Venid, y vamos todos

26. julio 2021 | Por | Categoria: Maria

Cuando llega el mes que la piedad popular ha consagrado a la Virgen se oye resonar en nuestros templos un canto sencillo, que arranca oleadas de fervor en el alma y entusiasmo en la asamblea, ese canto que empieza invitando a todos con júbilo:
– ¡Venid y vamos todos con flores a María!…

Es la convocatoria a tributar el culto debido a la criatura más excelsa salida de la mano de Dios. Y lo hacemos con el amor, la ternura y el entusiasmo que ponemos en todo lo que se puede referir a la madre, el ser más querido, como lo razona la canción:
– ¡Que Madre nuestra es!…
Siendo María nuestra Madre nos sobran todas las razones que nos puedan dar para amarla. Nadie  nos puede criticar porque amamos a la Madre. Al revés, lo raro y lo inconcebible sería el que no amáramos y no honrásemos a la Mujer que Jesús nos dio como Madre desde la cruz.

A los que nos tachan de mariólatras, les decimos que no admitimos su crítica, llena de inexactitud. Nosotros, más que nadie, repetimos continuamente las palabras de Jesús, que responde al enemigo:
-Adorarás a tu Dios y a Él solo servirás.
Esto lo sabemos muy bien, y no adoramos a nadie, más que sólo a Dios.
El culto a María es el honor y hasta la adoración que tributamos a Dios en María, al ver las maravillas que Dios ha obrado en su Madre.
Esto nos lo enseñó muy bien el Papa Pablo VI, cuando nos dijo:
– El culto cristiano es por su naturaleza culto al Padre, culto al Hijo y culto al Espíritu Santo o bien, como dice la Liturgia, culto al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo (Marialis cultus,25)

Y es que, cuando honramos a María, todo es culto al Padre, que únicamente con María comparte la paternidad sobre Jesús. Todo es culto al Hijo, que se hizo hombre en el seno de María, verdadera Madre suya.

Todo es culto al Espíritu Santo, que con María realizó la obra de la Encarnación del Hijo de Dios, e hizo de María la obra maestra de su gracia. La piedad cristiana lo ha resumido en esa expresión tan bella y tan profunda:
– Salve, Hija de Dios Padre. Salve, Madre de Dios Hijo. Salve, Esposa del Espíritu Santo. Salve, templo y sagrario de la Santísima Trinidad.

El Padre es ¡el Padre de nuestro Señor Jesucristo!, como lo llama emocionado el apóstol San Pablo. Y el Padre, al hacerse hombre su Hijo, no quiso compartir su paternidad con un hombre, sino sólo quiso una Madre para su Hijo. Dios Padre es el único Padre de Jesús, y María es su Madre verdadera.

¡Hay que ver cómo tiene que alegrar a Dios Padre el culto que le tributamos a Él cuando honramos a María! El culto a María termina todo en Dios Padre, que se ufana de su Hija más querida, a la que ha hecho Madre de su Único Hijo, Jesucristo.

¿Y qué decir de Jesús, el Hijo de Dios? Jesús es Hijo de Dios y Dios como el Padre, pero al mismo tiempo es Hijo de María en todo el verdadero sentido de la palabra. Porque fue María quien le dio su ser de hombre, le amamantó con sus pechos, lo educó de niño y joven, y realizó con Él todas las funciones maternales como la mejor de las mujeres. Resulta un imposible tributar culto a María sin que termine, necesariamente, en el mismo Hijo de Dios. María, sin Jesús, no es nada. Por Jesús y con Jesús se entiende todo el misterio de María.

Y no digamos lo que glorifica al Espíritu Santo nuestro culto a María. Por obra del Espíritu Santo, como profesamos en el Credo, se realizó en María la Encarnación del Hijo de Dios.
Y esa maravilla de gracia que es María —la bendita entre todas las mujeres— fue la obra más genial, imposible de ser superada, de este artista divino que es el Espíritu Santo.

El Concilio nos dijo, con frase ya inmortal:  
– María ocupa en la Iglesia santa, después de Cristo, el puesto más alto y el más cercano a nosotros (Vaticano II, LG 54)
Porque, como Madre de Dios, es imposible a una criatura subir más arriba, ya que toca los linderos de la Divinidad. Y, como mujer, pura criatura, es una hermana nuestra, igual que nosotros.

Los pueblos paganos antiguos suspiraban por una diosa y se la inventaban.
Les ilusionaba una diosa-madre, y no la tenían.

Para nosotros, María no es ninguna diosa, pero Ella suple con ventaja aquel ideal pagano, muy entrañado en toda la Humanidad. También toda la Humanidad ha tenido el ideal femenino muy adentro de sus ilusiones. Y Dios ha respondido a esta ilusión dándonos a María dentro de Cristianismo.

Sin María, faltaría algo en la Iglesia, faltaría la mujer, faltaría el calor, el cariño, la ternura del amor, en una palabra, faltaría la feminidad. María viene a ser ese rostro femenino de Dios que nos sonríe cada mañana, nos hace bella la jornada, y nos da el beso último antes de reposar por la noche.

¡María! A ti venimos con la flor de nuestro culto, que Tú colocas generosa ante el trono de Dios. Al aspirar complacida su perfume, danos siempre tu bendición…

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