo, cubriéndose de gloria en medio de trabajos, penalidades y, si es preciso, de persecuciones que les reclaman la sangre como testimonio supremo de la fe!…

A un joven sacerdote que marchaba a las misiones de China, le preguntan cuando lo ven tan entusiasmado: -¿Ya sabes adónde vas? ¿Crees que el comunismo que se está echando encima te va a permitir trabajar allí? El muchacho no se desdice, y contesta: -¡Oh, no importa! Iré. Quizá bautice sólo a un niñito tirado en la calle. Pero tendré bastante. Mi vida y mi sangre quedarán como semilla en el surco. Otros irán el día de mañana a recoger la cosecha.

Así, la Iglesia ha pensado ante todo en ese mundo que espera oír por primera vez el nombre de Jesucristo. Sin embargo, la evangelización de la Iglesia no solamente no descuida, sino que se vuelca también entera en los campos ya cultivados desde siglos, pero siempre necesitados de nuevas energías misioneras.
Lo hemos visto en un San Francisco de Regis —como podemos verlo en mil más—, todos ellos estampas perfectas del Jesucristo evangelizador.

Como Jesucristo, la Iglesia —cualquier hijo de la Iglesia que hoy se siente y quiere ser evangelizador—, hace lo mismo que el Maestro. Busca a los pobres. A las personas que nadie quiere. A los niños vagabundos. A los ricos como a los pobres. Aunque sus preferencias se vayan hacia los más pobres de entre los pobres, que no son precisamente los de la querida Madre Teresa, sino que han sido y serán siempre los pecadores, tanto si no tienen un centavo en el bolsillo como si se ven ahogados con millones…

“¡Me ha enviado a evangelizar!”… Jesús lo dijo conmovido e ilusionado en la sinagoga de Nazaret. Y lo siguen repitiendo hoy tantos seguidores suyos, con los mismos arrestos que el Maestro querido. ¡Y cómo goza Jesucristo con los que sueñan en hacer cosas grandes por Él y por el Reino!…

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